Trump aprovecha la banda negativa

El magnate de Nueva York se ha subido con su victoria en las presidenciales de los Estados Unidos al carro de aquellos que presumen de su capacidad para recuperar la identidad nacional




En busca del honor perdido
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Por Jorge Elías

NUEVA YORK. – Durante la proclamación de su victoria en las presidenciales de los Estados Unidos, Donald Trump dejó entrever un sesgo infrecuente en estas latitudes: la arrogancia. Trump soslayó a la estructura de su partido, el republicano, y habló de la creación de un movimiento propio, personal, conformado por una legión de desencantados con los políticos tradicionales, de los cuales tomó distancia durante una campaña plagada de agravios contra su rival, Hillary Clinton, y contra determinados segmentos de la población, como los mexicanos, tildados de violadores, y los musulmanes, sospechosos de terrorismo.

La fórmula de Trump, políticamente incorrecta, terminó dándole frutos inesperados como outsider (ajeno a la política) u hombre de negocios, su mote favorito, frente a encuestas que, como en las primarias republicanas, el Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), el rechazo de los colombianos al acuerdo de paz con las FARC y otros acontecimientos, presagiaban el resultado contrario. Esa fórmula, sazonada con un discurso radical, caló hondo en la clase blanca trabajadora y rural de los Estados Unidos, desencantada con la globalización que encarnaba la dinastía Clinton por la pérdida del poder adquisitivo y de fuentes laborales.

La restauración del sueño americano, desdeñada por los líderes republicanos, terminó siendo excluyente y beneficiosa a la vez. Trump, fiel a un estilo aparentemente espontáneo, se mofó durante la campaña de las mujeres, los discapacitados, los enfermos terminales y los padres de soldados condecorados y de su partido, al cual ingresó en forma tardía para satisfacer su apetencia de poder. Pasó a ser el abanderado del malhumor social y, de ese modo, no sólo logró movilizar en las primarias a una amplia base republicana, sino, también, a independientes que no solían votar. La mayoría silenciosa, dijo, está de vuelta.

Trump, extraordinariamente impopular a pesar de ser el presidente electo, rompe el contrapeso con líderes autoritarios también propensos a personalizar sus gobiernos, como el presidente de Rusia, Vladimir Putin, empeñado en reponer el honor de su país tras la desintegración de la Unión Soviética, y el de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, renacido con purgas contra sus detractores tras el intento de golpe de Estado de mediados de julio. El triunfo de Trump también coincide con el liderazgo central del Partido Comunista de China conferido al presidente Xi Jinping, poniéndolo a la altura de Mao Tsé-tung y de Deng Xiaoping, así como con las ínfulas del primer ministro de Hungría, Viktor Orban, contra la ola de refugiados.

Esta camada de autócratas ejerce su poder de seducción en un mundo dominado por enemigos internos, con presunto apoyo externo, cuyo único afán parece ser derrocarlos. Actúan en defensa propia como si fueran víctimas de un eterno complot, razón por la cual se sienten obligados a vengarse de las humillaciones. La prédica contra los inmigrantes, virtuales depredadores del empleo y potenciales terroristas en las sombras, impactó tanto en el Reino Unido con el Brexit como en los Estados Unidos con Trump.

¿Qué significa, en el léxico de Trump, el eslogan “Hacer América grande otra vez”? El miedo al declive nacional, que supera la crisis económica. Apunta de ese modo a la recuperación de la identidad, como si los productos Made in China tuvieran kriptonita, y ahonda la grieta entre radicales y moderados. Lo presagió el senador republicano Marco Rubio cuando abandonó las primarias: “La política del resentimiento nos deja un partido fracturado, pero puede dejar una fractura en la nación”. La dejó. En ese país polarizado, un hombre de negocios se cobró en las presidenciales la renta de la cólera con los mejores intereses. Los suyos.

@JorgeEliasInter | @Elinterin
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