¿Por qué nos duelen unas víctimas más que otras?

La masacre de Orlando despertó en Occidente una súbita empatía con el pueblo norteamericano que no es frecuente cuando ocurre algo similar en Medio Oriente y otras regiones




Un minuto de silencio
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En coincidencia con los atentados de noviembre de 2015 en París, donde murieron 130 personas, en Beirut, Líbano, perecían más de 40 personas en una masacre también atribuida al Daesh, Estado Islámico o ISIS. Lejos de apiadarse de ambas tragedias, el mundo occidental se tiñó de rojo, azul y blanco en memoria de las víctimas francesas.

Esta vez, el duelo colectivo adquirió el color de la bandera de barras y estrellas de los Estados Unidos por el medio centenar de muertos que dejó la masacre de Orlando, perpetrada por un desquiciado que simpatizaba con grupos radicales islámicos contra una discoteca frecuentada por la comunidad gay, mientras el Daesh liquidaba a 20 personas en un doble atentado suicida perpetrado en las afueras de Damasco.

¿Por qué sentimos más empatía por las víctimas francesas, norteamericanas o belgas, también blanco de atentados recientes, que por las de Medio Oriente y de otros confines? En una conferencia hecha libro con el título Nuestro mal viene de más lejos (Capital Intelectual, 2016), el filósofo, novelista y dramaturgo francés Alain Badiu dice que “hay partes de la humanidad que son más humanas que otras”, que “un muerto occidental es algo terrible” y que “mil muertos en África, en Asia o en Medio Oriente, o hasta incluso en Rusia, no son, al fin y al cabo, gran cosa”. Cierto. No lo son.

Multitud de hashtags en Twitter, como #PrayforParis o #StayStrongParis, así como una aplicación en Facebook que permitía teñir la foto de perfil del color de la bandera francesa, refleja la sensibilidad occidental frente a algo que ocurre en sociedades que, en principio, son más semejantes a las nuestras que otras, como la libanesa, la siria, la iraquí o la afgana, también dolidas por el terrorismo. «Cuando mi gente murió, ningún país se molestó en encender sus edificios con los colores de nuestra bandera», tuiteó un libanés. En caso de hacerlo, ¿alguien en el mundo occidental habría reconocido una bandera roja y blanca con un cedro en el centro?

Esto significa que hay muertos de primera y de segunda. Todo remite a la teoría de la identidad social, labrada en los años ochenta por el psicólogo británico Henri Tajfel y su estudiante John Turner. Propone que las personas tienden a categorizarse a sí mismas en grupos excluyentes (ingroups) y a construir una parte de su identidad sobre la base de su membresía a ese grupo, forzando fronteras excluyentes con otros grupos ajenos a los suyos (outgroups).

Esos grupos fomentan tanto la identidad cultural como la autoestima gracias a sus similitudes en la raza, la religión y otros aspectos. Nos identificamos con aquellos que más se parecen a nosotros. ¿Por qué? Quizá por una reflexión del filósofo francés Pascal Bruckner que critica Badiu: “El modo de vida occidental no es negociable”. Discrepa con ella, pero, a la vista del rechazo de los norteamericanos a reformar la segunda enmienda de la Constitución, esa que les otorga “el derecho del pueblo a poseer y portar armas”, ¿acaso es negociable? No. Definitivamente. A pesar de las consecuencias.

Jorge Elías

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