La doctrina Obama




El embajador Noah Mamet con los miembros de CARI KOL: "Macri despierta las mismas expectativas de cambio que Obama en 2009"
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En vísperas del viaje a Cuba y Argentina, el presidente de los Estados Unidos se muestra tan alejado del optimismo de Clinton en la globalización como del “destino manifiesto de la democracia” norteamericana que pregonaba Bush

Por Jorge Elías

El mundo es cada vez más pequeño, según Barack Obama. Frente a esa realidad, cree que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba ha atenuado la antipatía hacia los Estados Unidos que primaba en América latina cuando asumió la presidencia, en 2009. Entonces, según el asesor adjunto de seguridad nacional de la Casa Blanca, Ben Rhodes, «Hugo Chávez, Evo Morales y las fuerzas antinorteamericanas tenían mucho peso, en parte porque los Estados Unidos desempeñaban el papel que ellos querían. Al apartarnos de esa disputa ideológica, logramos aislar la lógica en la que se basaban esos líderes antinorteamericanos».

Durante una entrevista con el Grupo de Comunicación de Política Exterior del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), también conocido como CARI KOL, el embajador norteamericano en Buenos Aires, Noah Mamet, calificó al nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, de “spot bright (punto brillante)”, porque, con su aire de cambio y su eslogan “Si, se puede (Yes, we can)”, despierta “las mismas expectativas de cambio que Obama en 2009”.

En vísperas de viajar a Argentina, después de ir a Cuba, el presidente norteamericano ha prometido desclasificar documentos de su país sobre la dictadura militar argentina en respuesta a organismos de derechos humanos. Obama estará en Argentina el 24 de marzo, 40º aniversario del golpe militar. El apoyo de un gobierno demócrata al esclarecimiento de las atrocidades cometidas en los años de plomo data, en realidad, de 2000. Ese año, la secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, convalidó la solicitud de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, rubricada por el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, hoy presidente del CARI, como relató entonces Martín Granovsky en el diario argentino Página/12. “Comparto la angustia por un tema que no puede darse así no más por terminado”, respondió Albright.

A propósito de la inminente y trascendente gira por América latina, la revista norteamericana The Atlantic ha publicado un profuso perfil de la política exterior de Obama. “Cuando llegué al poder, en la primera Cumbre de las Américas a la que asistí, Chávez aún era la figura dominante en la región –dice–. Tomamos una decisión estratégica muy temprano. Consistió en dar al problema las dimensiones que merecía, en lugar de tomárnoslo como un adversario gigantesco de tres metros de estatura, al decir: no nos gusta lo que está pasando en Venezuela, pero no es una amenaza para nosotros”. En ese foro, recuerda Obama, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, “despotricó durante una hora» contra los Estados Unidos.

Por ese motivo, nunca tuvo una relación fluida con la ex presidenta argentina Cristina Fernández, siempre propensa a acusarlos tanto a él como a los Estados Unidos en general de buena parte de los problemas domésticos: “Yo la veía a menudo en los encuentros del G20 o similares –señaló Obama en una entrevista exclusiva con CNN–. Teníamos una relación cordial, pero en lo que respecta a sus políticas, sus políticas de gobierno eran siempre antinorteamericanas. Creo que ella recurría a una retórica que data probablemente de los años sesenta y setenta y no a la actualidad».

Obama se muestra tan alejado de la visión optimista hacia la globalización de Bill Clinton como del “destino manifiesto de la democracia” de los Estados Unidos de George W. Bush. En esa tercera posición, sin asumir el papel de líder, el Estado Islámico (EI), que domina parte de Irak, Siria y Libia, “no es una amenaza existencial” para su país. Tampoco lo es China: “Tenemos que temer mucho más a una China debilitada y amenazada que a una China emergente y exitosa”. La “amenaza existencial para todo el mundo” es, a sus ojos, el cambio climático “si no hacemos algo”. Pronto.

En apenas ocho años, los que casi lleva de gobierno, el mundo ha cambiado. Mucho. América latina se aparta de la retórica populista. Europa lidia con sus contradicciones y con una ola sin precedente de refugiados. El eje de Medio Oriente se corrió del enfrentamiento entre Israel y Palestina hacia Siria, Irak, Libia, Yemen y otros países en conflicto. En algunos de ellos, el EI, desprendimiento de Al-Qaeda, ha empeorado aún más las cosas. El precio del petróleo y de las materias primas se ha desplomado. Quizá sea el detonante de los ajetreos políticos, incluidos Brasil y Venezuela.

Según Obama, Arabia Saudita, aliado histórico de su país, e Irán, ahora reconciliado con Occidente, deben pactar “algún tipo de paz fría” entre sí a pesar de su aversión mutua. La batalla entre sauditas, de credo sunita, e iraníes, de credo chiita, “ha ayudado a alimentar guerras subsidiarias y el caos en Siria, Irak y Yemen”. Tanto en Medio Oriente como en Europa, agrega, hay gobiernos “oportunistas” que presionan al suyo para involucrarse en conflictos que nada tienen que ver con sus intereses. Ni Arabia Saudita “tiene razón” en todo ni Irán “es la fuente de todos los problemas».

Obama admite que se equivocó en 2011 al intervenir en Libia bajo el alero de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para terminar con la dictadura de Muamar el Gadafi. Ese “error de Occidente”, como suele llamarlo el presidente de Francia, François Hollande, “no funcionó”, acepta Obama. Lo convencieron, entre otros, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, precandidata a sucederlo por su partido, el Demócrata. “Tenía fe en que los europeos, dada la proximidad de Libia, se implicaran más”, dice Obama.

Teléfono para el primer ministro británico, David Cameron; la canciller de Alemania, Angela Merkel, y el entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. La ejecución en vivo y en directo de Gadafi resultó contraproducente. “Aquello se convirtió en un espectáculo de mierda y Libia es hoy un desastre”, afirma Obama sin cortapisas. Contribuyeron factores que no tenían relación con la incompetencia de los Estados Unidos, sino con la pasividad de sus aliados y con la fuerza obstinada del tribalismo libio.

Ese año comenzó la Primavera Árabe. Dos años después, en 2013, continuaba la guerra en Siria. El presidente Bashar al Assad había cruzado “la línea roja”, utilizando armas químicas contra su pueblo. ¿Por qué no ordenó un bombardeo? «Estoy muy orgulloso de ese momento –responde Obama–. El hecho de que fuera capaz de contenerme ante las presiones inmediatas y pensar bien lo que estaba en el interés de los Estados Unidos, no solo con respecto a Siria sino también con respecto a nuestra democracia, fue una de las decisiones más difíciles que he tomado, y creo que en último término fue la correcta».

Superadas las tensiones con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, por la anexión de Crimea, Ucrania, el 45 por ciento de los norteamericanos aprueba su política exterior, según Gallup. Ese índice alcanzó el 54 por ciento en 2009, cuando intentó unir a los musulmanes en un histórico discurso pronunciado en El Cairo frente al faraón Hosni Mubarak, depuesto durante la Primavera Árabe, y recibió el premio Nobel de la Paz. Había heredado de Bush dos guerras en curso: Afganistán e Irak, así como una imagen nacional deteriorada. En casa, a pesar de ser el primer presidente afroamericano de la historia, la violencia racial alcanzó extremos inconcebibles. Paradoja de una sociedad que, enfadada consigo misma y con los políticos, deja crecer a Donald Trump. Nada menos.

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