El final ilusiona más que el comienzo




Mauricio Macri y Dilma Rousseff: buen fin y mejor comienzo
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La desaceleración de la economía se traduce en disgusto político en América, con una nueva clase media que demanda gobiernos modernos, transparentes y abiertos

 

Por Jorge Elías

Contra toda regla, el final crea más expectativas que el comienzo. El final del gobierno conyugal de los Kirchner en Argentina. El final de la hegemonía fundada por Hugo Chávez y heredada por Nicolás Maduro en Venezuela. El final de la corrupción por entregas durante los gobiernos de Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil. El final de la presidencia de Otto Pérez Molina en Guatemala, también salpicada por la corrupción. El final de la rutina del Partido Colorado en las alcaldías de Asunción y de otras ciudades de Paraguay. El final de la dictadura de los hermanos Castro en Cuba. Y, en cierto modo, hasta el final de la era conservadora de Stephen Harper en Canadá.

El final de una tendencia marcada por la permanencia en el poder en desmedro de la alternancia coincide, a su vez, con el final de un ciclo económico dominado por los precios altos de las materias primas y del petróleo. El parón se tradujo de inmediato en la caída de la aprobación de los gobiernos: del 60 por ciento en 2009 al 47 por ciento en 2015, observa Latinobarómetro.

La satisfacción con la calidad democrática también empezó a cotizarse en baja y, con ella, el grado de afección política. En algunos países, la rémora de una presunta izquierda que se volvió arrogante y excluyente chocó contra su propio mérito: 100 millones de personas salieron de la pobreza y engrosaron la clase media desde 2001, según el Banco Mundial.

Argentina vive una polarización política | Jorge Elías | Televisa

Esa nueva clase media, más inspirada en el desaliento que en las expectativas, ve ahora con buenos ojos que un presidente pro mercado como Mauricio Macri clausure los 12 años consecutivos de los Kirchner en Argentina, termine con la mayoría de número socialista en la Asamblea Nacional de Venezuela, tramite el juicio político contra la mandataria brasileña más impopular de la historia a poco de haber sido reelegida, convierta en presidente de Guatemala a un comediante de televisión sin experiencia política como Jimmy Morales, frene al presidente Horacio Cartes en su afán de “teñir de colorado” a Paraguay y corone como primer ministro canadiense a un socialdemócrata cero kilómetro como Justin Trudeau.

¿Qué ocurrió en estos años? La aparente estabilidad pasó a ser un signo de estancamiento, con mandatarios vitalicios dedicados a atender en forma exclusiva a su clientela electoral y a despreciar, si no a aporrear, al resto de la población. El escándalo de la petrolera estatal Petrobras, destapado en tiempos de la presidenta Rousseff, ha subido el amperímetro de la corrupción como principal problema brasileño a niveles más altos que en 2005, cuando todas las sospechas estaban centradas en la compra de votos para la reelección de Lula. En Venezuela, con opositores en las cárceles y desabastecimiento en las góndolas, el gobierno de Maduro se muestra incapaz de reducir el índice de violencia, tan preocupante como el de la inflación.

Tanto Venezuela como Ecuador y Canadá recibieron en el ojo derecho el impacto del contundente desplome del precio del barril de petróleo, de más de 100 dólares en 2014 al filo de los 40 en menos de un año. El primero en enterarse pareció ser el régimen cubano, presto a enfriar en un pispás una década y monedas de amistad fraterna con Venezuela, regada de crudo subsidiado, y a olvidar en forma simultánea más de medio siglo de guerra fría contra los Estados Unidos. En la región más desigual del planeta, la memoria, a veces, privilegia la ideología y otras, la mayoría, el interés en polarizar a la sociedad en beneficio propio, rasgo patológico de algunos gobiernos en retirada.

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