La muerte en vivo




Vester Lee Flanigan apareció de la nada disparando a mansalva
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El brutal asesinato de una reportera y un camarógrafo de un canal de televisión de Virginia mientras realizaban una entrevista aviva el debate sobre la ola de violencia que azota a los Estados Unidos

La reportera Alison Parker, de 24 años de edad, empuñaba el micrófono mientras interpelaba en vivo a Vicki Gardner, directora ejecutiva de la Cámara de Comercio Regional del Lago Smith Mountain, para el noticiero matutino del canal de televisión WDBJ7, de Roanoke, Estado de Virginia. La escena, registrada por el camarógrafo Adam Ward, de 27, reflejaba un apacible amanecer en el centro comercial Bridgewater Plaza, de Moneta, condado de Bedford. La entrevistada exaltaba la importancia de unir a la comunidad para impulsar el turismo. Nada extraño hasta que Vester Lee Flanigan apareció de la nada disparando a mansalva.

Parker y Ward murieron en el acto. Gardner, gravemente herida, debió ser hospitalizada. Flanigan, ex empleado de la cadena, difundió dos videos de la masacre en cuentas de Twitter y Facebook bajo el nombre de usuario Bryce Williams. Luego se suicidó. Durante la balacera, la conductora del noticiero, Kimberley McBroom, se quedó atónita frente a la cámara: «No estoy segura de qué ocurrió –balbuceó–. Les informaremos en cuanto sepamos de dónde provienen esos sonidos». Esos sonidos eran los tiros, secos, agudos, seguidos de los gritos de las dos mujeres y de la imagen de las piernas del agresor tras la caída del camarógrafo.

Fue un hecho criminal, no un atentado terrorista, en un contexto marcado por la violencia. La ola desatada por policías blancos que asesinaron a sangre fría a afroamericanos desarmados, empezando por Michael Brown en Ferguson, Missuori, ha revertido la tendencia a la baja que había tenido el crimen en las últimas dos décadas y media. ¿Causas? Las de siempre: la proliferación de las drogas, con una frontera sur cada vez más permeable, y de las armas de fuego, cuya posesión para defensa personal y actividades recreativas defiende a ultranza el poderoso lobby de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en inglés), fundado en Nueva York en 1871, en virtud de la segunda enmienda de la Constitución. Tiene cinco millones de socios.

En varias ciudades, el índice de muertes violentas ha trepado en forma abrupta y, como consecuencia de ello, ha hecho mermar la confianza en la policía. La tensión racial, más allá de que casualmente el asesino de la reportera y del camarógrafo fuera afroamericano, también ha crecido. Si bien entre 1990 y 2012, las muertes violentas cayeron casi a la mitad, según la Brookings Institution, se trata del cuarto país con mayor promedio de homicidios del mundo, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU): 3,82 por cada 100.000 habitantes.

En los Estados Unidos, con 321 millones de habitantes, circulan 270 millones de armas. Por esa razón, los norteamericanos tienen 20 veces más posibilidades de morir a causa de la violencia armada que los ciudadanos de cualquier otro país desarrollado. El Sur, con un índice más alto de posesión de armas, es la región más violenta. Crímenes espantosos como el del centro comercial de Moneta, impactante por haber sido transmitido en vivo por televisión, han ocurrido en colegios primarios y secundarios, universidades, centros de reclutamiento militar, cines, parques y templos religiosos. Hasta donde están prohibidas las armas se disparan ahora las alarmas.

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