Al mundo le sobran bolsillos




El "traje Ibáñez" pretende ser un sinónimo de honestidad
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Un sastre paraguayo, harto de los escándalos de corrupción, decidió confeccionar un traje exclusivo para presidentes, legisladores y funcionarios públicos

Mao Tsé-tung intuyó que Nikita Khruschev intentaba engañarlo. “Aquí no se sienta uno a la gran mesa de la negociación internacional si no lleva la bomba atómica en el bolsillo”, le avisó. Mucho antes, Lenin había definido al escritor ruso Boris Savinkov, responsable de asesinatos de funcionarios imperiales entre 1904 y 1905, como “ese burgués con una bomba en el bolsillo”. Más de un siglo después, el tenor español José Carreras, independentista catalán, lleva en el bolsillo “un trozo de bandera” de Cataluña. “¡Visca Catalunya Lliure (Viva Cataluña libre)!”, grita para sus adentros antes de cantar.

Eso de llevar efectos personales en los bolsillos, empezando por el dinero, se remonta a los tiempos en que el hogar era una cueva o la sombra del árbol más cercano. En 2009, un equipo de psicólogos de Edimburgo, Escocia, concluyó que hay más posibilidades de que sea devuelta una billetera perdida si tiene una foto o dos, preferentemente de bebés y perros. Etimológicamente, el bolsillo es un bolso pequeño. En los discursos políticos suele adquirir otra dimensión, aunque siempre se trate de un trozo de tela en forma de bolsa cosido en una prenda de vestir. Puede tener solapa, botón o cremallera.

Poderosos no son aquellos que van con los bolsillos a punto de estallar, sino una minoría que lleva poco o nada en ellos. Es el privilegio de los reyes y de los mendigos, no pendientes de la oferta del día con una tarjeta de crédito o una de descuentos. Desde hace más de dos décadas, al final de mis entrevistas periodísticas, suelo preguntarles a presidentes y primeros ministros de distintas latitudes: “Seré curioso ¿qué lleva en el bolsillo?”. He acopiado más de medio centenar de confesiones insólitas, plasmadas en mi libro El poder en el bolsillo, publicado por el Grupo Editorial Norma en Argentina y Algón Editores en España.

Quizá no enterado de mi recopilación de respuestas, un sastre de Asunción amenaza con interrumpirla de cuajo. Roberto Espínola, conocido por vestir presidentes, legisladores, funcionarios públicos y hombres de negocios de Paraguay, lanzó el “traje Ibánez”. Su gracia radica, casualmente, en carecer de bolsillos. El peculiar atuendo debe su nombre al diputado José María Ibáñez, del oficialista Partido Colorado, acusado de haber usado dinero estatal en beneficio propio. En él encontró Espínola la fuente de inspiración de una prenda que, en realidad, pretende ser un símbolo de honestidad y una denuncia contra la corrupción.

Entre los mandatarios latinoamericanos se ha hecho habitual la apelación al bolsillo de los poderosos como sinónimo de avaricia. El difunto candidato presidencial paraguayo Lino Oviedo, compatriota del sastre Espínola y del diputado Ibáñez, mandó hacer “dos millones de calendarios de bolsillo” con la promesa de “volver, libertar y gobernar” a su país. En uno de sus discursos martilló en castellano y en guaraní: “Cuando uno no tiene para comer o se encuentra con su hijo enfermo, hierro aku jepe ohupíta ipópe (es capaz de agarrar hierro caliente) o, si no, opo’êta nde bolsíllope (en cualquier bolsillo va a meter su mano)”.

No era el caso de Christian Wulff. Cuando renunció a la presidencia de Alemania en 2012 por «indicios concretos y suficientes» de «tráfico de influencias y cohecho» durante su gestión en Baja Sajonia, muchos compararon hechos similares en sus países que jamás iban a ser investigados. Wulff era acusado de haber aceptado vacaciones pagadas, regalos y prebendas del industrial cinematográfico David Groenewold a cambio de contratos públicos y ventajas fiscales. En su país dimitieron por sospechas de corrupción Willy Brandt a su cargo de canciller y el ex canciller de la unificación, Helmut Kohl, a la presidencia de su partido.

El poder no convierte a todos los políticos en corruptos, sino a muchos en hipócritas. De incurrir en actos ilícitos, tengan bolsillos en sus trajes o no, la admisión de los hechos y la renuncia al cargo fortalecen la legitimidad de los gobiernos y mantienen en forma la democracia. En Argentina, Brasil y España, entre otros países, se multiplican las denuncias, pero ningún imputado acusa recibo de sus tropelías. En China, desde que Xi Jinping asumió la secretaría general del Partido Comunista, en 2012, unos 63.000 funcionarios del partido han sido sancionados por esa razón. Más de 70 se han suicidado.

Lo dejó dicho Albert Einstein: “No guardes en la cabeza lo que te quepa en un bolsillo”, pero, agrego, no olvides llevar en la billetera la foto de un bebé o de un perro por si la pierdes. De ponerse de moda el “traje Ibáñez” ni el pañuelo de fantasía o pochette podremos llevar. Lo creó George Bryan Brummell, alias Beau Brummell o Bello Brummell, en el siglo XIX. Era amigo y sastre del rey George IV de Inglaterra, tan celoso de su aspecto como yo de continuar con mi colección de respuestas sobre los controvertidos bolsillos de presidentes, primeros ministros y afines.

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