Nunca es triste la verdad




Armenios en pie de protesta
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El genocidio armenio, no reconocido por Turquía, ha sido, a los ojos del papa Francisco, de la ONU, del Parlamento Europeo y de 21 Estados nacionales, “el primero del siglo XX”

A mediados del siglo XIX, el filósofo, político y economista británico John Stuart Mill dejó dicho que una opinión debía ser debatida a fondo, “frecuentemente y sin temor”, de modo de evitar que se marchitara como “un dogma muerto”. La verdad, concebida como la idea por Platón y como la forma por Aristóteles, descorre el velo de la apariencia. Poco ha variado ese concepto. La verdad, según Cicerón, se corrompe tanto con la mentira como con el silencio, pero siempre es lo que es. Es lo inmutable, aquello que no cambia más allá de la discusión y de la interpretación.

¿Puede cambiar la verdad sobre el holocausto judío, por ejemplo? Hitler halló su fuente de inspiración en el genocidio armenio por la rapidez con la que creyó que el mundo iba a olvidarlo. Reparó en ese capítulo oprobioso de la historia, llamado holocausto armenio por Winston Churchill, para emprender la impiadosa y abominable faena de purificación social por la cual, además de judíos, ordenó eliminar rusos, eslavos, polacos, gitanos, homosexuales y discapacitados.

Un millón y medio de armenios, según los armenios, o un cuarto de millón, según los turcos, fueron ejecutados entre 1915 y 1923 por el imperio otomano, gobernado por los Jóvenes Turcos. Más allá de la cantidad de muertos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Parlamento Europeo, 21 Estados nacionales y 42 de los 50 Estados de los Estados Unidos han concluido que no ha sido un incidente aislado, como quiere exponerlo Turquía, sino un genocidio con todas las letras, “el primero del siglo XX” a los ojos del papa Francisco. Se trató, lisa y llanamente, del “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”.

Frente a esa verdad, ¿debe cada país condenar por ley la atrocidad o, como algunos países europeos, penar la negación del otro holocausto, el judío? Sobre el holocausto armenio, tan aberrante como cualquier otro, el Comité de Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos aprobó en 2007 una tardía resolución de condena. Lamentó esa decisión el entonces presidente, George W. Bush, por el daño en la relación bilateral con Turquía, “un aliado clave en la Organización del Tratado del Altántico Norte (OTAN)”, y en la guerra contra el terrorismo declarada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Bush adujo que no era “la respuesta correcta a esas matanzas masivas históricas». ¿Cuál es la respuesta correcta? La verdad, a veces, puede resultar incómoda. Ronald Reagan había sido el único presidente norteamericano en hablar del genocidio armenio. Es inmutable la verdad, no la oportunidad. La oportunidad chocó durante el gobierno de Bush contra una realidad: por Turquía, el único país musulmán miembro de la OTAN, ingresaban la mayoría de los víveres para las tropas destinadas a Irak, así como parte del combustible. Era inoportuno rever una matanza pretérita en medio de la cruzada histórica.

Si Mill planteó que una opinión debía ser debatida a fondo, ¿qué Estado puede imponer la verdad o, acaso, su verdad? En 2006, un tribunal de Viena condenó al historiador británico David Irving a tres años de prisión por negar el holocausto judío y la política de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La justicia de Turquía quiso condenar a Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura, por afirmar la existencia del holocausto armenio. ¿Es necesario lapidar al otro por no coincidir con la opinión mayoritaria, más allá de que su negación o su afirmación sea aberrante? Legislar sobre la historia restringe la libertad de expresión.

En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, aquello que debía ser la evacuación de la población civil armenia, dispuesta por el gobierno de los Jóvenes Turcos, derivó en la matanza de la cual cada uno estima su magnitud. Turquía recibió en 1999 el estatus de candidato para ingresar en la Unión Europea; el Consejo Europeo evaluó en 2004 si había satisfecho algunas demandas, como el respeto a la democracia, la ley y los derechos humanos de las minorías étnicas. En determinados momentos, por necesidad, los gobiernos instan a sus pueblos a omitir la realidad. En un caso o el otro, el holocausto armenio existió. Sólo incomoda la verdad.



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