AL en marcha y EE UU, cerrado por reformas




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Cada vez que los Estados Unidos enfilan hacia un iceberg por las discrepancias entre sus dos partidos mayoritarios, un golpe de timón evita la colisión y el hundimiento sobre la hora. La orquesta sigue tocando, en lo que aparenta ser el Titanic, mientras demócratas y republicanos se secan el sudor y reponen energías. Eso ocurrió en 2011 durante el debate en el Congreso del aumento del techo de la deuda. Era inminente el shutdown (cierre parcial de la administración pública). Lo evitaron. Esta vez, en medio de un mar encrespado por la creciente polarización, han acusado el impacto y se han visto obligados a declararlo.

El rechazo a la cobertura universal de la salud, ley insignia de Barack Obama, ha llevado a los republicanos a restringir los fondos para el funcionamiento del Estado federal. El presupuesto de los Estados Unidos es competencia del Capitolio, no de la Casa Blanca, razón por la cual puede servir a la oposición de herramienta de presión. Por el shutdown no cierra toda la administración pública, sino una parte. Eso da una pauta del poder real del presidente. Los padres fundadores se inspiraron en el control del gasto e impusieron el sistema de checks and balances (controles y equilibrios) de los tres poderes para evitar abusos.

El sistema en sí no es mejor ni peor que otros. Es distinto. En América del Sur y otras latitudes, el presupuesto suele tener música y letra del gobierno de turno y, a su vez, puede regirse por los bandazos electorales y hasta ser utilizado para esos fines. Eso da lugar a arbitrariedades por el escaso conocimiento de la sociedad sobre el comportamiento de sus representantes, sean ediles, diputados o senadores. Lo mismo ocurre con el patrimonio presidencial. Obama, como sus antecesores, debió dejarlo en manos de un albacea; en la Argentina, los Kirchner multiplicaron varias veces el suyo durante el ejercicio del poder.

¿Cómo llegaron los Estados Unidos al primer shutdown desde el padecido por Bill Clinton, también demócrata, a mediados de los noventa? Para achicar el déficit hay dos vías: reducir el gasto o incrementar el ingreso. Obama optó por una combinación de ambas, reformando  programas sociales, bajando algunas partidas caras a los republicanos como la del Pentágono y suprimiendo beneficios fiscales para rentas altas, un regalo de despedida de George W. Bush para aquellos que ganaban más de 250.000 dólares anuales

Ante el peligro de un aumento de los impuestos, los republicanos pidieron más poda del Estado federal e intentaron bloquear en varias ocasiones la reforma sanitaria, más allá de que haya sido sancionada por el Congreso en 2010 y legitimada por el Tribunal Supremo en 2012, Ese año, Obama logró ser reelegido. Otra señal a su favor. No le alcanzó. ¿Por qué esa ley es tan importante para él? En 1995, su madre murió de cáncer, a los 53 años de edad, después de lidiar con la aseguradora por el pago de sus medicinas.

En los Estados Unidos, los mayores de 65 años están cubiertos por el Medicare y las familias con ingresos modestos, así como los niños, las embarazadas y los discapacitados, están cubiertas por el Medicaid. Entre un plan médico y el otro, gestionados en forma poco eficiente por el Estado federal, hay una legión de 46 millones de personas que, de necesitar asistencia, deberá pagarla o contraer una deuda acaso tan fastidiosa como una hipoteca y otra legión de 25 de millones de personas que, sofocada por el alto costo de los seguros, toca madera ante la posibilidad de caer en cama.

La reforma sanitaria es apenas la excusa del shutdown. En los Estados Unidos, los legisladores, afincados temporalmente en Washington, deben rendir cuenta en sus condados sobre el cumplimiento de sus promesas electorales. En la Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, el Tea Party votó 43 veces en contra de la reforma sanitaria, llamada en forma despectiva Obamacare, sin conseguir mayoría en el Senado para derogarla. Esto, más allá de que la ley cuente con financiación propia y no se vea afectada por el shutdown.

En América del Sur, con partidos políticos en crisis que dieron paso a hegemonías unipersonales de distinto signo y factor, ni la separación de poderes prima en la asignación de recursos ni la conducta de los representantes está atada a sus promesas. Son visiones distintas, en ocasiones tan imperfectas como la norteamericana en el momento en que el Estado federal manda a casa y sin paga a 800.000 de sus 2,1 millones de empleados. Ni una ni la otra pueden jactarse de su eficacia, casi siempre expuesta a los icebergs y los chantajes de un lado o del otro mientras, en lo que aparenta ser el Titanic, la orquesta sigue tocando.



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