Felicidad por decreto
Tres siglos antes de Cristo, Aristóteles, discípulo de Platón y maestro de Alejandro, decía que el fin de la polis era “la felicidad de los ciudadanos” y que, para alcanzarla, podían valerse de “las distintas formas de organización política”. Tanto la Declaración de Independencia de los Estados Unidos como las constituciones de Japón, Corea del Sur y Brasil consagran el derecho a “la búsqueda de la felicidad” como una meta, no como una obligación. Es un anhelo individual, no colectivo, también contemplado en la Constitución española de 1812, llamada La Pepa, como “objeto del Gobierno”. Era un anhelo individual, en realidad. Excepto el escritor británico George Orwell con los ministerios del Amor, de la Paz, de la Abundancia y de la Verdad, plasmados en la novela 1984, ni el remoto reino budista de Bután, el único que mide la felicidad interna bruta en lugar del producto bruto interno, se ha atrevido a tanto como el gobierno de Venezuela. El presidente Nicolás Maduro ha creado el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo, encargado de (leer más)