EE.UU. es más optimista que Europa




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Tres de cada cuatro europeos creen que la situación empeorará en el futuro inmediato, según una encuesta de Ipsos y Publicis. Ven el vaso medio vacío o, en realidad, no perciben la luz al final del túnel. Del otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos, también afectados por la recesión desatada en 2008, Andrew Kohut y Michael Dimock rescatan el optimismo de los ciudadanos a pesar de la creciente desigualdad y de las dificultades económicas. Lo hacen en un trabajo divulgado por el Council on Foreign Relations (CFR). Persiste en ambos casos la inseguridad sobre el empleo, la vivienda, la educación y la jubilación.

Ahora bien, ¿por qué los europeos son más pesimistas que los norteamericanos? Primero, porque unos notan con pavor que la Unión Europea ha invertido sus energías en salvar al euro, no a los europeos. Segundo, porque los norteamericanos, más allá de sus pesares económicos y de sus críticas mordaces a los políticos, aún confían en resolver por sí mismos sus problemas en un sistema que consideran justo y que, más allá del crecimiento de la inequidad, tiende a repartir en forma equilibrada los ingresos. Los europeos, en contraste, son cada vez más propensos a discriminar entre los del Norte y los del Sur como si vivieran en continentes diferentes.

En una década, el optimismo que despertaba la Unión Europea cayó en picada por varias razones: Alemania prestó dinero barato a sus socios, Grecia falseó sus estadísticas, Italia se rehusó a reducir su deuda, España infló la burbuja inmobiliaria, Irlanda privilegió a su sector financiero y Chipre se convirtió en el paraíso fiscal de Rusia. En Chipre, el último país en estallar, quedaron al descubierto el desgobierno y la impotencia de la Unión Europea. Mientras la gente corría a los bancos a rescatar sus ahorros, los líderes europeos seguían atados a sus agendas electorales. La única señal de Bruselas, como antes en Grecia, era insistir en la austeridad a ultranza.

En los Estados Unidos, según el CFR, “mientras los economistas debaten si los fundamentos de la economía están en declive, el estado de ánimo de la opinión pública puede interpretarse como un desafío, no como una derrota”. Por primera vez en la historia reciente, los norteamericanos han experimentado una merma en la riqueza y los ingresos. Los más afectados han sido las clases media y baja. Ha crecido la brecha con los más ricos. Las divisiones de clase, agrega el trabajo, se han incrementado notablemente durante las últimas tres décadas en las 30 mayores áreas metropolitanas del país.

Frente a situaciones delicadas, varios sondeos nacionales han concluido que los norteamericanos pueden deprimirse, pero no ven afectados sus valores y creencias. Esa sería la sal del optimismo, así como la confianza en el individuo, en el trabajo duro y en el potencial de progreso personal. En Europa prima lo colectivo, sobre todo frente a escenarios desesperanzadores en los cuales sube como una guillotina la tasa de desempleo y baja como un martillo el índice de ejecuciones hipotecarias. Eso ocurre, por ejemplo, en España, donde casi dos millones de familias no tienen trabajo ni más ingresos que los provenientes de la seguridad social y la ayuda familiar.

Escribe el historiador británico Timothy Garton Ash: “La Unión Europea constituye el imperio creado más a regañadientes de toda la historia del continente, y dentro de ese imperio a su pesar Alemania es un imperio más a su pesar todavía. El riesgo de que se produzca una guerra entre Estados en la Europa de la Unión es insignificante. La analogía de 1913 es más válida hoy para Asia, donde China asumiría el papel de la Alemania del káiser Guillermo. No obstante, existe un verdadero peligro de que los vínculos sentimentales y de hermandad esenciales para construir cualquier comunidad política estén haciéndose añicos”.

Ese es el punto. La Unión Europea, desde el comienzo de la crisis, se arma y se desarma como si fuera un castillo de naipes. Eso influye en la política interna de sus 27 miembros, que viven en estado de elección permanente cual analogía de la revolución permanente predicada en su tiempo por Trotski. Es más fácil ser optimista en los Estados Unidos: no sólo porque es un solo país, sino, también, porque las decisiones no dependen de una troika (Comisión Europea,  Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) cuyas palmadas nunca se sabe si son bofetadas o aplausos.



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