Año nuevo, crisis vieja




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¿Qué nos sucede, vida, que, últimamente, estamos malhumorados y no sabemos por qué? Mal de muchos, consuelo de tontos, pero, consuelo al fin, ni los alemanes son felices. Lo confirma una encuesta de Ipsos sobre el bienestar nacional. Los habitantes del país más rico y pujante de Europa se sienten insatisfechos. La mayoría, como en otras latitudes, desearía tener menos preocupaciones económicas e incertidumbre respecto del futuro, así como contar con una mejor cobertura médica. Hilando más fino, no pocos alemanes se contentarían con ser más espontáneos, dormir más y tener sexo.

En los caprichosos índices de la felicidad, como el más reciente elaborado por Gallup tras auscultar 148 países, ocho de los diez primeros son americanos. ¿Es posible que Panamá, Paraguay, El Salvador, Venezuela, Trinidad y Tobago, Guatemala, Ecuador y Costa Rica superen en sonrisas, a pesar de sus pesares, a otros con mejores condiciones de vida? Mayor ingreso, en principio, no implica mayor bienestar. En medio de la crisis global, la región vive una suerte de verano que, frente al crudo invierno de Europa y los Estados Unidos, influye en forma decisiva en el estado de ánimo de la gente.

En los Estados Unidos, la Universidad de San Francisco planteó una disyuntiva: de disponer de 2.000 dólares, ¿prefiere usted gastarlos en un traje a medida o en un fin de semana en una playa paradisíaca? Seis de cada diez se inclinaron por la segunda opción. Ese segmento exhibió mayor complacencia personal y propensión a llevarse bien con los demás y a estar menos nervioso ante imprevistos. Una ínfima proporción se mostró conforme con su rutina, especialmente la laboral. En ello cala hondo el miedo a perder desde empleo hasta la casa y el coche, síntoma frecuente en la clase media.

La clase media ha crecido en forma considerable y sostenida en América latina, según el Banco Mundial. La disminución de la pobreza de más del 40 por ciento en 2000 a menos del 30 por ciento en 2010 ha permitido ascender en la escala social a 50 millones de personas. ¿Cómo es un latinoamericano de clase media? Es un trabajador del rubro de servicios razonablemente educado, con un contrato formal en una compañía privada y menos hijos que los pobres. Su hogar, asentado en áreas urbanas, es sostenido por el varón y la mujer con ingresos que oscilan entre los 10 y los 50 dólares por día.

Tanto en Europa como en los Estados Unidos persisten alarmantes índices de desempleo. Aquellos que, por fortuna, están ocupados se quejan por estar “muy ocupados”, “demasiado ocupados” o “terriblemente ocupados”. Eso quita espacio para la familia, la pareja y los amigos, principales usinas de la felicidad en los sondeos. En América latina, más allá de la bonanza de los últimos años, también pulula el miedo, traducido en desgano, estrés y enfermedades. El tiempo libre, de aparente mala fama, permite establecer y consolidar relaciones y abonar la inspiración en el trabajo.

Todos los índices de felicidad son relativos, pero reflejan en su conjunto el estado de ánimo de la gente. En el titulado “Planeta Feliz 2012”, elaborado cada año en 151 países por la Fundación Nueva Economía, de Londres, nueve naciones de América latina dominan los diez primeros lugares de la lista. Son casi los mismos que en el índice de Gallup: Costa Rica, Colombia, Belice, El Salvador, Jamaica, Panamá, Nicaragua, Venezuela y Guatemala. “Si cada habitante del planeta viviera como en los Estados Unidos, necesitaríamos cuatro planetas para mantener nuestro nivel de consumo”, señala el informe.

La conclusión, más allá de los halagüeños puntajes de bienestar sustentable surgidos de la evaluación sobre la calidad y la expectativa de vida y la huella ecológica, es que el mundo no es un sitio feliz ni seguro. En los Estados Unidos, los puritanos impusieron el trabajo como una virtud, no como una maldición bíblica. El ocio, de ser un objetivo, no se cotiza en alza ni es el fin, sino, más que todo, una suerte de propina que uno recibe cada tanto como premio al esfuerzo y la dedicación. La tecnología ha hecho de las suyas con móviles, tabletas y minicomputadoras capaces de mantenernos alertas hasta en los días libres.

El interés en la compra de más y mejores aparatos atenta contra la posibilidad de invertir en vacaciones, sinónimo de felicidad. El tedio, la otra cara de la moneda, no es tan malo como parece. Se trata de un invento moderno, propio de las grandes ciudades desde el siglo XIX. Antes no existía. “Ahora nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo de aburrirnos”, dice Bertrand Russell en el libro “La conquista de la felicidad”. En 1930, cuando lo escribió, hablaba de miedo. Esa sensación, propia de la clase media, va más allá de fin de mes. Es el futuro el que asusta ahora hasta en las economías más prósperas.



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