Candidatos en sale




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Me informa Rufus Gifford, director nacional de finanzas de la campaña Obama for America, que Mitt Romney tenía a comienzos de este mes 34 millones de dólares más que los demócratas y que, en una semana, gastó 57 millones en avisos televisivos “en contra de nosotros”. En el mismo correo electrónico, tras revisar sus registros, me reprocha no haber soltado un solo dólar en el año. Cierto. Para reparar mi error antes de que sea demasiado tarde, me ofrece donar cinco dólares mientras Barack y Michelle, identificados con sus nombres de pila, me piden en otros correos electrónicos que les transfiera esa cantidad o más. Cuanto más, mejor.

Desde las antípodas, Romney me confiesa: “Amigo, me postulo para presidente porque quiero ayudar a crear un futuro más brillante y recuperar la fuerza de nuestra nación”. Es la introducción para invitarme a un mitin en Florida del senador Marco Rubio, el primero en la historia de origen cubano. Si dono cinco dólares, procura convencerme, puedo participar de un sorteo para asistir con alguien más a esa reunión. En otro correo electrónico, el candidato republicano se muestra “orgulloso” de haber recaudado sólo en septiembre 43,15 millones de dólares como resultado de 1.011.773 donaciones de menos de 250 dólares.

Recibo estas tentadoras ofertas por inscribirme como presunto voluntario demócrata y republicano cada vez que hay elecciones. Lo hago con el código postal de mi antigua dirección de Bethesda, Maryland, cerca de Washington. Soy periodista. Quiero saber por dónde van los tiros.

De aportarles a los demócratas 10 dólares en lugar de los cinco solicitados, Barack a secas, alias BO en los tweets que escribe personalmente, dobla la apuesta: promete enviarme sin cargo un fino imán para el coche con el lema “Obama 2012” y hacerme un suculento descuento del 30 por ciento sobre pegatinas alusivas a su campaña cuyos precios rondan entre 1,50 y cinco dólares; vistosas camisetas con inscripciones alegóricas, rebajadas de 45 a 30 dólares, o un delicado brazalete valuado en 50 dólares.

Con la consigna “Make it count” (haz la cuenta), los republicanos me sugieren donar 15, 35, 100, 250, 1.000, 2.500, 5.000 dólares u otro monto, aunque, aclaran, “por ley, la cantidad máxima con la cual un individuo puede contribuir es de $2.500 para las primarias y $2.500 para las elecciones generales”. Entre los artículos de colección hay uno conmovedor: es una ropa de bebé, llamada Romney «R» Baby Onesie, con una primorosa “R” con los colores de la bandera de los Estados Unidos culebreando en el centro que, en coincidencia con el año, vale 20,12 dólares.

El uso masivo de Internet ha cambiado las vías de comunicación de los políticos. En las primarias demócratas de 2004, el precandidato Howard Dean notó que podía hacer campaña y recaudar fondos en la red. Perdió frente a John Kerry, pero dejó su estela. En las presidenciales de ese año, el estratego republicano Karl Rove echó mano de ese recurso para movilizar a la base cristiana que facilitó la reelección de George W. Bush.

En apenas cuatro años, Barack Obama perfeccionó el sistema en su duelo contra Hillary Clinton y terminó de pulirlo contra John McCain: difundió planes, anunció actos, reclutó voluntarios y embolsó millones de dólares gracias a módicos aportes de votantes primerizos que se familiarizaron con el eslogan “Yes, we can” gracias a YouTube, MySpace, Facebook y otros sitios sociales. Consolidó un canal efectivo para llegar a la ciudadanía sin prescindir de los medios tradicionales. Ese entusiasmo desapareció. Me pregunto, a la luz de los mensajes que atiborran mi casilla, si es más importante relegir al presidente o impedir que gane Romney.

Esta campaña, a pesar de la crisis, es la más cara de la historia: los candidatos y los comités de sus partidos recibirán 1.000 millones de dólares cada uno; en 2008, con más expectativas que ahora, reunieron en total 1.300 millones de dólares. Entonces, Obama rechazó fondos gubernamentales y, de ese modo, puso fin al financiamiento público del proselitismo. Los nuevos actores, llamados comités de acción política (PAC), no pueden apoyar a tal o cual candidato, pero se alían a uno de ellos o a un grupo concreto en defensa de intereses que, a su vez, requerirán voluntades en el Capitolio.

Como siempre, las elecciones de los Estados Unidos se realizan, en años divisibles por cuatro, el primer martes después del primer lunes de noviembre. Es un día laborable. ¿Cómo romper la rutina de la gente para capitalizar su voto? Los voluntarios recorren centros cívicos, templos religiosos y cafeterías. El cara a cara da más réditos que las llamadas telefónicas, pero hay excepciones: amigos de amigos o viejos compañeros de trabajo perdidos de vista, en plan de entrar en confianza, dejan entrever por teléfono detalles de tu vida privada, como las historias de crédito y de consumo; los sitios de Internet que visitas, o las relaciones que entablas en la red.

El sorprendente conocimiento de tus asuntos, acopiado por bases de datos compradas a compañías fisgonas, abruma e intimida. Las siguientes preguntas giran sobre la hora en que prevés votar y, si cuadra, hasta el camino que piensas recorrer hacia la casilla. La abstención, presumen, puede ser vergonzosa e incitarte a cambiar de actitud. El precio, creo yo, es tan alto como ir desnudo por la calle, despojado de intimidad. Los candidatos, embarcados en pasar la gorra cada vez que hacen despachar correos electrónicos a su nombre, tampoco pueden preservarla. Están en oferta, o en sale, de final de campaña. Y todo vale.



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