Condenados a reelección perpetua




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Le había prometido a su esposa, Anne Malherbe, que, al finalizar su gestión, iban a radicarse en el país del cual ella es oriunda, Bélgica. Rafael Correa, presidente de Ecuador desde 2007, dice ahora que es “muy probable” que sea candidato en 2013 a pesar de haber sido relegido en 2009 al amparo de la reforma constitucional que promovió; de decidirse, le permitiría prolongar su mandato hasta 2017. En Bolivia, el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) prevé para 2014 la segunda reelección de Evo Morales, presidente desde 2006. En la Argentina, un run-run parecido pregona para 2015 la segunda reelección de Cristina Kirchner, vedada por la Constitución.

En algún momento, todo presidente se siente superior al resto de los mortales. Lo es, en verdad. El mundo tiene poco más de 7.000 millones de habitantes. La cantidad de países varía, según la aceptación de los otros, entre 193 (los miembros de las Naciones Unidas) y 204 (los participantes de los Juegos Olímpicos de Londres). Son un puñado los tocados por la varita mágica del poder. El exceso de confianza obra en contra de ellos. Presumen que su labor merece prolongarse uno, dos o más períodos consecutivos. Y, alentados por coros de aduladores, pugnan por ser relegidos si está permitido o, si no, por modificar la letra constitucional para lograrlo.

Es una tara de América latina. En los noventa, Carlos Menem, Alberto Fujimori, Fernando Henrique Cardoso y otros resultaron relegidos tras impulsar reformas constitucionales con ese único fin. Álvaro Uribe debió rendirse ante el rechazo de la Corte Constitucional de Colombia a un referéndum con el cual pretendía legitimar su segunda reelección. En Guatemala, donde está prohibido un segundo mandato como en México, Paraguay y Honduras, la ex primera dama Sandra Torres se divorció del presidente Álvaro Colom para burlar las limitaciones para ser candidatos de los parientes del mandatario en ejercicio; vetó su ambición la Corte de Constitucionalidad.

Cunde el complejo de hybris, por el cual se sienten imprescindibles. Casi nunca son ellos mismos los gestores. En algunos casos, ante la imposibilidad de ser relegidos, juegan con esa carta para no ser lame ducks (patos rengos) en el final de sus mandatos. Eso refleja, en ocasiones, la escasa voluntad de favorecer al candidato de sus propias filas, excepto que se trate de un familiar. En otros casos, prefieren sucumbir al presunto clamor popular, como Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1999, o Correa, dispuesto a “asumir la responsabilidad» si “vemos que soy el único o el que tiene mayores probabilidades de llevar a la victoria este proyecto político”.

Tanto en Ecuador como en Bolivia, Chile, Uruguay, Panamá, Nicaragua y Costa Rica, el presidente debe esperar un período para volver a postularse. Siempre surge alguna treta. En 2009, el mandatario boliviano Morales, elegido en 2005, convocó a elecciones antes de cumplir los cinco años de gobierno para iniciar el mandato bajo las reglas del Estado Plurinacional, surgido de la reforma constitucional alentada por su partido. Como la nueva Constitución le permite un mandato de “cinco años” y puede ser relegido “por una sola vez de manera continua”, el MAS aduce que Morales tiene el derecho de ser otra vez candidato por no haber completado el primer período.

El patrón de concentración del poder, legitimado en las urnas, depende de mañas y artimañas para vivir en estado electoral, cual promesa permanente de gestiones eficientes. “Lo único que puede vencerme, y no sé hasta qué punto, es la muerte”, dejó dicho el ex presidente argentino Menem, curiosamente promotor del mentor de la revolución bolivariana y del socialismo del siglo XXI antes de convertirse en un símbolo del denigrado neoliberalismo de los noventa. El complejo de hybris, más que cualquier enfermedad, llevó a Chávez a plantearse la disyuntiva entre él o el abismo. Su modelo es la democracia de un hombre solo.

La obsesión por la reelección perpetua ha de guardar relación con la longevidad: alguien nacido en 1955 tenía una expectativa de vida de 48 años; alguien nacido en 2025 tendrá una expectativa de vida de 73 años, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Venezuela, Brasil, Colombia, la República Dominicana y la Argentina, como los Estados Unidos, admiten dos períodos consecutivos, pero, a diferencia de los Estados Unidos, varios países de América latina forjan presidentes fuertes que, en apariencia, no tienen repuesto. Nada está más alejado de la realidad en una región de cultura autoritaria y congresos débiles.

Uribe no deja de atacar a su sucesor, Juan Manuel Santos; Lula, tras haberse curado del cáncer, ensalza la enésima candidatura a la reelección de Chávez, diciendo que “su victoria será nuestra victoria”; Cristina Kirchner no acalla a los promotores de su supuesta segunda reelección, aunque deba reformarse la letra constitucional. Hasta la ex presidenta chilena Michelle Bachelet insinúa ser candidata en 2013. La manía por reincidir tal vez sea un antídoto contra la irónica comparación del ex presidente español Felipe González entre los ex mandatarios y los jarrones chinos: son bellos, valiosos y casi inútiles. Hasta para sus parientes.



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