Blues del dólar argentino




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Mientras era presidente de la Argentina, el difunto Néstor Kirchner se definía a sí mismo como “keynesiano y ortodoxo”. Su viuda y sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, no reparó en ello cuando ordenó el despliegue de inspectores de impuestos con perros y redadas contra operadores cambiarios para prohibir la compra de divisas extranjeras para atesoramiento. Los argentinos tienen más dólares físicos guardados que los estadounidenses. En un santiamén, con inflación en alza, crecimiento en baja y futuro en duda por la crisis global, el gobierno dispuso que la gente debía “pensar en pesos” en lugar de ahorrar o adquirir otras monedas.

Las severas restricciones, en un país cuyas propiedades y otros bienes siguen valuados en dólares, no impidieron que se fortaleciera el mercado paralelo de esa moneda, antes negro, ahora blue, con una brecha ascendente y preocupante respecto de las cotizaciones oficiales. Lo dejó escrito John Maynard Keynes, cuyo legado revivió en todo el mundo tras el estallido de 2008: «Cada vez que el franco pierde valor, el ministro de Finanzas [de Francia] está convencido de que se debe a todo, excepto a causas económicas. Lo atribuye a las misteriosas y malignas influencias de la especulación (…) Los especuladores son una consecuencia y no una causa de los precios altos”.

Los altos precios en la Argentina no se traducen en las flacas mediciones del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), manipuladas desde 2007, sino en las negociaciones de salarios que, bajo el nombre de paritarias, rondan el 25 por ciento. Es la estimación privada de la inflación anual. Hasta los dirigentes gremiales afines al gobierno, en medio de una virtual ruptura de la Confederación General del Trabajo (CGT), admiten que las cifras oficiales son poco confiables. Por la misma razón, los ahorristas compran dólares y prefieren acopiarlos en sus casas, a riesgo de ser asaltados, o cajas de seguridad bancarias en lugar de hacerlos rendir en el mercado.

El cepo al dólar, combinado con estrictas medidas para limitar las importaciones, ha provocado quebraderos de cabezas a la clase media, impotente frente al discurso nac&pop (nacional y popular) del gobierno. La oposición política desentona con su impotencia. De las filas del oficialismo ha surgido algo así como su reverso. En Daniel Scioli, gobernador de la provincia más importante del país, Buenos Aires, antes vicepresidente de la república, ha volcado un sector de la población sus expectativas de cambio a años luz de las presidenciales, previstas para 2015.

La presidenta Kirchner encabezó la cruzada contra el dólar con la promesa de convertir en pesos sus ahorros personales, de más de tres millones de dólares. La sociedad no se mostró entusiasmada con “pensar en pesos”. En otros intentos de alterar sus patrones de comportamiento se sintió decepcionada. En estas vacaciones invernales, menudos problemas han tenido desde los importadores de partes y equipos hasta aquellos que piensan viajar al exterior o vender y adquirir propiedades. La compra de dólares, única moneda aceptada en el mercado inmobiliario de segunda mano, está sujeta a la aprobación de los recaudadores de impuestos.

En el ínterin, el dólar blue ha subido por el ascensor y el oficial apenas lo ha hecho por la escalera. Las excesivas inspecciones han creado incertidumbre, así como la sequía que retrajo la cosecha de granos, más allá de los precios récord alcanzados en los mercados internacionales, y la desaceleración de la economía de Brasil. A diferencia de la crisis de 2001, las caceroladas de los disconformes con el rumbo no han tenido repercusión por provenir de los barrios más acomodados de la ciudad de Buenos Aires y no expresar más que rechazo al gobierno.

Detrás de los mensajes con tono patriótico de la presidenta Kirchner, prevalece el fantasma de las menguantes reservas en dólares a causa de la fuga de capitales. Esa tendencia, a los ojos de las autoridades monetarias, no implica sólo envíos masivos hacia el exterior, sino especulación interna. Los dólares comprados salen del circuito y, en bolsas y fajos intactos con el sello de la Reserva Federal, van a parar a cajas metálicas en los bancos, colchones o, en algunos casos, paredes falsas, selladas a cal y canto. Para los pequeños ahorristas, las alternativas son poco atractivas con una inflación del 199 por ciento desde 2007.

La única forma de hacerse de dólares al precio de la pizarra son los viajes al exterior. El trámite requiere permiso oficial, previo informe del destino, las escalas, los acompañantes y los medios de transporte. Uno calcula el monto necesario, pero los recaudadores de impuestos dirán cuánto puede comprar. Con la autorización, uno debe cerrar la operación en el banco en el cual tiene cuenta. De cancelarse el viaje y no devolver los dólares, se verá expuesto a sanciones y, de reincidir, hasta penas de prisión. «El mercado puede permanecer irracional más tiempo del que usted puede permanecer solvente», escribió Keynes, reivindicado por el ex presidente Kirchner.



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