Mucho trabajo, poco empleo




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En Europa no se habla de otra cosa que no sea el desempleo. Es alarmante. En los Estados Unidos, a pesar de transitar un año decisivo de elecciones presidenciales, difícilmente mejore ese índice. El déficit se extiende a Medio Oriente y África del Norte y Subsahariana, traducido en descontento social. Sólo América latina parece zafar de la tendencia negativa: este año, gracias a la bonanza acumulada en los anteriores y algunos indicios de estabilidad, aumentará un 0,5 por ciento la ocupación urbana, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (Cepal). ¿Es el mundo al revés? Más o menos.

Curiosamente, aquellos que antes reclamaban reformas estructurales en la región extienden ahora una receta similar en el Atlántico Norte. En todo el mundo, el desempleo afectará a 202 millones de personas en 2012 y a 207 millones en 2013, según la OIT. En un año, de confirmarse esos agoreros pronósticos, una legión de cinco millones de personas (algo así como la población entera de Costa Rica o de Nueva Zelanda) quedará excluida del mercado laboral. Las cifras gruesas nunca alcanzan a reflejar el drama de una persona formada en la cultura del trabajo que, de la noche a la mañana, sufre en carne propia el yugo del tiempo libre como una condena. La impotencia es el primer síntoma.

En 2011 los desempleados eran 196 millones, seis millones menos que este año. La tendencia va en aumento en Europa y, a su vez, no cambia en los Estados Unidos, con una tasa de desempleo superior al ocho por ciento después de haber alcanzado porcentajes mayores. La penosa situación de aquel que pierde su empleo y no encuentra otro es la que describe Enrique Santos Discépolo en el tango “Yira”, escrito en 1930: “…Cuando rajés (gastes) los tamangos (zapatos) / buscando ese mango (dinero) / que te haga morfar (comer)… / la indiferencia del mundo / que es sordo y es mudo / recién sentirás. / Verás que todo es mentira, / verás que nada es amor… / que al mundo nada le importa…”.

Entonces, uno “yira” (del lunfardo, va sin rumbo). Más o menos del mismo modo va el mundo, excepto América latina, donde la tasa de desempleo, del 6,5 por ciento, dos décimas menos que en 2011, promete ser menor este año. Entre 2011 y 2010, el índice de empleo creció del 55,6 por ciento al  56,1. Es un alivio frente a otros males crónicos e irresueltos, como la violencia y el narcotráfico. Las bajas más notables del desempleo se han registrado en Panamá, Ecuador, Chile y Colombia. Mejorías significativas también han experimentado Costa Rica, Uruguay, la República Dominicana y la Argentina.

Más allá de las buenas perspectivas, América latina está lejos de ser un oasis: el reparto es inversamente proporcional a la inversión. Dicen la OIT y la Cepal en el informe Productividad laboral y distribución: “Entre 2002 y 2008, el período del ciclo económico expansivo más reciente, de los 21 países de la región cuyos datos están disponibles, disminuyó la participación de las remuneraciones en el Producto Bruto Interno (PBI) en 13 de ellos, mientras que sólo aumentó en ocho. Esto indicaría una redistribución desfavorable a los trabajadores que resulta preocupante en una región que se caracteriza por tener la distribución de ingreso más desigual del mundo”. Eso es un problema.

A voz en cuello, no pocos mandatarios latinoamericanos han rescatado al Estado del papel secundario y casi obsoleto al cual había sido relegado en los noventa, cuando las privatizaciones y los ajustes eran el único rumbo. En 2008, el gobierno de George W. Bush arrió las banderas conservadoras para ayudar con fondos estatales a los bancos a pesar de haber contribuido a la crisis con hipotecas basura y otras tretas. De no haberlo hecho, el daño habría sido peor. Cuatro después, el gobierno de Mariano Rajoy también se ve forzado a arrojar salvavidas a los bancos, cuyas arcas atesoran los ahorros y las deudas de miles de personas, con el auxilio del Eurogrupo.

No es el mundo al revés, sino el revés de la trama. Muchos europeos han comenzado a emigrar hacia América latina. En el mundo no falta trabajo, sino empleo. Ningún colegio o universidad forma emprendedores capaces de crear sus compañías. La meta suele resumirse en egresar para conseguir un buen empleo y progresar bajo el alero de una misma firma hasta la jubilación. Es algo que poco a poco va extinguiéndose en todo el mundo por la movilidad social y, en ocasiones, por la mezquina necesidad de contar con trabajadores más jóvenes y menos capacitados que cobren salarios africanos.

¿Por qué, si no, la izquierda europea pierde clientela electoral? Porque cada vez hay más negocios pequeños, montados por desempleados e inmigrantes, que empleados enrolados en sindicatos, antes semilleros de los partidos políticos de esa orientación. Las denuncias contra el capitalismo espantan más de lo que atraen, aunque, con crisis o sin ella, el Estado haya recobrado presencia, protagonismo y, en algunos casos, paternalismo. El mundo, en realidad, no está al derecho ni al revés; se adapta a las circunstancias.



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