#YoSoy132, otro signo de desencanto




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Iba ser una campaña a tres bandas, lo usual en México, aunque las circunstancias fueran diferentes por la guerra del presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico y entre los barones de la droga. Las presidenciales del 1 de julio eran entre el apuesto marido de una actriz de telenovela, una mujer con cara de muñeca quinceañera por su eterna sonrisa y un candidato izquierdista aparentemente acabado, según las caracterizaciones de los mexicanos. Transcurrían sin altibajos hasta que brotó un signo del desencanto popular con demandas parecidas a las del movimiento español 15-M y el norteamericano Occupy Wall Street.

Apareció el 11 de mayo el movimiento Somos más de 131, luego rebautizado, cual hashtag (etiqueta) de Twitter, #YoSoy132. Eran estudiantes que habían ido a la Universidad Iberoamericana, en la capital mexicana, donde disertaba el favorito, Enrique Peña Nieto, candidato por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y marido de la actriz Angélica Rivera, protagonista de telenovelas en el Canal de las Estrellas, de Televisa. El llamado Candidato de las Mujeres, aupado por los medios de comunicación, había propuesto la promoción de telenovelas con un nuevo modelo de convivencia familiar, entre otras iniciativas para relegar a su rival oficialista, Josefina Vázquez Mota.

Debió retirarse en medio de los abucheos de los muchachos, tachados de porros (agitadores) por los medios de comunicación. Para defenderse, los estudiantes difundieron por las redes sociales un video en el cual 131 de ellos refutaron las descalificaciones mostrando sus carnés universitarios. La campaña cambió de eje con un lema parecido al de los indignados españoles: “Nuestros sueños no caben en sus pantallas”. No era una revuelta contra Peña Nieto, aunque terminó siendo el más perjudicado, sino contra los medios de comunicación, acusados de favorecerlo. Televisa pagaba caro el legado de uno de sus fundadores, Emilio Azcárraga: “Yo soy un soldado del PRI”.

La campaña en sí, más allá de los 60.000 muertos por una guerra sin cuartel, deparaba la victoria de Peña Nieto, capaz de hacer retornar al gobierno al PRI después de 12 años en el llano. La irrupción de #YoSoy132 tuvo dos consecuencias. Una, que un 65 por ciento de la gente demostró simpatía con sus reclamos y que un 50 por ciento confesó que, de tener ocasión, se uniría al movimiento, según Demotecnia. La otra, que el candidato por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, alias AMLO, vencido en forma ajustada por Calderón en 2006, remontó en las encuestas hasta pisarle los talones al hombre del PRI, según Ipsos Bimsa.

El desencanto cobró de ese modo el protagonismo electoral que no tuvo en España ni en los Estados Unidos, quizá porque en México apuntó al corazón de aquello que consideran insano para la sociedad y la democracia: la manipulación informativa. La mayoría de los integrantes de #YoSoy132 quiso mantenerse al margen de la política, pero en 54 asambleas universitarias quedó claro que aquellos que profesaban fe por algún candidato no vacilaban en inclinarse por AMLO, tildado de voto útil en desmedro del voto en blanco o nulo y la abstención.

En México, con un universo de 24 millones de menores de 29 años, 14 millones nunca han votado en presidenciales. Se trata de un nicho apetecible que, de no haber aparecido #YoSoy132, habría sido ignorado. AMLO se ha propuesto crear la república del amor, lo cual dio pie al mote caricaturesco AMLOVE. La mera apelación de los estudiantes contra una “democracia de telenovela” acertó en la yugular de Peña Nieto, impotente frente a otro factor ignorado por sus estrategos electorales: la fuerza de las redes sociales en un mundo que desconfía cada vez más de los medios de comunicación tradicionales.

Lo imprevisto alteró el libreto con consignas dirigidas contra canales de televisión como Televisa y Televisión Azteca: “Infórmate, vota y apaga la caja idiota”, proclaman; “Abajo la democracia de telenovela”, insisten mientras el poeta católico Javier Sicilia clama por las víctimas de la violencia, como su hijo muerto.

La crisis de gobernabilidad y representación no es novedosa: en 1975, Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki percibieron una grieta creciente entre las demandas de la ciudadanía y la cerrazón de los gobiernos en un informe para la Comisión Trilateral, creada dos años antes para analizar aquello que sucedía en los Estados Unidos, Europa y Japón. Un cuarto de siglo después, en 2000, otro informe destacaba la caída de la confianza en las instituciones y los políticos, traducida en una desvinculación cada vez más elocuente entre los ciudadanos y sus representantes.

Los partidos políticos, corroídos en los Estados Unidos y Europa por la crisis de 2008 y en Japón por la corrupción, no tuvieron capacidad de reacción para adaptarse a las nuevas circunstancias. El movimiento estudiantil mexicano, al igual que los indignados españoles y norteamericanos, no es más que otro síntoma de un diagnóstico general reservado que amenaza con ser aún más complejo si las democracias no encuentran un remedio más vigoroso que las vagas promesas de integración y transparencia, acaso tan eficaces como las aspirinas contra el cáncer.



2 Comments

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