Vecinos cada vez más distantes




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Excepto por una vaga referencia del casi candidato republicano a las oportunidades “realmente extraordinarias” que ofrece América latina “no sólo por la proximidad, sino también por los valores y las culturas que compartimos», el vecindario brilla por su ausencia en la campaña para las presidenciales de noviembre en los Estados Unidos. Del otro lado del río Bravo, más allá de los tratados bilaterales, la preocupación por el narcotráfico y la dependencia de las remesas, tampoco prima el entusiasmo ni se aceptan apuestas sobre el desenlace, quizá porque dan por hecho que Barack Obama será relegido gracias al carisma propio y los traspiés ajenos.

Sin la carga de la investidura, Mitt Romney quiso contentarse con los empresarios de la Coalición Latina denunciando el “gran peligro” que entrañan “para los Estados Unidos y para la gente en todo el mundo” un presidente autoritario como Hugo Chávez y una dictadura vitalicia como la cubana. No descubrió América; sentó su posición, afín al ala conservadora de su partido, sobre las dos puntas de lanza de las cuales Obama mantiene cauta distancia. Sin plan para la región, como la mayoría de sus antecesores en el primer período, el presidente procuró evitar errores como los cometidos por George W. Bush y John F. Kennedy para deshacerse de ellos en distinto tiempo y lugar.

El llamado efecto Pigmalión influye en forma decisiva en la campaña. Supone actuar a partir de las expectativas ajenas. Puede criar alas o crear dudas. Cada uno responde en ocasiones aquello que los otros esperan que responda. ¿Hasta qué punto se altera nuestro comportamiento por las creencias de los demás? ¿Esas creencias, de ser favorables, son capaces de hacernos ir más lejos de lo que nos imaginamos? Y si vamos tan lejos, ¿es posible que cambiemos tanto que no nos reconozcamos frente al espejo? ¿Actúa de ese modo Romney cuando exalta frente a un foro latino las aparentes ventajas de América latina y sus objeciones a determinados líderes?

Mientras Obama adeuda una reforma migratoria que alivie la agobiante situación de 12 millones de indocumentados en los Estados Unidos, Romney sugiere que deben volver a casa y que en su virtual gobierno aplicaría como modelo la resistida ley de Arizona. Se trata, en una campaña en ciernes, de uno de los contrapuntos con Obama sobre un vasto territorio que, por haber sido el que más daño se hizo a sí mismo y el que menos daño les hizo a los demás, no figura entre las prioridades de las agendas de política exterior ni cobra relevancia a pesar de la prosperidad económica que ha alcanzado en los últimos años a raíz del aumento del precio de las materias primas, su bien más preciado.

En 1996, durante la convención demócrata, no pocos le achacaron a Bill Clinton su escaso interés en América latina. De su primer período habían quedado la I Cumbre de las Américas, realizada dos años antes en Miami, y el salvataje de México, doblegado por el efecto tequila. Eran los tiempos del Consenso de Washington, signado por las privatizaciones y la apertura de la economía como la única fórmula capaz de rescatar a la región de su atraso estructural. El paradigma ha cambiado ahora: la política se impuso a la economía con discursos retrógrados que sacaron del coma cuatro al Estado, antes defenestrado hasta por sus actuales cultores.

Esos discursos, encasillados en una izquierda reflotada por Chávez, los Castro, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega, entre otros, marcan un divorcio cada vez más elocuente de los Estados Unidos, sumido en su propio caos desde la brutal voladura de las Torres Gemelas, en 2001. La crisis global de 2008, con Irak y Guantánamo como saldo de los ocho años de Bush, derivó en la toma de posesión de Obama, impulsor de un cambio que no significó un acercamiento hacia América latina por la necesidad de atender las urgencias domésticas, con el agravante de una oposición que, a tontas y locas, no hizo más que ponerle palos en la rueda.

El énfasis comercial de las cumbres de las Américas, plasmado en el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ideado por George Bush padre, murió en 2005. Desde entonces, cada foro continental resultó ser una reunión de cortesía con el pedido no atendido por los Estados Unidos de levantar el bloqueo contra Cuba, como ocurrió en la celebrada este año en Cartagena de Indias, y el espeluznante crecimiento del narcotráfico y la violencia en México y otros países. Obama pudo haber asumido la responsabilidad de los suyos en estos males, pero poco y nada hizo su gobierno y los anteriores para impedirlos.

Cada uno terminó arreglándoselas como pudo con armas y dólares provenientes del mismo origen, los Estados Unidos, y una insoslayable complicidad de vastos sectores de poder en la mayoría de los países para corromper gobiernos, congresos, tribunales y fuerzas de seguridad. En ese contexto, con un país tan ensimismado en su crisis que hasta lidia con indignados a la usanza europea, ¿qué expectativas pueden despertar Obama y Romney con mensajes vagos sobre las ventajas de la cercanía y de los principios compartidos? El puente no está roto, pero, por ahora, ningún presidente latinoamericano repara en que hasta el rey Pigmalión necesitó el favor ajeno. En su caso, de los dioses.



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