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Como en Europa, el debate en EE.UU. pasa más por los jóvenes que por los partidos

Cada vez que los Estados Unidos parecen avanzar hacia un iceberg por las discrepancias entre sus dos partidos mayoritarios, un golpe de timón evita sobre la hora la colisión y el hundimiento. La orquesta sigue tocando, como en el Titanic, mientras demócratas y republicanos se secan el sudor de la frente y reponen energías para la siguiente batalla. Detrás de toda negociación económica, como ahora con el aumento del techo de la deuda, prevalece el conflicto político sobre el tamaño y el papel del Estado. Ni unos ni otros, ni antes ni después, han sido permeables a la coyuntura nacional e internacional. La firmeza o el capricho ha precipitado hasta el cierre temporal de la administración pública, conocido como shutdown.

Para achicar el déficit hay dos vías: reducir los gastos o incrementar los ingresos. La tercera vía, propuesta por Barack Obama, es una combinación entre ambas, reformando programas sociales como el Medicare (salud para mayores de 65 años), bajando el presupuesto del Pentágono y suprimiendo beneficios fiscales para las rentas superiores a los 250.000 dólares anuales (un obsequio de su antecesor, George W. Bush, para los menos castigados por la crisis). Frente a la posibilidad de un aumento de los impuestos, la oposición republicana pide más poda del Estado, empezando por la privatización del Medicare y la eliminación de las subvenciones a la educación y el medio ambiente.

Ambos proyectos son irreconciliables. La discusión en el Capitolio no se centra sólo en la fecha tope para decidir qué hacer con la deuda pública, el 2 de agosto, sino, también, en las perspectivas de Obama de ser reelegido en 2012. No todos los demócratas, con mayoría en el Senado, responden al presidente ni todos los republicanos, con mayoría en la Cámara de Representantes, están en contra de él. El debate no se ajusta a las visiones contrapuestas de ambos partidos frente a la misma realidad. Esta vez, el choque involucra a una nueva generación de legisladores que, al margen de las banderías partidarias, quiere desentenderse de la anterior.

No se trata de un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. En Grecia, España y el mundo árabe en general, los jóvenes han encabezado las revueltas que derivaron en llamados de atención para la clase política, si no en abruptos cambios de gobierno.

La visión de Obama corresponde a la era posterior a la Generación Baby-boomer, nacida entre 1946 y 1964. No contenta a conservadores (republicanos) ni a liberals (demócratas) de su edad o menores que él. La crisis excede a la tradicional disputa entre ambos partidos por su concepción del Estado o, como él mismo expuso, al desafío de alcanzar la prosperidad superando en innovación, educación y construcción a China. Es el mayor acreedor de los Estados Unidos.

En ambas orillas del Atlántico, la  crisis tuvo su origen en las deudas excesivas del sector privado y del público en las últimas décadas. Republicanos como el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, y el líder de la minoría del Senado, Mitch McConnell, han lidiado con el tamaño y el papel del Estado durante el gobierno de Bill Clinton, en los noventa, con escasa fortuna y peores réditos. Sus pares más jóvenes están empeñados en impedir que Obama eleve el techo de 14,29 billones de dólares de la deuda pública. Muchos simpatizan con el Tea Party. Prefieren que el Estado se ajuste el cinturón antes que los ricos y las corporaciones paguen más impuestos.

El descontento con Obama, más allá de los repuntes eventuales en su índice de popularidad por circunstancias tan concretas como el asesinato de Osama ben Laden, se centra en el rumbo del gobierno, sobre el cual siete de cada 10 norteamericanos disienten, y el manejo de la economía, reprobado por seis de cada 10, según un sondeo de The New York Times y CBS News. Tres de cada cuatro tildan de “pésimo” el desempeño del Congreso.

Todas las estadísticas han perdido fuerza. El crecimiento, al igual que en Europa, está en suspenso. Las agencias calificadoras de riesgo amenazan con revisar la nota de los Estados Unidos (AAA, la mejor). Sus bonos soberanos, como los alemanes, son un refugio cuando asedian turbulencias financieras. Corren el riesgo de dejar de serlo. En una sociedad polarizada y en apuros como la norteamericana, difícilmente la imposición de una receta o la otra, la demócrata o la republicana, mejore el ánimo y despierte algún entusiasmo.

Así como los enrolados en el Tea Party detestan cubrir con mayores cargas impositivas los incumplimientos de aquellos que consideran  indignos, los gobiernos europeos solventes como el alemán y el francés, puntales de la Unión Europea, se jactan de haber salvado sobre la hora al euro, pero se resisten a sostener a países que tachan de irresponsables, como Grecia. En los Estados Unidos y Europa, la orquesta sigue tocando. Frente al iceberg, la vapuleada clase política puede dar un golpe de timón y alcanzar un acuerdo para salvarse, y salvar a todos, o seguir en línea recta hacia la incertidumbre.



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