Ni unidos ni dominados




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Tras la muerte de Osama ben Laden en Paquistán, el presidente de Perú, Alan García, aventuró que se trataba del “primer milagro del beato Juan Pablo II”, al cual agradeció ese día, el de su santificación, “llevarse del mundo a la encarnación del mal, a la encarnación demoníaca del crimen y del odio, dándonos la noticia de que quien volaba torres y edificios ya no está”. Amén. Con menos elocuencia, aunque similar satisfacción, su par de Colombia, Juan Manuel Santos, felicitó a Barack Obama “por ese gran golpe contra el terrorismo” y, desde México, Felipe Calderón reconoció “su perseverancia en el combate y persecución del terrorismo”.

En las antípodas, el vicepresidente de Venezuela, Elías Jaua, al igual que el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, condenaron los inusuales festejos de los norteamericanos en las calles. “Ninguna muerte debe ser celebrada”, señaló el canciller de Uruguay, Luis Almagro. El gobierno argentino tampoco se subió al carro de la victoria: “La operación militar que ha llevado a la muerte del responsable de tanto dolor inocente ocurre en momentos en que el mundo árabe busca reformas democráticas. La Argentina desea que los acontecimientos de las últimas horas no desvíen a los pueblos de Medio Oriente del camino de los cambios en paz”. En paz es una entelequia: en Siria, Libia y Yemen no dejaron de ser reprimidas las protestas.

Al igual que en la respuesta a la brutal réplica de Muammar Khadafy contra los rebeldes desencantados, cada gobierno de América latina obró según sus intereses, convicciones o temores, no en bloque. El presidente peruano García se apresuró a romper relaciones diplomáticas con Libia. Su par de Chile, Sebastián Piñera, en ocasión de la visita a su país de Obama, respaldó la intervención de la alianza atlántica (OTAN). Los mandatarios de Nicaragua, Daniel Ortega, y Venezuela, Hugo Chávez, así como el líder pretérito cubano Fidel Castro, concluyeron que era otra triquiñuela del “imperialismo yanqui” para apropiarse del petróleo.

Si el año 2000 iba a encontrarnos unidos o dominados, como predijo Perón, el 2011 nos encuentra pragmáticos y globalizados. En la postal contemporánea de la región, dividida en América del Sur, bajo el aparente liderazgo de Brasil, y el eje Puebla-Panamá, bajo el aparente liderazgo de México, algunas posiciones son más estridentes que otras, pero ninguna despierta pasión de multitudes. Que, más allá de la crisis de Libia, pretendan imponer una línea Chávez y otra el ex presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva no significa que ambas no se toquen y, en algún punto, hasta se complementen. Para algunos, Khadafy puede ser el emblema de la nostalgia revolucionaria de los setenta, pero, para otros, encarna la violencia emprendida en esos mismos años por las dictaduras militares.

Están en aprietos los presuntos defensores de los derechos humanos frente a una flagrante contradicción: cómo sostienen sin las hipocresías que les endilgan a los gobiernos europeos a un régimen que alista a su ejército y contrata mercenarios para ir biet biet (casa por casa), dar dar (hogar por hogar) y zanga zanga (callejón por callejón) contra muchachos que reclaman certidumbres. No ponen las manos en el fuego por un presidente democrático en apuros, sino por un dictador empinado por un golpe de Estado en 1969 que ha moldeado un aparato represivo unipersonal.

Cristina Kirchner se limitó a criticar la resolución de conflictos “a los bombazos”. En el Consejo de Seguridad, la Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela rechazaron la exclusión aérea de Libia. La apoyaron Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá y Perú. Ocho contra ocho. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, lamentó la muerte de civiles libios, pero se abstuvo de dar la venia al uso de la fuerza al igual que sus socios BRIC (Rusia, la India y China) y Alemania.

La disyuntiva entre la unidad o la segmentación de América latina es vista, a veces, como la opción entre Coca-Cola o Pepsi-Cola. Las antinomias son parientes del renovado y a la vez anticuado dilema entre ser de derecha o de izquierda. La discusión es parecida a la prédica de George W. Bush antes de la guerra contra Irak: están con nosotros o están contra nosotros. ¿Cómo estamos nosotros? La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) junta presidentes frente a percances, como el golpe de Estado en Honduras o la rebelión policial en Ecuador, pero no une.

Estamos en falsa escuadra si el Mercosur y otras asociaciones regionales insisten en ser como la Unión Europea. El intercambio del acero y el carbón, semilla del pacto labrado en la década del cincuenta, era una medicina contra los nacionalismos, causantes de las dos guerras mundiales. Sólo podríamos recrearlo los latinoamericanos si Brasil ofrece carne argentina, Venezuela vende café colombiano y la Argentina promociona cobre chileno, entre otros ejemplos. De eso, la soberanía compartida, estamos tan lejos por ahora como de exaltar los mismos valores frente a la muerte de Ben Laden o la crisis en los países árabes.



3 Comments

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