Daños compartidos




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Desde 2005 no morían tantos ilegales al intentar el ingreso en EE.UU. por Arizona

Lejos de desalentar a los inmigrantes ilegales procedentes de México, las restricciones impuestas por Arizona no han podido frenar a aquellos que, en ese tramo de la frontera, se aventuran a cruzar el desierto en su afán de concretar el sueño americano. En 2010, las muertes se han disparado hasta rozar los peores índices de 2005. En julio de ese año perecieron 68 personas; en julio de este año, 59. Es la segunda mayor cifra de fallecimientos en un solo mes. La Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos, a su vez, ha rescatado a 1281 personas este año, lo cual representa un sensible aumento respecto de las 1264 del año pasado y, en cierto modo, un alivio respecto de las 2845 de 2006.

En México, según el presidente Felipe Calderón, es innegable el “recrudecimiento” de la violencia. Ni posibilidad tiene de disimularlo tras la ejecución de 72 migrantes de América Central y del Sur apresados en Tamaulipas por Los Zetas y liquidados por negarse a engrosar sus filas.

Sólo puede atenuar las críticas Calderón con la captura casi inmediata de Édgar Valdez Villarreal, alias La Barbie, uno de los capos más sanguinarios del país. Su banda trafica una tonelada de cocaína por mes a los Estados Unidos. Es, también, uno de los responsables de la guerra entre cárteles y contra el ejército que se ha cobrado 28.000 vidas en menos de cuatro años.

El crimen organizado se ceba con los más débiles. Cada año, unos 20.000 migrantes centroamericanos y sudamericanos son secuestrados  por los cárteles mexicanos, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El viaje desde América Central hasta la frontera de los Estados Unidos, señala Amnistía Internacional, es “uno de los más peligrosos del mundo”. Seis de cada 10 mujeres son violadas. Sólo en 2009 deportó México a 64.000 ilegales.

No es el caso de La Barbie, texano de ojos claros. El jefe del cártel de la Sierra del Sur es una leyenda de sí mismo. Hasta le sienta a la perfección el mote de la muñeca más vendida de la historia por ser güero (rubio) como ella. Llega a ganarse a la confianza del jefe del cártel de Sinaloa, Joaquín Guzmán, alias El Chapo, hasta que en la lucha por el control territorial para el trasiego de la droga supone que debe independizarse. La cotización de su cabeza trepa hasta los dos millones de dólares.

Entre sus fechorías se atribuye ser el primer capo que ordena decapitar policías en Guerrero, en 2006, para exhibirlos en público e imprimirse un sello propio. Esa crueldad da letra a un popular narcocorrido (música norteña que ensalza a los narcos).

Es el momento con el cual todo capo sueña: convertirse en algo así como un héroe tras ser jefe de sicarios de los hermanos Beltrán Leyva, enfrentados con El Chapo, gracias a su habilidad para incorporar en sus filas a militares, policías y agentes federales.

La Barbie, de 37 años, se las ingenia hasta para contratar pandilleros de la Mara Salvatrucha y guerrilleros colombianos. La guerra estalla en Ciudad Juárez, sitio tan inseguro que hasta los maestros se encuentran “bajo capacitación” por amenazas de bomba y choques entre los delincuentes. El Chapo, según La Barbie, rompe el pacto de no agresión que han sellado los jefes de todas las bandas criminales en Cuernavaca a mediados del 2007.

Desde ese momento hasta el endurecimiento de las leyes de Arizona y las ejecuciones de los 72 de Tamaulipas pasan apenas tres años. En ese lapso provienen el dinero y las armas del Norte y las muertes del Sur. Es una lucha despareja. La demanda de mano de obra barata de los Estados Unidos alza o baja la barrera frente a las narices de los inmigrantes. En el caso de la droga, la barrera siempre está en alto.

“Los carteles de drogas, capitalistas oportunistas, han pasado al negocio de contrabandear gente –martilla un editorial The New York Times–. Los inmigrantes ilegales, conocidos como pollos, son, en algunos aspectos, mejores que los ladrillos de cocaína, porque se los puede obligar a pagar rescate y a actuar como mulas. La respuesta de los Estados Unidos a los problemas de México ha consistido en una intensa fijación en militarizar la frontera. El uso de la fuerza policial sin ninguna reforma de la inmigración legal crea tan sólo una ilusión de control.”

La ilusión de control inspira a Barack Obama para fortalecer la frontera con más efectivos de la Guardia Nacional. La gobernadora de Arizona, Jan Brewer, republicana, dice que no alcanzan.

Es paradójico: los capos del narcotráfico administran el movimiento de inmigrantes ilegales en los Estados Unidos con la misma autoridad que el abastecimiento de drogas a sus ciudadanos.

En su cuarto informe al Congreso, Calderón confía en que el “proceso de confrontación debilita a esos grupos, pero provoca enorme intranquilidad y zozobra en la sociedad”. Es el costo que, dice, deben pagar “si queremos que los ciudadanos del mañana tengan un México seguro”.

La purga empieza en la policía mexicana: son separados 3200 de los 34.500 agentes. Tienen “algo que ocultar”. ¿Quién no entre tantos daños compartidos?



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