Guía para tapar el sol con un dedo




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Chávez niega la presencia de las FARC en su país, donde secuestraron a un argentino

Sospecha Hugo Chávez que Simón Bolívar ha muerto asesinado, no de tuberculosis. Ordena exhumar el cadáver. Frente a “ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada”, especialistas de la Fiscalía General y el Cuerpo Técnico de la Policía Judicial de Venezuela, ataviados como astronautas, procuran determinar si ha sido envenenado o baleado. De confirmarse el crimen, ocurrido en 1830, no será culpable el presidente saliente de Colombia, Álvaro Uribe. Ha hecho todos los méritos y algunos más para ganarse el mote de “pitiyanqui”. Autoriza en 2009 a soldados norteamericanos a usar bases militares colombianas; denuncia ahora el presunto cobijo de Venezuela a las guerrillas colombianas.

El chivatazo, soltado en la Organización de los Estados Americanos (OEA), agrieta aún más la relación bilateral, en franco deterioro desde 2005 por las sucesivas acusaciones mutuas de ambos presidentes. Esta vez, Chávez instruye a su representante, Roy Chaderton, para tildar a Uribe de “su majestad subimperial” y rechazar toda posibilidad de que, como pide su par colombiano, Luis Hoyos, se cree una comisión con las Naciones Unidas para verificar si hay 1500 hombres de las FARC y la otra guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), en 87 campamentos montados en suelo venezolano. Desde allí habrían lanzado 60 ataques contra objetivos gubernamentales colombianos.

El gobierno de Barack Obama apoya la propuesta colombiana. Hoyos muestra fotos, mapas y videos de un campamento de las FARC instalado a 23 kilómetros de la frontera con Colombia. Chávez, familiarizado con la red social Twitter, confiesa que ha llorado: “¡Hemos visto los restos del gran Bolívar!”. Con la inflación más alta de América latina, superior al 30 por ciento en junio, y en vísperas de las cruciales elecciones legislativas del 26 de septiembre, la oposición venezolana presume que su interés en dilucidar la muerte del prócer es una cortina de humo. Es más espesa por la embestida de Uribe a dos semanas de la transmisión del mando a su sucesor, Juan Manuel Santos.

De ser cierto que las FARC se mueven a su antojo en Venezuela, el secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Néstor Kirchner, tendrá la oportunidad de sondear a Chávez sobre la suerte de Jorge Gillanders Miller, argentino, propietario de una finca en Mara, Estado venezolano de Zulia, en el límite con Colombia, secuestrado el 6 de marzo de 2006 por el Frente 59 de las FARC. Tenía 81 años. Del gobierno venezolano recibe su hijo, Jorge Gillanders Romero, radicado en la isla Margarita, más irritación que certeza, de modo de dejar en claro que el país no es un refugio de “terroristas, guerrilleros o narcotraficantes”.

Gillanders Miller, nacido el 18 de marzo de 1926 en Buenos Aires, vivía con su mujer, Regina Romero, en Maracaibo. Llevaba un marcapasos. Tomaba anticoagulantes por calcificación de las carótidas. Descendía del autobús el último día que se supo de él. Iba solo. Pudo ser secuestrado en represalia por su resistencia a soltar dinero para la vacuna (impuesto revolucionario que gravan las guerrillas a cambio de protección) o por ser confundido con un gringo por su pelo rubio.

En el país de la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI ha crecido el número de secuestros como en Afganistán, México y Somalia, según consultoras privadas de seguridad. El Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), de Colombia, tiene indicios del presunto entrenamiento de vascos de ETA y grupos iraníes, en ese territorio, a cargo del Frente 59 de las FARC, consideradas terroristas por los Estados Unidos y la Unión Europea.

“¡Cuánto quise que llegaras y ordenaras como a Lázaro: levántate, Simón, que no es tiempo de morir! –teclea Chávez en su BlackBerry con el afán de tapar el sol con un dedo–. De inmediato recordé que Bolívar vive.”

En develar su muerte, acaecida el 17 de diciembre de 1830, invierte ahora lo que no tiene, más allá de que la hipótesis de homicidio no sea del todo descabellada. La universidad norteamericana Johns Hopkins señala que el prócer puede padecer una infección pulmonar diseminada (bronquiectasia) como consecuencia de una intoxicación crónica con arsénico. En sus tiempos, el arsénico se consume como ahora la aspirina para aliviar desde cefaleas hasta hemorroides.

Deja escrito el periodista norteamericano Sydney Harris: “Creemos lo que queremos creer, lo que nos gusta creer, lo que viene bien a nuestros prejuicios y aviva nuestras pasiones”.

Es lo que hacen Chávez y Uribe. Ambos, en plan electoral, se han retroalimentado durante ocho años. Los intercambios de insultos de uno por las réplicas del otro han sido proporcionales al aumento de la adhesión popular hacia ellos en sus países. Esta escalada es la primera que le toca a Kirchner como virtual componedor. Como ex presidente argentino, el actual diputado deberá preguntarle a Chávez por la suerte de Gillanders Miller, secuestrado en Venezuela. Nada es más injusto y cruel que la incertidumbre, habitual en los años de plomo con el drama de los desaparecidos. Esa respuesta es más urgente que el dictamen sobre la muerte de “nuestro Padre Bolívar”, ocurrida hace 180 años. El orden de las prioridades no alterará el producto. Es de suponer.



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