¿Quién tirará la primera piedra?




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Irán ordenó lapidar a una mujer que recibió 99 latigazos por la sospecha de adulterio

Por Sakineh Mohammadi Ashtiani claman casi 140.000 personas de varios países. Son las signatarias de una petición de clemencia a las retrógradas autoridades religiosas de la República Islámica de Irán. Es espantoso que una mujer de 43 años como ella, madre de dos hijos, reciba 99 latigazos en mayo de 2006 como condena por mantener una “relación ilícita”, sinónimo de extramatrimonial, con el presunto asesino de su marido y que, más de cuatro años después, deambule por el corredor de la muerte de la prisión de Tabriz, en el noroeste del país, con una cruz aún más pesada sobre sus hombros: estar sentenciada a ser enterrada hasta el pecho y apedreada hasta la muerte.

¿Está muerto el marido cuando mantiene relaciones con su amante? De estarlo, las ampollas en su espalda tardan más en cicatrizar que el dolor de ser acusada ahora por otro tribunal que decide reabrir su causa por sospechar que esos encuentros son en vida del difunto y, a pesar de no tener testigos, decide acusarla de adulterio. El código penal de Irán, adoptado desde la revolución islámica de 1979, prevé en esas circunstancias la lapidación. El delito debe ser admitido por el autor, habitualmente una mujer, o confirmado por cuatro testigos varones o por tres varones y dos mujeres. Ninguno de esos requisitos se cumple en el caso de Sakineh, resuelto con la bestialidad como medida ejemplar.

En el juicio, ella se retracta de la confesión que se ve forzada a hacer porque, dice, se ha sentido presionada. No es para menos. Pertenece a la minoría azerí; habla un dialecto turco, no el idioma farsi. Desde el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso y el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, hasta el escritor indio Salman Rushdie, la ex candidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt, el cantante Peter Gabriel y el actor Michael Douglas, entre otros, han firmado la petición en freesakineh.org para evitar el sacrificio innecesario de una mujer cuyo delito, según el Corán, no se lava a pedradas: “Si se arrepienten y se enmiendan, dejadlos en paz”.

Es acosado ahora el abogado de Sakineh, Mohamad Mostafaeí, en paradero desconocido tras ser interrogado. Es un especialista en derechos humanos que lidia en Irán con la sharía (ley islámica). El Consejo de los Guardianes no sólo ha apuntalado al gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, reelegido tras el “juicio divino” del líder supremo; ha borrado toda sospecha de fraude al apalear en las calles a la oposición. Ese poder presuntamente divino se ha apropiado del Islam por medio de la aparente facultad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, como si el pueblo fuera incapaz de hacerlo por sí mismo.

Atrocidades inconcebibles como lapidaciones y latigazos por adulterio y homosexualidad, así como amputaciones de manos por robos, son practicadas en varios países musulmanes, además de Irán, entre los 58 que mantienen la pena de muerte.

La lapidación es la ejecución más cruel. Entre los hombres, capaces de soportar golpes fuertes sin perder el conocimiento, la muerte suele ser lenta y dolorosa. Le perdonan la vida a quien, de milagro, logra escapar. Es casi imposible. Más aún para una mujer, presa de la brutalidad desde el momento en que es semienterrada y dejada a merced de una lluvia de piedras que, según el código penal iraní, no deben ser “ni demasiado grandes como para matar inmediatamente ni demasiado pequeñas como para no considerarse piedras”.

Son los gobiernos los peores transgresores de los derechos humanos, según Amnistía Internacional. En 111 de los 159 países auscultados se aplica la tortura. Países poderosos como los Estados Unidos, China, la India, Indonesia, Arabia Saudita y Rusia se rehúsan a adherir en forma plena a la Corte Penal Internacional, capaz de juzgar a tiranos como el presidente de Sudán, Omar al-Bashir, acusado de crímenes de guerra por la limpieza étnica en Darfur.

Desde 1999, en el norte de Nigeria, la sharía permite castigar con la lapidación el adulterio. En 2001, Amina Lawal es condenada por quedar embarazada fuera del matrimonio. La absuelven tres años después gracias a 9,5 millones de firmas recogidas en todo el mundo. El norteño Estado de Zamfara pronuncia una fatwa (decreto religioso de cumplimiento obligatorio) contra Isioma Daniel, periodista que cubre el concurso de Miss Mundo y, con sus textos, provoca violencia en las calles. Debe abandonar el país.

Peor suerte tiene Asha Ibrahim Dhuhulow, adolescente de 14 años, no de 24 como dicen los testigos, que muere lapidada en 2008, en Somalia, tras denunciar que ha sido violada por tres hombres de un clan poderoso de su comunidad. Tres años antes, en Irak, una muchacha de 17 años de la minoritaria secta yazidí, adoradora del diablo, es lapidada por enamorarse de un musulmán.

En Afganistán, una mujer de 29 años muere del mismo modo tras ser condenada por adulterio. Arroja la primera piedra el marido, enterado al regresar a su país tras cinco años de ausencia del delito cometido por ella, Amina. El amante es un vecino; recibe 100 latigazos y queda en libertad. Tiene él una ventaja de fábrica: ser hombre en un mundo cabreado con la tolerancia.



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