Las aguas bajan turbias




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El derrame de petróleo en el Golfo de México amenaza con dejar secuelas pavorosas

Lejos de dejarse llevar por un arranque de cólera, Barack Obama va en serio con eso de identificar a quién patearle el trasero por el vertido de petróleo en el Golfo de México. ¿Es el Katrina de su gobierno? Lo acusan de actuar tarde y mal como George W. Bush tras el huracán que arrasa en 2005 los Estados de Louisiana y Mississippi. La emblemática ciudad de Nueva Orleáns, capital del jazz, queda entonces bajo a las aguas. Miles de sobrevivientes intentan conseguir comida, medicinas y otros elementos en medio del caos y los saqueos. Escenas similares arrecian después de los sismos en Haití y Chile. La angustia no tiene nacionalidad ni respeta modales.

El destemplado brote de Obama agita ahora las aguas, contaminadas desde el 20 de abril, y pone en un aprieto al nuevo primer ministro británico, David Cameron, conminado a salir en defensa de British Petroleum (BP). Es una compañía insignia que da empleo a 10.000 personas y contribuye como pocas al fisco. Por la tragedia, su valor en el mercado cae en forma estrepitosa.

¿Es lícito en estas circunstancias que el presidente de los Estados Unidos haga caso omiso de la relación especial con Gran Bretaña y exija de los expertos “la mejor respuesta para saber qué culo hay que patear”? A diferencia de Bush frente a los caprichos de la naturaleza, Obama puede pedir explicaciones y juzgar a BP.

En las Malvinas, usurpadas por Gran Bretaña, también están realizándose perforaciones en busca de petróleo. Son las usuales, pero, a la luz del desastre de la plataforma Deepwater Horizon en el Golfo de México, cobran relieve como una “amenaza ambiental”. Es la definición del canciller Jorge Taiana en la Organización de los Estados Americanos (OEA) para condenar la concesión por ser un “acto unilateral” y exigir una estricta supervisión de las operaciones.

En la catástrofe, la Argentina encuentra otra razón para insistir en la necesidad de discutir la soberanía de las islas con el gobierno británico. El mero reclamo, legitimado por el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, entraña el deseo oculto de actuar como Obama, pero por otra causa.

En Port Fourchon, al sudeste de Louisiana, tropas de la Guardia Nacional y presidiarios con camisetas blancas y pantalones rojos llenan sacos de arena de 450 kilos. Son arrojados en las playas desde helicópteros. La pérdida de petróleo, gas y dispersantes químicos, esparcidos en un bochornoso manchón negro sobre el mar y en casi 200 kilómetros de costa, tendrá consecuencias ecológicas, económicas y, en un año de elecciones de medio término, políticas. Está viéndoselas Obama con una compañía extranjera cuyo único interés es financiero: reducir el daño que se ha hecho a sí misma.

Le endilgan a Obama que demora en actuar como Bush ante el Katrina. Es cierto, pero existe una diferencia entre un fenómeno y el otro. Uno se desencadena a 1600 metros de profundidad; el otro arranca de cuajo los tejados de las casas. Nada justifica, igualmente, las reacciones tardías.

Bush, también perjudicado por la imprevisión, enfrenta un desastre natural, no uno provocado por el hombre y secundado por controles gubernamentales poco rigurosos. Es cuestión ahora de cerrar una válvula de cinco pisos de altura en el lecho del mar; pesa 325 toneladas y cuesta 18 millones de dólares.

En siete años de perforaciones en aguas profundas, nada malo ha ocurrido. Tanta es la confianza de Obama antes del mayor desastre ecológico de la historia de los Estados Unidos que se propone alentar tareas similares en la costa oriental y Alaska. De pronto, el fiscal general de los Estados Unidos, Eric Holder, se ve obligado a investigar si BP ha violado la ley.

El día del accidente mueren once trabajadores. Son de pesadilla los vanos intentos de sellar la tubería. La marea negra duplica en magnitud la catástrofe provocada en 1989 por el petrolero Exxon Valdez frente a Alaska. En su afán de mostrar su preocupación, Obama invoca a su hija: “Cuando desperté esta mañana y me afeitaba, Malia toca a la puerta del baño, asoma la cabeza y me dice: ¿ya tapaste el agujero, papá?”.

El derrame en el Golfo de México no es culpa suya; el Katrina tampoco es culpa de Bush. En Hawai, donde ha crecido Obama, el mar es sagrado. Tanto nos hemos empeñado en estropearlo que las tortugas marinas confunden con facilidad las bolsas de plástico con medusas, uno de sus alimentos favoritos. Mueren como las aves y los peces que ingieren trocitos de plástico. Es increíble la capacidad de autodestrucción que tenemos.

En el Caribe y otras playas son comunes las bolsas y las botellas de plástico, así como los filtros de cigarrillos, principales componentes del menú de basura oceánica que elabora el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma). La mayoría es arrojada desde cruceros de lujo. ¿Qué pasa si ese menú es enriquecido con petróleo cosecha 2010? Dan ganas de identificar a quién patearle el trasero. Y, con espíritu mundialista, consumar la amenaza de Obama.



1 Comment

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