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Grecia deberá terminar con el clientelismo político si no quiere desentonar con la UE

Desde el siglo XIX, Grecia se caracteriza por su exagerada burocracia. Es una de las más robustas de Europa. Supera en la proporción entre empleados públicos y habitantes a Bélgica, Francia, Alemania y el Reino Unido, entre otros. Esa tendencia, lejos de cambiar, se afianza. De ser el Estado parte de la solución, Grecia estaría en la gloria. En 2008, a raíz del colapso del sistema hipotecario de los Estados Unidos, el Estado parece ser parte de la solución. Dos años después, por la escasa confianza en la palabra empeñada por el gobierno griego, el Estado vuelve a ser parte del problema.

Por derrame, el Estado es el culpable del déficit fiscal de los países de la eurozona y algunos más. En este trance, los gobiernos más perjudicados, como el español y el portugués, se aprestan a rebajar salarios, congelar pensiones, recortar gastos y suspender obras. ¿Desvisten a un santo para vestir a otro? En Grecia, antes de la crisis, la muchachada en edad universitaria expresa con capuchas, palos y bombas incendiarias su impotencia por ganar poco y vislumbrar menos. La repele la brigada antidisturbios. Es algo así como el rito del desahogo popular: unos descargan; los otros contienen. A comienzos de este mes, tres mueren en una oficina bancaria. El rito empieza a ser otro.

La gente está furiosa, como los argentinos en 2001, con los políticos, los banqueros, los jueces, los policías, los periodistas y siguen las firmas. En solidaridad con los políticos griegos, sus homólogos de la eurozona culpan a los especuladores y procuran brindarles ayuda sin condicionarlos a reestructurar la deuda y endurecer la disciplina fiscal. Por escaso margen, el Bundestag (parlamento alemán) aprueba su contribución de 148.000 millones de euros al colosal fondo de rescate de la moneda, de 750.000 millones, gracias al tesón de la canciller Angela Merkel a pesar de la rebelión en sus propias filas.

Ningún rescate asegura solvencia. Las bolsas se disparan un lunes y se precipitan un martes. En ellas también rige la política, barómetro de la confianza. En un país en el cual casi nada puede hacerse sin la venia del Estado, difícilmente influya la sociedad civil en circunstancias dramáticas. Es una de las diferencias de Grecia con la Argentina, más preparada en 2001 para organizarse en el caos o, quizá, más entrenada en improvisar, y atarlo todo con alambres, que en prevenir. En octubre de 2009, las agencias calificadoras de riesgo avisan con la depreciación de la calidad de la deuda griega que se avecinan tiempos difíciles. En poco más de medio año, Alemania, Francia, Italia y otros se preparan para las exequias del Estado de bienestar.

¿Es el final de una era? El ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman, plantea el 9 de mayo de 1950 la necesidad de asociarse con Alemania para administrar el carbón y el acero; es la Declaración Schuman, piedra de toque de la Unión Europea. Seis décadas después, el 9 de mayo de 2010, la coalición entre democristianos y liberales de la canciller Merkel sufre una categórica derrota electoral en un importante enclave alemán; es la señal de rechazo popular a la ayuda para el vecino en apuros.

En Grecia no trepida el sistema económico por la amenaza de la bancarrota, sino el sistema político por el abuso del clientelismo. Su presidente, Karolos Papulias, escoge con cuidado las palabras para trazar el peor escenario: estamos “al borde del abismo”. Es la frase usual. Ningún país desaparece por una crisis. Todas son presuntamente terminales, al igual que la argentina en 2001. En ese año, Grecia adopta el euro. Su economía representa ahora el 2,4 por ciento del producto bruto interno de la eurozona. Es un riesgo su caída; puede ser contagiosa. En bonos soberanos griegos tienen 27.000 millones de euros los bancos alemanes, 10.000 millones los británicos y otros tantos millones los franceses. Una cesación de pagos al estilo argentino haría tambalear al euro y, según la canciller Merkel, a la Unión Europea.

Es el llamado “riesgo sistémico”. Está claro para los griegos que el principal responsable de la debacle es el sistema político; coincide en ello el 98,6 por ciento de la gente, según una encuesta. Como en 2008, en medio de la caída del banco Lehman Brothers y el rescate de la aseguradora AIG, el salvavidas es provisional. Dura un rato. El precio del blindaje de la Unión Europea es el ajuste de la economía griega.

Curiosamente, la Unión Europea brinca del marasmo institucional por la falta de ratificación del Tratado de Lisboa, sustituto de la Constitución europea, a la recreación del sueño de aunar sus voces y sus valores. El primer ministro griego, Yorgos Papandreu, procura completar ahora las palabras del presidente Papulias: se ha visto obligado a optar, “al borde del abismo”, por medidas “injustas y desiguales” como única vía hacia la salvación. Entrañan esas medidas un cambio profundo que ni la Argentina ni otros países en crisis recientes han concretado: terminar con el clientelismo. Es una decisión política y, a la vez, una transformación cultural. Tiene una sola contraindicación: el  síndrome de abstinencia al cobijo del Estado.



4 Comments

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