El mito del eterno retorno




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Putin amenaza con sacar de las cloacas a los terroristas

Si antes iba a aniquilar a los terroristas hasta “en el inodoro”, ahora promete “arrancarlos del fondo de las cloacas”. Con su renovado aviso, en un tono acaso más contundente que en 1999, Vladimir Putin confirma su convicción sobre la aparente necesidad de preservar con puño de hierro la seguridad en Rusia. Menos enfático y más prolijo, aunque no menos drástico, el presidente, Dimitri Medvedev, clama por reforzar las leyes tras los brutales atentados contra el metro de Moscú y el centro de la ciudad de Kizliar, en la república norcaucásica de Daguestán. Está claro que, desde mayo de 2008, el primer ministro conserva el poder y su protegido ejerce el gobierno. Está claro, también, quién manda.

Es público y notorio que, por primera vez, las órdenes no salen de las entrañas del Kremlin. Putin, ex espía de la KGB, es primer ministro, después presidente, ahora primer ministro y, de seguir la secuencia, después presidente. Es de los que comen ajo: le gusta repetir. Y en estas circunstancias, las peores para cualquiera en sus zapatos, no se ve dispuesto a mostrar debilidad alguna. Con él, Rusia ha tratado de restaurar el dominio territorial, como sucede con el envío de tropas a la ex república soviética de Georgia, y de imponer su voluntad, como sucede con el corte en la provisión de gas a la ex república soviética de Ucrania.

El capitalismo autoritario requiere una política agresiva. La violación de los derechos humanos y las mordazas de la prensa, así como los crímenes de periodistas, son precios ínfimos que, según los principios de Putin, merecen ser pagados. De la guerra contra el separatismo chechenio surge su liderazgo. No va a resignarlo ahora frente a un tal Doku Umarov, alias El Emir del Cáucaso, cuyas “leonas han rugido, desatando el temor en los corazones de los no creyentes”.

Son las viudas negras, familiares de rebeldes del Cáucaso liquidados por el ejército ruso, que se inmolan en los atentados de Moscú y dejan un tendal de muertos y heridos. Medvedev se limita a tildarlas de “bestias, llanamente”. Son las vísperas de la otra masacre, en Daguestán. Los blancos de un vehículo repleto de explosivos y un terrorista suicida son los mismos que en la capital rusa: el Servicio Federal de Seguridad (FSB), ex KGB, y el Ministerio del Interior. Esos sitios son tan simbólicos para Rusia como las Torres Gemelas y el Pentágono para los Estados Unidos.

En la amenaza de una implacable represalia contra los terroristas reside la fortaleza de Putin: “Ya no es presidente pero sigue mandando y los rusos lo aprueban y el mundo lo sabe –acierta en señalar Hinde Pomeraniec en su estupendo libro Rusos, postales de la era Putin–. Desde mayo [de 2008] regresó al puesto de primer ministro aunque no es el mismo hombre que llegó del hielo en 1999. Hoy no puede dejar de ser el líder de los rusos aunque el presidente se llame Medvedev. Su grado de popularidad asombra y los que quieren verlo lejos del poder son minoría en el país”.

Tan frío como él, el Osama ben Laden caucásico, de apellido Umarov, dice en la declaración en la cual se adjudica la autoría de los atentados en Moscú que son en “represalia por la masacre llevada a cabo por invasores rusos de los residentes más pobres de Chechenia e Ingusetia que estaban recogiendo ajo silvestre en el poblado de Arshty, el 10 de febrero de 2010, para alimentar a sus familias”. Con su discurso despierta la admiración de Al-Qaeda. Las fuerzas especiales rusas del FSB, agrega, rematan a los inocentes a cuchilladas y, después, se burlan de los cadáveres. Las viudas de esos musulmanes se cobran ahora la venganza.

El nacionalismo pesa más que el islamismo en el Cáucaso. El apoyo externo, de haberlo, no responde a una causa en particular. En esa región, la guerra de Georgia y la anexión de Abjasia y Osetia del Sur representan una heroica victoria de Putin en 2008. En 2009 hay 460 atentados terroristas, atribuidos, en su mayoría, a la pretendida autodeterminación de Chechenia. Es la razón del alineamiento casi natural de Rusia a la lucha contra Al-Qaeda. Y es la razón de la cotización en alza de la imagen del actual primer ministro, impresa en imanes de heladera que tienen su fornida estampa, en traje de piloto, con el brazo en alto y una cita elocuente de Arnold Schwarzenegger en Terminator: “Volveré”.

Su vuelta al Kremlin está prevista para 2012. En nada influyen los reclamos por inseguridad jurídica y corrupción que, en medio de la crisis económica, formula Medvedev. Son tan normales como la confusión entre uno y el otro. En su primera reunión con Putin, Barack Obama trastabilla en el reconocimiento “del extraordinario trabajo que ha hecho en representación del pueblo ruso en su rol anterior como primer minis…, eh, como presidente, y su actual rol como primer ministro”.

En Rusia, el poder es dinero y el dinero es poder. Putin quiere gobernar como el dictador Stalin y vivir como el multimillonario Abramovich. Es una síntesis de ambos y ambos son una síntesis de él que, en estas circunstancias, difícilmente tenga fecha de vencimiento.



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