Es el pasado que vuelve




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La sombra de Pinochet acecha, cual cruz, en las vísperas de las elecciones de Chile

SANTIAGO DE CHILE.– Concluido su mandato, el primer presidente de Chile tras la era Pinochet, Patricio Aylwin, admite que lo más arduo ahora “es acostumbrarse a no ser presidente”. No es fácil, pero ni él ni Eduardo Frei ni Ricardo Lagos ni Michelle Bachelet, los mandatarios que se han sucedido en las dos décadas de predominio de la Concertación, evalúan reformar la Constitución para ser reelegidos. Menos aún la primera mujer presidenta en la historia del país: se apresta a terminar su gestión de cuatro años, dos menos que las anteriores, con una adhesión popular récord del 80 por ciento; tampoco “cambiaría” nada en “beneficio personal”.

En esta campaña, los candidatos presidenciales no ponen el ojo en la economía, sino en el legado del actual gobierno: la protección social. La desigualdad es una espina aún clavada en la médula chilena. Con Bachelet, sin embargo, termina la transición. Ya no se trata del país que procura aliviar sus traumas. Es otro país, o el mismo mejorado, que se propone ser desarrollado en 2018. La fórmula no varía: insistir en la expansión comercial hacia el exterior y ahorrar en tiempos de bonanzas para financiar el gasto en tiempos de crisis. Eso no está en discusión: la izquierda y la derecha coinciden.

De la aparente desventaja de sentirse periférico e insular, Chile ha sacado partido: no se parece a sus vecinos, sobre todo allende los Andes. Sus presidentes y dirigentes han sufrido la tortura, el exilio y la muerte de seres queridos en los años de plomo. ¿Lo han superado?  “La dictadura retorna a borbotones por sus atrocidades –dice Juan Gabriel Valdés, ex canciller; embajador en España y la Argentina; representante ante las Naciones Unidas, y jefe de la Misión para la Estabilización de Haití–. Diecisiete años marcan la vida de un país por un siglo.”

Es ahora el director ejecutivo de la Fundación Imagen de Chile, espejo de la Cancillería. En un seminario organizado con motivo de las elecciones, los 20 años de la democracia y los 200 años de la independencia, los expositores concuerdan en observar el malestar de la gente con la política, la falta de renovación de la Concertación y, a su vez, la paradoja entre la exitosa gestión de Bachelet y la posibilidad de que la derecha, encarnada en el empresario Sebastián Piñera, esté en vías de romper su hegemonía en La Moneda (sede del gobierno). Si no hoy, en la segunda vuelta, prevista para enero.

En otras latitudes, el Estado habría puesto su aparato al servicio del oficialismo. En Chile, el respeto a la división de poderes y la irrelevancia de la corrupción levantan un muro entre la gastritis y el Apocalipsis. Lo mismo ocurre con los tratados de libre comercio con la Unión Europea y los Estados Unidos, entre otros: no condicionan la política. “Es sentido práctico, no ideológico”, según el canciller Mariano Fernández, “enemigo declarado de la retórica integracionista”.

En estas elecciones falta algo usual en circunstancias similares: la sospecha del apoyo de Hugo Chávez a algún candidato en particular. El fantasma no es externo, sino interno. Tres años después de la muerte de Pinochet, Chile aún lidia con él. El juez Alejandro Madrid concluye en estos días que Eduardo Frei Montalva, presidente entre 1964 y 1970, ha fallecido el 22 de enero de 1982 a causa de «la introducción paulatina de sustancias tóxicas no convencionales y la aplicación de un producto farmacológico no autorizado» tras ser operado de una hernia. Tiene 71 años; lidera una incipiente oposición a la dictadura. Su hijo, presidente entre 1994 y 2000 y candidato a reincidir por la Concertación, no obtiene rédito electoral.

Tampoco explota el asesinato de su padre, guerrillero del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el diputado y cineasta Marco Enríquez-Ominami, de 36 años. Es la revelación de la campaña por ser irreverente frente a discursos de una generación de más de 60 años que cree perimida. Y es, también, la señal de alarma para la Concertación, incapaz de presentir que debe renovarse. ¿Por qué un ex presidente como Frei es el candidato? Porque es el único que exclama: “Yo tengo ganas”.

En estos 20 años, dos mandatarios democristianos, Aylwin y Frei, y dos socialistas, Lagos y Bachelet, han ido en la misma dirección. ¿Qué hará Piñera, más proclive a cerrar negocios que acuerdos, de ganar las elecciones? El senador oficialista Ricardo Núñez es uno de los que sostiene que termina la transición, así como el sociólogo Eugenio Tironi, uno de los cerebros de ese proceso, repone que la Concertación “está demasiado estancada en el Estado y, por eso, ha perdido sensibilidad”. Comienza una nueva etapa, más allá del resultado electoral: la derecha se muestra tolerante en un anuncio televisivo con la unión de las parejas homosexuales, antes repudiada. Es una señal del cambio.

De ser cuestionada por ser madre soltera y otros presuntos defectos, Bachelet dejará en marzo La Moneda con la imagen de la tía confidente que rehúye a la confrontación en beneficio de los acuerdos. Es otra clave del éxito de Chile, una suerte de isla o fortaleza que, en cierto modo, se parece a Uruguay. Sus viejos izquierdistas son ahora realistas. Le confiesa el presidente electo, José “Pepe” Mujica, a Víctor Hugo Morales: “Antes queríamos cambiar el mundo; ahora queremos cambiar las veredas”. El pragmatismo prende más que la ideología, aunque el pasado, tozudo, se empeñe en volver.



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