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Política

Un mundo feliz

En la geografía de la dicha, Chávez pone a Venezuela en un engañoso primer peldaño CARACAS.– En el primer aniversario de la crisis global desatada tras la quiebra de Lehman Brothers, Nicolas Sarkozy insinúa que los indicadores económicos no son fiables si no incluyen el grado de bienestar de la gente. La idea viene rondándole desde 2007. El presidente francés propone medir ahora el índice de la felicidad como en el remoto reino de Bután. Sería un complemento de “la religión del número”, aportada por el producto bruto interno. En eso, en humanizar las estadísticas, ha consistido el trabajo de 18 meses de una comisión internacional de notables presidida por Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía. Desde hace tiempo, la espada más filosa del conservadurismo británico, David Cameron, señala que algo está fallando en las mediciones: “Tendríamos que pensar no sólo en lo que es bueno para meter dinero en los bolsillos de la gente, sino, también, en lo que es bueno para meter alegría en sus corazones”. En 2002, el gobierno laborista de Tony (leer más)

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Propuesta indecente

Una periodista sudanesa se rebela contra una deplorable condena por usar pantalones En el siglo XVII, el sultán Murad IV decreta la pena de muerte para aquel que consuma tabaco, alcohol y café en Estambul y el Imperio Otomano. Pretende preservar la salud pública. Es tan severo que, de noche, patrulla las calles y las tabernas vestido con ropa común y custodiado sólo por su sombra. Si sorprende a algún soldado transgrediendo la ley, no vacila en desenvainar su espada y matarlo en el acto. Lo llaman El Cruel. La prohibición rige para todos, menos para él: no se priva del tabaco ni del alcohol ni del café. Termina sus días, en 1640, como un borracho perdido. Dice el moralista y ensayista francés Joseph Joubert que las mejores leyes nacen de las costumbres. De ser cierto, una periodista sudanesa con los pantalones bien puestos como  Lubna Husein no debería enfrentar una condena de un mes de prisión tras ser desestimada la pena de 40 latigazos por esa causa, usar pantalones, en un país cuya máxima (leer más)

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Como quien no quiere la cosa

Uribe insiste en que no pretende la re-reelección, pero el Congreso le dio la venia Le pregunta Paul Volcker a Eduardo Duhalde: “¿Qué posibilidad tiene Menem de ser reelegido?”. El entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, de visita en Nueva York, replica: “Tantas como Bill Clinton”. Es 1999; el presidente norteamericano transita su segundo y último período en la Casa Blanca. Insatisfecho, el presidente de la Reserva Federal entre 1979 y 1982 insiste: “En mi país no cambia la Constitución”. El futuro candidato presidencial argentino repone: “En el mío tampoco”. Es una verdad a medias. En 1994, Menem convalida la reforma constitucional; al año siguiente resulta reelegido y, como Alberto Fujimori en Perú, completa una década de gobierno. La respuesta de Duhalde a Volcker, en medio de un sinfín de especulaciones sobre la segunda reelección o re-relección de Menem, es una verdad a medias en casi toda América latina. En tres décadas de democracia, el período más largo de la historia, un puñado de países impide a sus presidentes repetir el mandato; en (leer más)