El socialismo del siglo XXI




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Las nacionalizaciones de bancos y empresas son parte del problema, no de la solución

En 1982, Henry Kissinger sospechaba que Felipe González iba a nacionalizar la banca. Lo había hecho el presidente de Francia, François Mitterrand, también socialista. “Usted cree que ser socialista es ser tonto –repuso el nuevo presidente de España–. No tengo ninguna necesidad de nacionalizar la banca, encarecer el crédito, burocratizarlo y hacerlo menos eficiente.” Desde esos tiempos, pocos políticos conciben la conjugación del verbo nacionalizar como una impronta ideológica o una opción eficaz. Nacionalizar es, según la Real Academia, “hacer que pasen a depender del gobierno nacional propiedades industriales o servicios explotados por los particulares”. Cuba y Corea del Norte no despiertan envidias.

Todo Estado, tracción a impuestos, despierta recelos. En algunos casos, los mandatarios confunden los bienes públicos con los propios. Eso irrita. El 80 por ciento de los gobiernos no rinde cuentas de la ejecución de los presupuestos nacionales, según un exhaustivo estudio del International Budget Partnership (IBP). “Casi la mitad de los 85 países analizados proporciona una información tan mínima al público que puede esconder gastos poco populares, derrochadores o corruptos”, concluye.

Los más abiertos son los Estados Unidos, el Reino Unido, Sudáfrica, Francia y Nueva Zelanda; los más cerrados son Arabia Saudita, Argelia, Sudán, la República Democrática de Congo, Ruanda y Guinea Ecuatorial. Les va mejor a los más abiertos que a los más cerrados, por más que unos y otros sean propensos a incurrir, sin distinción, en exasperantes escándalos de corrupción.

Algunos mandatarios echan mano con entera libertad de los fondos del Estado. Hugo Chávez, por ejemplo, hace y deshace a su antojo. Y, quizá por ello, alentó a su par de los Estados Unidos a abrazar el socialismo. Barack Obama no respondió la gentil invitación. Ni él ni el primer ministro británico, Gordon Brown, ni la canciller alemana, Angela Merkel, forzados a rescatar bancos y compañías en bancarrota con dineros públicos a pesar de no merecerlos abrevan en las nacionalizaciones por convicción, sino por necesidad.

El socialismo del siglo XXI, si Chávez fuera su impulsor, es más confuso que el socialismo del siglo XX, si Kissinger fuera su intérprete. En los Estados Unidos, bancos y compañías recibieron fortunas para evitar quiebras. Y piden más. En los cálculos de pocos está salvarlos; la mayoría acepta a regañadientes esa opción. Les cuesta tanto conjugar el verbo nacionalizar que prefieren usar la letra “ene” a secas, sinónimo culposo del analgésico recetado a un enfermo terminal. La mera aprobación de una mayor participación del Estado, cual intromisión en la actividad privada, sería contraproducente para cualquier partido político moderno.

En una entrevista concedida a The New York Times a bordo del Air Force One, Obama no podía dar crédito a sus oídos. Le preguntaron si era socialista y, tras una pausa, miró a su alrededor y notó con estupor que nadie esbozaba una sonrisa. Una hora y media después, él mismo llamó por teléfono a los periodistas: “Me resulta difícil de creer que hablaban ustedes en serio cuando me hicieron esa pregunta”, confesó. Hablaban en serio.

El presunto izquierdismo de Obama, asociado con los planes de rescate sancionados en el Capitolio, pasó a ser la comidilla de los republicanos, huérfanos de liderazgo tras el final del gobierno de George W. Bush y la derrota de John McCain en las elecciones. En Rush Limbaugh, conductor de radio con una audiencia estimada en 14 millones de personas, encontraron la única voz políticamente incorrecta capaz de desearle al nuevo gobierno que fracase. Algunas calcomanías mencionan al “Camarada Obama”. Si Chávez fundó su República Bolivariana de Venezuela, él bien podría continuar con los Estados Socialistas Unidos de América (USSA, las siglas en inglés), infieren otras.

De hacerlo, Bush habrá sido el pionero por haber inyectado dinero de los contribuyentes en el sistema financiero. Desde su primer rescate de un banco hipotecario en apuros, el IndyMac, de California, contó con un antecedente irrebatible frente a las iras de la derecha de su partido: Ronald Reagan, icono conservador, nacionalizó en 1984, durante su presidencia, el banco Continental Illinois; la Reserva Federal, con Alan Greenspan a la cabeza, garantizó entonces, por primera vez en la historia, el reembolso íntegro de los depósitos y los préstamos.

“Nosotros hemos actuado de una forma completamente coherente con los principios del libre mercado, cosa que algunos de los que nos acusan de ser socialistas no pueden decir”, señaló Obama. En sus filas tampoco convence el uso preventivo de la letra “ene” a secas, de nacionalización y, también, de necesidad. “Bueno, pueden llamarlo como quieran”, se encogió de hombros la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, enfadada.

Menos prejuicios tenía Mitterrand: en su primer año en el Elíseo, 1981, nacionalizó la banca. Al año siguiente, Kissinger sospechaba que González, por ser socialista como él, iba a imitarlo en España. Era socialista, no tonto.



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