Operación triunfo




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En el mundo, cuatro de cada cinco ciudadanos votarían por Barack Obama

SHANGHAI.– En Silicon Valley crearon un videojuego que, como martilla la promoción, “se adelantó a su tiempo”. Se llama Crysis y es, según Yahoo!, “uno de los más importantes, esperados y anhelados en el mundillo de los videojuegos”. También era esperada, aunque no anhelada, la otra crisis, la real. Era esperada, pero no tan pronto. Barack Obama y John McCain no tenían previsto vérselas con ella en el final de la campaña ni sentirse obligados a cabildear contra sus principios por la sanción del plan de rescate de los bancos en aprietos. Estaban preparados para discrepar sobre Irak, Afganistán, la salud, la educación y la economía en general, no sobre la crisis en particular. Menos aún para defender un proyecto de George W. Bush.

La crisis no es como Crysis. En el videojuego, un soldado del Comando Delta, Jake Dunn, se propone liberar a científicos secuestrados en una isla por crueles militares norcoreanos que responden a las órdenes del temerario general Kyong. Superada esa fase, la misión se convierte en una cruzada para salvar a la humanidad. En algo se parece al mundo de la otra crisis, la real: Corea del Norte pertenece al “eje del mal”, creado por Bush después de la voladura de las Torres Gemelas a pesar de los reparos de China y Rusia; el objetivo, más allá de los métodos, poco difiere del trazado por el gobierno norteamericano tras el estrepitoso estallido de la burbuja financiera: salvar a su país y, por añadidura, al planeta.

El soldado Dunn no es el líder que el planeta necesita: un Rambo suelto y desquiciado que, con uniforme blindado y camuflado (nanotraje), mata por decisión propia, o unilateral, a todo aquel que se cruza en su camino. No tiene la delicadeza de Bush en cerciorarse si “están con nosotros o están contra nosotros”. Los mata o se muere. En una disyuntiva similar se encontraron Obama y McCain en vísperas de las elecciones: enfrentaban codo a codo, y sin rozarse, la otra crisis, la real, como senadores o especulaban con el resguardo del capital político para situaciones menos embarazosas.

Lo arriesgaron con entereza. Pero McCain cometió un error que, en el videojuego, hubiera sido fatal: anunció la suspensión de la campaña; al rato encabezó un acto proselitista en el decisivo Estado de Ohio con su compañera de fórmula, Sarah Palin, y en él se atribuyó el paquete de medidas económicas que iba a ser rechazado en primera instancia en la Cámara de Representantes. Le habían advertido sus pares republicanos que el proyecto de Bush requería artículos adicionales para no dilapidar los fondos aportados por los contribuyentes. Los ignoró.

En ese trance, McCain y Obama mostraron sus virtudes y, también, sus flaquezas: impulsivo y temperamental, uno; comedido y cerebral, el otro. ¿Quién ganaría Crysis? “Es vital aprender a estudiar concienzudamente cada situación que se nos presenta, teniendo en mente el objetivo; el emplazamiento y el número de enemigos, y su posición.” Eso dicen las instrucciones del videojuego, no las plataformas electorales. Y agregan: “No todas las misiones nos permitirán una planificación previa, pero en la mayoría de los casos es importante usar la cabeza y no lanzarnos en forma alocada al ataque”.

Con las encuestas en contra, McCain se lanzó en forma alocada al ataque. Palin asumió el papel del soldado Dunn en medio de la otra crisis, la real. Acusó a Obama de «juntarse con terroristas» por haber compartido trabajos comunitarios en los suburbios de Chicago con William Ayers, profesor universitario que, en los setenta, era miembro de Weather Underground. En señal de rechazo a la guerra de Vietnam, ese grupo cargó contra el Pentágono y el Capitolio. La táctica de infusión de miedo, típica de la era Bush, había fallado antes: el reverendo Jeremiah Wright, confesor de Obama, salió de su agenda por haber insinuado que los norteamericanos merecían los atentados del 11 de septiembre de 2001 por su segregacionismo.

Políticamente incorrecta, Palin asumió el papel del soldado Dunn: su retórica agresiva y directa, cual ametralladora, selló el tono de una campaña en la cual Obama y McCain, más allá de los servicios civiles de uno y las medallas militares del otro o del color de uno y la edad del otro, se concentró en una dura competencia por apartarse de Bush.

Tradicionalmente, el candidato por el partido oficialista suele ser el presidente, en caso de tener margen para la reelección, o el vicepresidente, de modo de sostener el legado como un signo de continuidad. Esta vez, todo apunta al cambio. En 2000, el vicepresidente Al Gore ganó el voto popular, pero perdió frente a Bush en el colegio electoral tras el amañado recuento de votos en Palm Beach, Florida.

En los Estados Unidos, cada Estado vota en proporción al número de bancas que ocupa en el Capitolio. En esta campaña, tan cara como novedosa, McCain necesitaba al soldado Dunn para ganar mientras se desataba la otra crisis, la real. Sólo una mujer podía ser capaz de embestir con ímpetu contra su rival, por más que el sexo no entrañe debilidad.

Cada dos años, en las elecciones presidenciales y de medio término, los norteamericanos libran una batalla cultural. Es como si permaneciera oculta y, en la campaña, resurge cual el recordatorio de las diferencias y los prejuicios domésticos.

En el mundo, cuatro de cada cinco ciudadanos votarían por Obama; en 2004, una proporción inferior hubiera apoyado sin tanto entusiasmo al candidato demócrata, John Kerry, con un solo propósito: desalojar a Bush de la Casa Blanca. ¿Están preparados los norteamericanos para tener el primer presidente negro de su historia? En ninguna encuesta primó el color. Excepto algunos racistas declarados, descarriados y apresados, nadie sería capaz de revelar su aprobación o su rechazo por ese motivo.

Sólo en la superpoblada China, Obama contaría con los votos suficientes para ser elegido, más allá de que haya advertido en los debates con McCain que, de ser presidente, revisará la relación bilateral (Taiwan es el punto sensible de los demócratas) en aspectos vinculados con el intercambio comercial y la política monetaria.

Como en las situaciones más dramáticas de Crysis, la otra crisis, la real, alteró todo. Hasta la campaña. Impuso una meta que no tenían en mente los candidatos: el afán de supervivencia frente a la incertidumbre global. Entre los chinos, Obama es atractivo por sus orígenes, seductor por su discurso y vulnerable por la posibilidad de ser víctima de un atentado, como Martin Luther King y JFK.

En las elecciones de los Estados Unidos no ganará por representar la esperanza ni McCain por su certificado de experiencia. Ganará uno o el otro a pesar de esos atributos y, después, dependerá de la energía que conserve, como el soldado Dunn y los creativos de Silicon Valley, para enfrentar la otra crisis, la real.



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