La madre de las tormentas




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La candidata a vice de McCain refrescó el discurso republicano en la convención

Razones de fuerza mayor amenazaban con privar a los republicanos de su semana de gloria. En la convención iban a hablar, el primer día, el presidente George W. Bush y el vicepresidente Dick Cheney. Lejos quedaba el discurso de John McCain, previsto para la clausura por razones de estrategia y, también, de fuerza mayor: cuanto más lejos, mejor, de modo de evitar confusiones. El huracán Gustav, apodado “la madre de las tormentas” por el alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin, prometía zozobras y estragos. Frente a ello, la disyuntiva era seguir con la fiesta en Saint Paul, Minnesota, o demostrar que estaban a la altura de las circunstancias. Demostraron que estaban a la altura de las circunstancias.

Tres años antes, el 29 de agosto de 2005, McCain celebraba su cumpleaños en Arizona con Bush, su rival en las primarias de 2000, mientras el Katrina devastaba Nueva Orleáns. La falta de reacción dejó al presidente en una posición embarazosa: un millar y medio de muertos pesaron en su calamitosa gestión casi tanto como la guerra contra Irak y la crisis económica. Si de los errores ajenos se aprende, McCain se cuidó de no cometerlos. Optó por reducir la convención republicana a su mínima expresión y, con ello, ahorrarse el precio de competir con la emotiva e impactante convención demócrata.

Emotiva por la proclamación de Barack Obama, el 28 de agosto, el día en que Martin Luther King, 45 años antes, revelaba que tenía un sueño: la igualdad básica de los ciudadanos; impactante por la renuncia de Hillary Clinton a su sueño a pesar de la resistencia de sus incondicionales a convalidar aquello que consideran un arrebato deshonesto de su candidatura. Ella misma intentó calmarlos y, con su marido, se puso a las órdenes del candidato y de su ladero, el senador Joe Biden.

Obama no eligió a Hillary como compañera de fórmula, sino al McCain demócrata. Biden, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, procura cubrir con su madurez y experiencia un flanco débil de Obama: su falta de zarandeo internacional. McCain no eligió a su favorito, el senador independiente Joe Lieberman, candidato a vicepresidente demócrata en 2004, sino a un arma secreta, capaz de competir con la otra arma secreta: la señora Obama, Michelle, una Hillary en ciernes. La ultraconservadora gobernadora de Alaska, Sarah Palin, procura cubrir con su lozanía y carisma un flanco débil de McCain: su exceso de madurez y experiencia.

Palin procura cubrir otro flanco débil de McCain: su rechazo radical al aborto, confirmado con la concepción de su hijo menor, Trip, nacido con síndrome de Down, subyuga a la derecha cristiana, vital en la reelección de Bush en 2004. Biden, a su vez, cubre otro flanco débil de Obama: refuerza el voto latino por ser católico, como John Kennedy.

En fuego y en juego cruzado, Obama buscó un repuesto y McCain halló un complemento. Biden, de 65 años, pertenece a la generación de McCain, de 72; Palin, de 44, pertenece a la generación de Obama, de 47 años.

La madre de las tormentas pasó por Nueva Orleáns, pero se desató en la convención republicana. En su transcurso, Palin, segunda en un concurso de belleza estatal, aportó más a McCain que Biden a Obama. ¿Qué se llegó a decir de ella? Que era la abuela, no la madre, de su quinto hijo. Que militó en un partido inspirado en la secesión de Alaska. Que su marido fue multado por conducir con unas copas de más. Que abusó de su poder para perjudicar a su ex cuñado. Que sus gestiones como gobernadora de Alaska y como alcaldesa de un suburbio de Anchorage, “donde su mayor logro fue aumentar los impuestos para construir una cancha de hockey”, según The New York Times, no reflejaban pericia ejecutiva alguna.

En la convención demócrata no hubo golpes bajos contra McCain, respetado por su amplia foja de servicios. Los hubo contra sus votaciones en el Senado, favorables a los proyectos de Bush. En la convención republicana tampoco hubo golpes bajos contra Obama, subestimado por su escasa foja de servicios. Palin replicó las críticas de la prensa y admitió que su hija Bristol, de 17 años, está embarazada y anunció que se casará con el novio, pero también se mostró orgullosa de su hijo John, presto a partir con el ejército hacia Irak.

En las mentes y los corazones de muchas mujeres, McCain tuvo la valentía de haberla escogido en coincidencia con la aparición, 45 años antes, del libro The Feminine Mystique (La mística femenina), de la pionera feminista Betty Friedan, criticado por las conservadoras por inducir a las mujeres a ingresar en el mercado laboral y abandonar sus hogares.

Palin se define como una hockey mom (madre que lleva a sus hijos a jugar hockey), émulo en Alaska de las soccer moms (madres que llevan a sus hijos a jugar fútbol). Las soccer moms respaldaron a Bill Clinton durante el escándalo con Monica Lewinsky. En las antípodas estaría Palin, así como en las antípodas de McCain. Ni él prohibiría el aborto, impugnaría las uniones  homosexuales y defendería el uso de armas.

En ambas convenciones primó el sentimentalismo. En la demócrata, sin aludir a la raza por tener en los Estados Unidos más implicancias que en otras latitudes, el sueño americano quedó resumido en la posibilidad de que un descendiente de un país de esclavos sea el próximo presidente.

Quien sea el próximo presidente, sin embargo, tendrá menos poder que sus antecesores. Bush mismo no pudo evitar que Rusia hiciera y deshiciera a su antojo en el Cáucaso ni que los talibanes se rearmaran en Afganistán y Paquistán ni que Irak siguiera sumido en el caos (más allá de su calibrado optimismo) ni que Irán continuara con su plan nuclear ni que China ignorara el reclamo por los derechos humanos antes, durante y después de los Juegos Olímpicos ni que razones de fuerza mayor amenazaran con privar a los republicanos de su semana de gloria a causa, o a pesar, de la madre de las tormentas.



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