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Política

Contigo aprendí

Bush y Kim se detestan, pero, asediados por problemas internos, necesitaban encontrar una salida para recuperarse Excepto para el depuesto régimen de Saddam Hussein, sobre el cual no hubo lágrimas ni honras, el “eje del mal” tuvo un efecto no deseado: fortaleció a aquellos que, en principio, apenas contaban con la capacidad necesaria para negociar rebajas de ocasión frente a eventuales sanciones económicas de las Naciones Unidas por ir detrás de la bomba. La bomba manda. En un mundo sin liderazgos claros, echado a rodar como una bola de billar después de la Guerra Fría, la bomba, o la mera intención de concebirla en casa, indica el grado de peligro, y de interés, que puede entrañar un país o un gobierno determinado. La bomba, empero, no es igual para todos. No significa lo mismo. Israel, aunque niegue poseerla, procura asegurarse con ella su existencia. Irán, aunque niegue su afán de poseerla, procura asegurarse con ella su independencia. En algunos casos, la bomba no sólo da garantías a los regímenes, sino, también, a los Estados. En (leer más)

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Con la soga al cuello

Con la mención de la adicción al petróleo como signo negativo para los EE.UU., Bush comenzó a aceptar la derrota Con la ejecución de Saddam Hussein, a cargo de las autoridades iraquíes, las tropas norteamericanas completaron, en principio, la primera fase del plan: derrocar una tiranía que cobijaba armas de destrucción masiva y que amenazaba con utilizarlas contra los Estados Unidos. Era la premisa de George W. Bush. La premisa por la cual, contra la corriente, alentó en 2003 la invasión y, hecho el daño, la ocupación y la administración de un país que iba a ver profundizadas sus divisiones internas entre la minoría sunnita, antes dominante, y la mayoría chiíta, ahora emergente, bajo la mirada expectante de la población kurda. La excusa era un shock de democracia liberal, de modo de propagarla, como si de fuego en el bosque se tratara, en la región más conflictiva del planeta: Medio Oriente. Esa excusa, políticamente afín al mundo idealizado por la globalización, convenció a pocos. Los agoreros, renuentes a convalidar la doctrina de las guerras preventivas (leer más)