El viejo y el mal




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En la resistencia contra una eventual invasión norteamericana, halló el régimen una forma de mantenerse sin su líder

En algún momento iba a ocurrir. La duda no iba a ser qué, ni quién, ni cuándo, ni cómo, ni por qué, ni para qué. La duda iba a ser dónde. ¿Dónde está Fidel Castro? Una duda provocó, también, el deshielo de la Guerra Fría tras la caída del Muro de Berlín: ¿dónde está la izquierda? La duda era planteada en inglés: what’s left? Tenía dos acepciones: ¿qué es izquierda?, por un lado; ¿qué queda?, por el otro. En síntesis, ¿qué queda de la izquierda? Esa duda, trasladada a Cuba, halla su propia traducción: ¿qué queda de Fidel Castro, más allá de su suerte, después de Fidel Castro?

Queda la duda, precisamente. Sobre todo, después de 47 años de asociación libre entre un hombre que no tiene repuesto, Castro, y un hecho que tampoco tiene repuesto, la revolución. Castro y la revolución trascendieron la isla con mayor ímpetu que los balseros que, una vez consumado el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista y establecido el nuevo régimen, lograron salir de ella. Castro y la revolución pasaron a ser tanto banderas de la izquierda como artilugios de la derecha. Con ellos, los Estados Unidos no pudieron desde el presidente Dwight Eisenhower; con ellos, los presidentes latinoamericanos y europeos evitaron involucrarse.

Hasta vacilaron, en más de una ocasión, sobre la conveniencia de enviar emisarios de las Naciones Unidas que constataran in situ si eran violados los derechos humanos. Castro, como cualquier otro en su lugar, nunca aceptó intrusos. Prefirió inversores, banqueros y turistas con los cuales sofocó el embargo comercial norteamericano. Su mejor aliado. Un remedio para toda clase de errores. La excusa perfecta. Tan unilateralmente dictado como la definición de la Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, actualizada en marzo: en Cuba, dice, un dictador antinorteamericano insiste en oprimir a su gente y en subvertir la libertad en la región.

Excepto algún que otro leal a la causa de George W. Bush, la mayoría no coincidió con ella. U optó por considerarla más de lo mismo: hecha a pedido del poderoso lobby cubano de Miami, influyente en períodos electorales y partidario, siempre, del endurecimiento de un embargo que dio más oxígeno que ahogos al régimen de Castro. Un error: con él convivió en forma confortable y propaló, en honor a la revolución, el espíritu rebelde que supo contagiar y exportar a otros países.

En algún momento, sin embargo, la asociación libre entre Castro y la revolución iba a quedar presa de la insoportable levedad del ser. En algún momento iba a surgir la duda sobre el paradero de Castro y el destino de la revolución. En algún momento iba a cumplirse la profecía de Raúl, su hermano y sucesor: no se puede reemplazar un elefante con cien conejos.

Cuba está en pausa desde 1959 y en vilo desde 2001. Ese año, el 23 de junio, Castro sufrió una lipotimia y un desmayo durante un acto público. Cerca de La Habana, en la localidad de El Cotorro, atribuyó a problemas de sueño la flojera de sus piernas. El canciller Felipe Pérez Roque tomó el micrófono: pidió calma y valor, y mandó a casa a las 60.000 personas que se habían congregado bajo un sol abrasador.

El calor y el sueño habían podido con él. El calor, el sueño y la edad, 80 años cumple hoy, mientras la revolución, su otro yo, crea y recrea con latiguillos permanentes el asalto al Moncada, la guerra en la sierra Maestra, la invasión de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles, la ligazón con la Unión Soviética, el desamparo aparente tras su desmembramiento y, en el otoño del patriarca, el legado transferido a Hugo Chávez, tildado por el gobierno de Bush de demagogo bañado en el dinero del petróleo. Del petróleo se abastecen Cuba, a precios subsidiados, y los Estados Unidos, a precios de mercado.

En algún momento iba a ocurrir, empero. La sucesión no recayó en Raúl, sino en el Partido Comunista Cubano (PCC). ¿Dónde está Fidel Castro, mientras tanto? ¿En la generación de Raúl; en la generación de Pérez Roque, de 41 años, nacido después de la revolución, o en la generación posterior de los talibanes, encargada de ensalzar la propaganda desde que el ex presidente norteamericano Jimmy Carter advirtió en 2002 que los disidentes tenían un plan, el Proyecto Varela, de Oswaldo Payá, para recobrar los derechos políticos básicos?

En principio, en la supervivencia de la revolución más allá de la supervivencia de Castro sobre la base de ejes de autoridad moral (a pesar de la corrupción estatal), de respaldo popular (a pesar de la oposición interna y externa) y de propiedad estatal (a pesar del reclamo por usurpaciones de los exiliados). Ese punto, la economía, es central.

De ahí el giro hacia mayores controles estatales desde 2003, de modo de no perder detalle, desde el PCC, de una sucesión de corte dinástico por medio de una constitución nacional que, en realidad, sirve de excusa, como el embargo, para garantizar la virtual perpetuidad del régimen. De ahí, también, la elección del delfín con lazos de sangre, Raúl, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de modo de poner a los militares, la policía y la inteligencia al servicio de la revolución.

En algún momento, Castro podía caer en un acto público, como el 23 de junio de 2001. O como el 24 de octubre de 2004: resbaló, sufrió lesiones en un brazo y en una pierna, y debió ir durante meses en silla de ruedas. O podía esfumarse después de un viaje con más simbolismo que esencia: la visita con Chávez a la casa del Che Guevara en Alta Gracia, Córdoba. Y podía apelar, con ello, a un retiro súbito, y decoroso, con certificado médico por cirugía intestinal.

En el PCC, regido por la burocracia,  la batalla de las ideas estaba consumada: debían exponer que la salud de Castro pasaba a ser un secreto de Estado a raíz de la amenaza latente de una invasión de los Estados Unidos, comparada con la guerra contra Irak. Idéntico pretexto usa Chávez en Venezuela para justificar sus desproporcionadas compras de armas y pactar con sus socios petroleros (Saddam Hussein, antes; Mahmoud Ahmadinejad, ahora) en contra de Bush.

Castro cedió el mando a Raúl, pero encargó el relevo al PCC. En la gente creó durante casi medio siglo el miedo a la dominación de los Estados Unidos, reforzado, a su vez, por ellos mismos con aportes millonarios a los disidentes y transmisiones satelitales que no hicieron más que apartar al resto de la región por el reparo que crea toda intromisión unilateral. Más aún en un régimen que, equiparado  con Bielorrusia, Birmania, Irán, Corea del Norte, Siria y Zimbabwe, no necesitaba ser aislado si, al margen de los negocios vedados por el embargo, de ayuda humanitaria se trataba.

A 10 presidentes norteamericanos debe Castro la exaltación del nacionalismo y, en cierto modo, la simpatía de la izquierda foránea, incapaz de vincularlo con las dictaduras militares que asolaron la región, y la conveniencia de la derecha, también foránea, inclinada a exaltar el modelo chino por su éxito económico sin echar un vistazo a su prontuario de violaciones de los derechos humanos.

En Siria y en Corea del Norte, los hijos sucedieron a los padres. En la República Dominicana y en Nicaragua, Rafael Trujillo y los Somoza no resistieron. En Chile, Augusto Pinochet creyó que iba a vivir con impunidad y sin apuros sus últimos años. En algún momento iba a ocurrir en Cuba. ¿Dónde está Fidel Castro? Nadie sabe dónde, ni qué, ni quién, ni cuándo, ni cómo, ni por qué, ni para qué.



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