Suicidio en defensa propia




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Problemas entre los hermanos «mayores» y los «menores»

Por apenas un mes de diferencia, Luiz Inacio Lula da Silva no coincidió con Néstor Kirchner en una visita a China. Viajaron en mayo y en junio de 2004, respectivamente. En mayo de ese año viajó a China, también, el presidente de Paraguay, Nicanor Duarte Frutos. Si Jorge Batlle, aún presidente de Uruguay, hubiera ido, el anfitrión, Ju Hintao, habría tenido una postal completa del Mercosur. Debió armar un rompecabezas, empero. O atender por separado a cada uno de ellos, socios de un club, a veces prenda de hermandad, a veces factor de desunión, con más predicamento en el vecindario que fuera de él.

¿Era una locura que viajaran los cuatro juntos (Batlle incluido) o que, al menos, Brasil y la Argentina, orgullosos en apariencia de una remozada alianza estratégica signada por la presunta afinidad ideológica entre Lula y Kirchner, aterrizaran en el mismo avión en el país que, con su apertura comercial y sus compras de materias primas, iba a ser vital para la recuperación económica del bloque regional en particular y de América latina en general?

Era una locura. ¿Por qué? Primero, por la organización, según me respondieron diplomáticos argentinos y brasileños reacios a imaginar gestos más imaginativos que la rutina de los viajes individuales. Segundo, por la coyuntura: el presidente de México, Vicente Fox, vapuleado por Kirchner en la cumbre continental que iba a realizarse un año y medio después en Mar del Plata por su adhesión al Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y su rechazo a la retórica provocadora de Hugo Chávez, había sido más sensible que Lula en defender ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) la posición argentina después del default.

En China, Kirchner no hubiera podido ensayar una sonrisa de compromiso con Batlle, ofendido por su intromisión en la campaña electoral uruguaya con consignas a favor del  candidato por el Frente Amplio-Encuentro Progresista, Tabaré Vázquez, y por la distancia que generó entre ambos la búsqueda denegada en un regimiento de Montevideo de los restos de la nuera del poeta argentino Juan Gelman, desaparecida durante la dictadura militar.

No era el mejor momento para fingir amistad. Tampoco era el mejor momento para dejar de lado los recelos entre Kirchner y Lula, campeones en el arte de obtener petrodólarees de Chávez, sin caer en la tentación de imitar sus discursos destemplados contra la principal fuente de ingresos de Venezuela y el principal inversor en la región, los Estados Unidos.

Por apenas una semana de diferencia, Kirchner no coincidió con Lula en anunciar la cancelación anticipada de la deuda total con el FMI. En diciembre de 2005, Vázquez y Duarte Frutos no supieron de la decisión de ambos, apurada una por la otra, hasta que se concretó. ¿Era una locura que los cuatro juntos, en nombre del Mercosur, transmitieran una señal de coherencia que trascendiera fronteras? Era una locura, también.

En el Mercosur somos mucho más que dos, pero Vázquez y Duarte Frutos, reunidos en Asunción, advirtieron que dos, Brasil y la Argentina, son “socios mayores”, y los otros dos, Uruguay y Paraguay, son “hermanos menores”. La disparidad, traducida en asimetría, llevó al presidente oriental a no ocultar su irritación por la actitud de uno de la Argentina a raíz de los bloqueos de rutas en plan de protesta ante la posibilidad de que las plantas productoras de pasta celulosa de Fray Bentos contaminen el río Uruguay.

Poco y nada hizo Kirchner para impedirlos; poco y nada hizo Vázquez y su antecesor, Batlle, para aclararlo. Poco y nada lograron ambos gobiernos en la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU), encargada de aplicar el Tratado del Río Uruguay, convencidos, uno, de que se trata de una cuestión bilateral, y el otro, de que se trata de una cuestión regional.

En la Comunidad Andina de Naciones (CAN) también son mucho más que dos, pero Chávez, después de que Venezuela se incorporara al Mercosur en desmedro de un aspirante demorado como México, dictó su réquiem: “Ha fallecido”. ¿El motivo? Perú, uno de sus miembros, firmó un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, al igual que Chile, Colombia y México. Indicio de que los acuerdos  bilaterales con el país más poderoso del planeta rompen, en ocasiones, los bloques regionales. En esa dirección también se perfilaron Uruguay y Paraguay.

Objeciones y deserciones representan, en el fondo, suicidios en defensa propia.  El sello une, pero la agenda interna y la necesidad externa separan. Más allá de la imagen descuidada de los Estados Unidos por sus guerras preventivas y su desinterés en los percances ajenos, Lula y Kirchner compusieron con George W. Bush una relación basada sobre el respeto mutuo y la misión de contener los desbordes de Chávez.

En las sucesivas crisis institucionales de Bolivia, previas a la victoria de Evo Morales, procuraron ser bomberos, pero, real politik al fin, actuaron como emisarios del sector privado de sus países, del norteamericano y del europeo. El Mercosur, crucial su cláusula democrática en los conatos de golpes de Estado a los que estuvo expuesto Paraguay durante el gobierno de Luis González Macchi, apenas influyó. No dejó su marca, digo. ¿Era una locura que los cuatro actuaran juntos? Era una locura, sí.

El Mercosur critica el proteccionismo de los países centrales. Vázquez y Duarte Frutos acusaron a los “socios mayores” de aplicarlo con ellos. No estaban enterados, siquiera, de la construcción del megagasoducto que planearon Lula, Kirchner y Chávez. No estaban enterados, tampoco, de otras decisiones que terminaron recluyéndolos en la última fila, como espectadores en una función a la cual no fueron invitados.

En palabras de Vázquez, el Mercosur “no sirve” si no se renueva. En palabras de Chávez, la CAN “no sirve” si no beneficia a los pobres y los indígenas. En palabras de Morales, Perú y Colombia optaron por la desintegración.

El diferendo por las plantas de Fray Bentos llevó a un ministro argentino a desautorizar a Vázquez, uno de los pocos presidentes uruguayos que logró el consenso de la dirigencia política de su país. En su caso, para seguir adelante con la mayor inversión extranjera de la historia.

El fantasma de la desintegración no proviene de complots externos, interesados en dividir para reinar, sino de desinteligencias domésticas, más asociadas con la falta de comunicación, y las presiones políticas, que con la intención de dañar al otro. Como pretendido líder de América del Sur desde que dejó en manos de México el eje Puebla-Panamá, Brasil no supo encarrillar un conflicto que amenaza con fisurar el Mercosur.

Si Brasil y la Argentina creyeron que desentenderse del FMI era la fórmula para trazar sus destinos libres de condicionamientos, ¿por qué no invitaron a Uruguay y Paraguay para realzar al Mercosur? Con poco dinero, en comparación con las deudas de ambos, el gesto hubiera tenido más valor que precio. Lo mismo ocurrió con los viajes de tres de los cuatro presidentes del bloque regional, en fechas casi coincidentes, a China. O con el envío desparejo y no coordinado de tropas a Haití. O con la disputa por la banca permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. O con tantos asuntos más. Oportunidades perdidas, todas ellas. O, quizá, locuras. Locuras derivadas de la orfandad de estadistas que imaginen qué hicieron mañana en lugar de planear qué harán anteayer.



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