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Política

Una voz en el teléfono

Blanco de una broma, Morales se alegró de haber hablado con Zapatero, defensor de aquello que criticó en la campaña LA PAZ.– Si Evo Morales estuviera tan comprometido con la causa de Túpac Catari, aquel cacique que se sublevó contra los españoles, sitió la ciudad de La Paz durante 109 días y murió en noviembre de 1781 descuartizado por cuatro caballos que jalaban en direcciones opuestas, ¿se habría sentido feliz de haber recibido un llamado telefónico del presidente del imperio pretérito, José Luis Rodríguez Zapatero, y habría pregonado a los cuatro vientos que iba a ir a Madrid más temprano que tarde? No sabía que era una broma. Su cara denotaba alegría. La misma, tal vez, que Néstor Kirchner después haber hablado en sus primeros meses de gestión, también por teléfono, con George W. Bush; con el real, en su caso, portador de aliento ante la negociación inminente de la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional. O la misma, tal vez, que Hugo Chávez y Fidel Castro, convencidos, primero uno, después el otro, de (leer más)

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Yo sólo quiero pegar en la tele

Con el uso excesivo de los medios de comunicación, presidentes y candidatos recrearon un estilo que parecía perimido LA PAZ.– Con éxito relativo, Umberto Eco intentó explicar a un grupo de intelectuales franceses por qué el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, no anunciaba sus decisiones en el Congreso, sino en un programa de televisión. Sus amigos, los intelectuales franceses, no entendían esa extraña manía, así como las actitudes de los italianos en general. Tampoco entendieron finalmente la relación directa que el jefe pretendía establecer con el pueblo en desmedro de sus representantes. En América latina se hubieran vuelto locos. Berlusconi instauró en Italia algo que Eco llamó populismo mediático mientras hablaba con sus amigos, los intelectuales franceses. Un atajo para evitar el Congreso, y su pero frecuente, cada vez que pudiera o que no necesitara consenso para ejecutar tal o cual medida. En América latina, insisto, se hubieran vuelto locos. También procuró aclararles Eco a sus amigos, los intelectuales franceses, que fascismo hubo uno solo en Italia. Que Berlusconi no pensaba uniformar con camisas (leer más)

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El Estado soy yo

Ni Bolívar toleraba la concentración del poder en manos de uno solo, pero Chávez suele omitir esa inoportuna premisa En Luiz Inacio Lula da Silva, más que en Néstor Kirchner, confiaba George W. Bush en que iba a mantener a raya a Hugo Chávez. Que despotricara contra los Estados Unidos, que edulcorara la estampa y figura de Fidel Castro, que se pavoneara con Diego Maradona, que se ufanara de su amistad con un radical iraní como Mahmoud Ahmadinejad o que enseñara como punta de lanza el remozado socialismo latinoamericano no era tanto problema como una eventual expansión de su revolución bolivariana. En la franja andina, sobre todo, dominada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el líder cocalero boliviano Evo Morales, así como por movimientos afines de raíces indígenas en Ecuador y en Perú, contrarios, todos ellos, a los intereses norteamericanos. Y en América Central, expectante de la suerte de Daniel Ortega y su prédica urgente para Nicaragua. Lula, empero, cayó en desgracia por el escándalo de corrupción que afectó a su Partido (leer más)

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Un largo camino a casa

Bush evitó condicionar el retiro de las tropas al calendario, pero cuenta con un plan con miras a las elecciones de 2006 En febrero de 2003, Abu Musab al Zarqawi, lugarteniente en Al-Qaeda, comenzó a hablar en frío de lo ardiente. Hasta entonces, al borde de la guerra sin fin, el único escollo en Irak de la coalición liderada por los Estados Unidos era un tirano que no daba crédito a la posibilidad de que guardara relación con aquello que George W. Bush más detestaba: el terrorismo, inducido, en su caso, por la posesión de armas de destrucción masiva y por los vínculos con Osama ben Laden. Hipótesis, ambas, refutadas por la insoportable levedad de las evidencias que propiciaron la invasión del país, el derrumbe del régimen y el estreno de la insurgencia. Sobre ello no hubo en Bush, ni en su gobierno, medio gramo de arrepentimiento. Sabía que Irak, tras la guerra, iba a convertirse en un santuario del terrorismo y que, de ese modo, más difícil iba a ser el retiro de las (leer más)