Fronteras calientes




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Más allá de los recelos de la Argentina por el liderazgo de Brasil, la región está signada por enfrentamientos bilaterales

En resumen, Lula no pudo monopolizar la cumbre de la cual era anfitrión por la actitud políticamente incorrecta de Hugo Chávez y, a su vez, Néstor Kirchner se mostró tan sensible ante las palabras emotivas de su par peruano, Alejandro Toledo, que, en medio de su discurso, prefirió atender una llamada por teléfono celular mientras iba al baño en lugar de aprobar con aplausos el papel de líder regional que había asignado a Brasil. Tan sensible se mostró, convengamos, que apuró el regreso a Buenos Aires por estrictas razones de tedio, no de agenda.

La postal de la I Cumbre de Países de América del Sur y la Liga Arabe, realizada en Brasilia, exhibió algo más que rencillas entre Lula y Kirchner. Exhibió rencillas múltiples entre varios presidentes de la región, independientemente, en su mayoría, de los vínculos entre sus respectivos países. Y exhibió, también, una ola de conflictos bilaterales, generados por heridas no cicatrizadas, como la disputa de Bolivia con Chile por la salida al mar, o por afanes no asimilados, como el pretendido liderazgo brasileño de la porción sur de la región ante los reparos de la Argentina, por un lado, y de México, por el otro.

En su momento, Kirchner no ocultaba sus disidencias con el ex presidente uruguayo Jorge Batlle por su renuencia a colaborar en la búsqueda de los restos de la nuera del poeta Juan Gelman. En Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, optó por reunirse con el líder del Movimiento al Socialismo (MAS), Evo Morales, en desmedro del presidente de emergencia Carlos Mesa, sustituto del malogrado Gonzalo Sánchez de Lozada. Después, como consecuencia de las sucesivas crisis de ese país, terminó apuntalándolo y hasta aceptó que «ni una molécula» del gas que iba a adquirir la Argentina fuera a parar a Chile. En Santiago, Ricardo Lagos acusaba, mientras tanto, el impacto político y económico de los recortes en la provisión dispuestos en Buenos Aires.

En ese difícil entramado, resueltos los desencuentros con Lagos, la mera designación de un chileno como secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), llámese José Miguel Insulza o Pablo Neruda, despertó los recelos de Bolivia y de Perú, y obligó a Vicente Fox a levantar la candidatura de su canciller, Luis Derbez. Era, después de la frustrada intención de postular al ex presidente salvadoreño Francisco Flores, el favorito del gobierno de George W. Bush.

¿Por qué tanto alboroto? Es un fenómeno cíclico: cada vez que los Estados Unidos desatienden la región, como sucede desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, surgen conflictos que ponen al rojo vivo las fronteras. Chávez, de roces recurrentes con Bush, aprovechó la nominación de Insulza para obrar de recaudador de votos en el Caribe, abastecido de petróleo venezolano. Ganó de ese modo el favor de Lagos, habitualmente renuente a convalidar sus afanes bolivarianos.

Bush, empero, no se quedó atrás: encendió la señal de alerta por los encargos de armas que hizo Chávez a España y, sobre todo, a Rusia. Fusiles AK-47, en ese caso: la causa por la cual cayó Vladimiro Montesinos, monje negro de Alberto Fujimori, en su intento de desviar 10.000 unidades, adquiridas en apariencia para el ejército peruano, hacia la zona de despeje que ocupaban las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en las afueras de San Vicente del Caguán durante el gobierno de Andrés Pastrana.

Chávez, Lula, José Luis Rodríguez Zapatero y Álvaro Uribe asistieron el 30 de marzo a una cumbre en Ciudad Guyana, Venezuela, en la cual se firmaron los contratos, incluida la venta de aviones brasileños. Quiso ser el fin del quiebre diplomático con Colombia por la captura de Ricardo Granda, llamado canciller de las FARC, en territorio venezolano. Quiso serlo, no más.

Cuando la desconfianza entra por la puerta, el amor sale por la ventana. El mensaje implícito hacia Bush provino de Lula, Rodríguez Zapatero y Uribe: le hicieron saber que iban a procurar contener a Chávez en su presunto interés de exportar la revolución bolivariana, con su fuerte componente castrista, hacia los países vecinos de la franja andina. Entre ellos, Colombia, desde luego. Por motivos diferentes, no obstante ello, el presidente venezolano ya había despojado de todo signo de enemistad a su par español, embarcado en el giro de la política exterior después del alineamiento automático de José María Aznar en la guerra de Irak.

En ello, como en otros casos, influyó la chequera robusta de Chávez a raíz de los altos precios del petróleo. Y la posibilidad de comprar afectos, más que voluntades, aun en países lejanos de la revolución bolivariana. Lo notó el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, en una fugaz visita a la Argentina: condonen ustedes parte de la deuda, como hizo Chávez, y comenzamos a conversar. Interpretación simultánea: adherimos al coro de protesta por la democracia escasa en Venezuela y los peligros regionales, pero ello tiene un precio. Un precio que Bush nunca estuvo dispuesto a pagar. Cash, al menos.

Lula, más allá de haber intervenido por su cuenta en la crisis de Ecuador y de haber creado con ello algún recelo en el gobierno de Kirchner, tomó la iniciativa: dejó trascender que su jefe de Gabinete, José Dirceu, y su principal asesor de política exterior, Marco Aurelio García, habían persuadido a Chávez sobre sus provocaciones a Bush. Le dijeron que no ayudaban.

Dirceu se convirtió en algo así como una rareza desde el momento en que se mostró convencido de que existían las condiciones para retomar las negociaciones del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la única carta de Bush en la región, en coincidencia con los mensajes de extremaunción sobre la materia que emitieron varios gobiernos y en vísperas de la Cumbre de las Américas, agendada para noviembre en Mar del Plata.

Por la carestía del combustible, Nicaragua y Guatemala tuvieron severos problemas internos; reaccionaron los sectores más populares. Más allá del petróleo barato, sólo Cuba recibe varios barriles diarios remitidos desde Venezuela con precios subvencionados. En lo político, el ideario bolivariano de Chávez caló hondo en movimientos no siempre afectos a la democracia, como el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Nicaragua, y el Frente Farabundo Martí, en El Salvador. De ahí, la urgencia de contención expuesta, sin pelos en la lengua, por el gobierno de Bush. De ahí y del riesgo de que la simpatía se traduzca en un apoyo concreto hacia grupos marginales que, como las FARC, comulgan con el otro cáncer regional: el narcotráfico.

En Bolivia, con su intención descabellada de establecer la capital aymara en Cuzco, Perú, Morales también vio el horizonte, o la veta, en la línea Chávez-Castro. Y no dudó en hacer tambalear al gobierno de Mesa en tanto y en cuanto no fraguara una ley de hidrocarburos poco benévola con el capital extranjero. En el tránsito surgieron las iras nunca agotadas por la salida al mar, cerrada por Chile.

Un presidente involucrado en las negociaciones me confió que el gas vía México y California, causa de la caída de Sánchez de Lozada, terminará saliendo por Brasil. Que merece por su magnitud tanto la banca permanente en el Consejo de Seguridad como el consenso para ejercer el liderazgo de la Comunidad Sudamericana de Naciones.

De su nacimiento no participó Kirchner, más sensible al Mercosur, centrada su gestión en un resolver el problema de la deuda. Sobre su escritorio no faltan cada día, al atardecer, tres datos sin los cuales no concilia el sueño: la reserva energética, la cotización del dólar en el Banco Central y el movimiento de la Tesorería. Rasgos de una obsesión velada de celos en la postal de cada cumbre.



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