¿Qué tú sabes de democracia?




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En uno de los momentos más duros de su régimen, Castro es, curiosamente, vitoreado en el exterior como si fuera un héroe

En 44 años de gobierno, Fidel Castro ha sobrevivido a 10 presidentes de los Estados Unidos, empezando por Eisenhower. Lapso en el cual ha sido asesinado uno, Kennedy; malogrado otro, Nixon, y reincidentes otros, Reagan y Clinton, entre otros que tampoco han podido con él. Ha sobrevivido, también, a la Guerra Fría, enrolado en el bando opuesto, y a las dictaduras militares, jugando a dos bandas. Y ha sobrevivido, a diferencia de Saddam, al segundo Bush, el hijo, enarbolando banderas con mástiles oxidados que casi todo el mundo ha arriado.

Desde que rondaba los treinta, la edad mítica a la que otros han muerto, bajo las barbas de Castro pende una duda: ¿cómo deshacerse de él y, a la vez, cómo preservarlo? El otro día, el miércoles, cumplió 77 años. Y encontró en Chávez, su único incondicional, un oído presto para hablar de béisbol (Cuba le había ganado 3 a 1 a los Estados Unidos). O, en confianza, para mofarse del aprieto en el cual había metido a Bush, como a sus antecesores, por el encono del exilio cubano de Miami.

Esos traidores, en su jerga destemplada. Ingratos que no han sabido apreciar las virtudes de la revolución, con violaciones frecuentes de los derechos humanos y mordazas no menos frecuentes de las libertades individuales. Ni han reparado en el beneficio para la duda que ha deparado el gesto de Bush: repatriar a 12 cubanos disidentes, aprehendidos frente a la costa de Bahamas. Seis quedaron en libertad; seis fueron sometidos a juicio.

Trece congresistas estatales republicanos de Florida, 10 cubanos nacionalizados norteamericanos entre ellos, expresaron su disgusto en una carta pública. Que, tratándose de los dominios del hermano Jeb, refleja algo más que malestar: en Palm Beach, justamente, Bush dirimió las elecciones de 2000, frente a Al Gore, por apenas 537 votos. Cruciales, así como el electorado hispano en general, para un partido que, salvo por la reelección de Clinton en 1996, se ufana de no haberse quebrado en vísperas de las elecciones de 2004.

Castro también se ufana de no haberse quebrado a pesar de los años. Y Bush, cara de perro con Saddam, ha flaqueado, a los ojos del exilio cubano (representa 833.000 votos), frente a sus demandas no atendidas: elecciones libres y justas en la isla mientras siga con vida. Fórmula eficaz en el mundo árabe, al parecer, no en la otra orilla, rodeada de democracias rengas que, por defecto, nutren su verba fácil.

En Asunción, como antes en Buenos Aires, Castro capitalizó todas las miradas y todos los aplausos, confabulado con Chávez, a veces, en guiños cómplices o, como sucedió en el aeropuerto apenas arribaron, en una emboscada infantil, esperándolo detrás de una columna. La peor cara de un régimen que restringe libertades y derechos humanos despierta simpatías en el exterior. ¿Por qué?

Quizá porque muchos se resisten a ver, debajo de sus barbas, el espíritu de Augusto Pinochet, señala Robert Cox en el prólogo del libro “Otra grieta en la pared”, del periodista argentino Fernando Ruiz, detenido e incomunicado en Cuba mientras realizaba una investigación periodística. Presumible razón por la cual multitudes han vivado su nombre en Buenos Aires, durante la asunción de Néstor Kirchner, o en Asunción, durante la asunción de Nicanor Duarte Frutos.

¿Las dictaduras de izquierda son más simpáticas que las dictaduras de derecha? Son dictaduras a secas. En cierto modo, Castro ha sabido sacar partido de los errores ajenos: en especial, del embargo comercial norteamericano. Su gran excusa, durante décadas, para mostrarse como víctima, hacia fuera, y como victimario, hacia dentro, mientras el exilio cubano de Miami insiste vanamente en no ceder un centímetro, reforzándolo, incluso, con leyes que, en el fondo, han perjudicado más a la gente que a su régimen. ¿Cómo es posible, si no, que a tan pocos les importe que hayan sido ejecutados como criminales tres infelices que pretendían huir de Cuba? ¿Cómo es posible, si no, que a tan pocos les importe que haya sido cercenada la libertad de expresión durante décadas, expuestos los periodistas a la cárcel si disienten con la revolución?

Todo ha fallado. O ha sido una pantalla. Desde 1990, después de un acuerdo sobre inversiones en la Argentina con el finado Jorge Mas Canosa, líder del exilio cubano de Miami, Carlos Menem sobreactuó durante casi 10 años con su reclamo de democracia para la isla mientras intercambiaba vinos y cigarros con Castro. Había caído el Muro de Berlín y se suponía que, cual dominó, también iba a caer él, resuelto a cambiar su look Sierra Maestra por trajes sobrios. Era lo único que iba a cambiar.

En 1996, el régimen derribó dos aviones civiles de la organización Hermanos al Rescate. Clinton avaló la ley Helms-Burton, endureciendo aún más las penas contra Cuba. Las comerciales, sobre todo. Castro se mostró agredido, casi ofendido por haber sido violado su espacio aéreo. Y, cual monaguillo, recibió dos años después al Papa, desoyendo su prédica. Desoyó, después, las recomendaciones de democracia, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos de la IX Cumbre Iberoamericana, reunida en La Habana por iniciativa del rey Juan Carlos y de José María Aznar, también cercano a Mas Canosa. Menem no asistió, al igual que su par de Chile, Eduardo Frei, en señal de rechazo a España (al juez Baltasar Garzón, en realidad) por la detención en los suburbios de Londres de otro prócer de la democracia: Pinochet.

En la comida de despedida del ex presidente de Paraguay, Luis González Macchi, sombreado su retiro por la corrupción, Castro se sentó al lado de Kirchner, rompiendo el protocolo y volviendo locos a sus guardaespaldas. No habían probado la silla, dijeron. Una obligación después de que mafiosos contratados por la CIA fallaron en sus intentos de deshacerse de él, inoculando una sustancia derivada del LSD en sus puros, procurando que se aseara con jabones tóxicos o proyectando rayos letales mientras se tomaba radiografías. Plan Mangosta supo llamarse aquello, archivado por Johnson tras la muerte de Kennedy.

Y resumido en peligro, palabra que utilizan, también, los congresistas republicanos en la carta que remitieron a Bush. Una advertencia si de Florida se trata, el cuarto Estado más grande de la Unión después de California, Nueva York y Texas: aporta 25 de los 538 votos electorales. En 2002, sin embargo, 931 balseros cubanos interceptados en el mar debieron regresar a la isla; en 2003 van casi 900. Si pisan tierra, o arena, pueden quedarse, según la política de pie mojado y pie seco negociada por Clinton y Castro en 1994. La guardia costera, empero, hace lo posible para que conserven el pie mojado. Y no se queden. Hasta un camión montado sobre barriles de petróleo han usado. Motivo de preocupación del exilio cubano, así como la severa represión contra los disidentes en coincidencia con la guerra contra Irak. Una pantalla. Otra, en más de cuatro décadas.

Desde su desmayo en 2001, mientras pronunciaba un discurso, Castro ha abierto la hipótesis de un retiro involuntario y un virtual traspaso del poder a su hermano Raúl. Una transición, han aducido. El episodio del balserito Elián, en 1999, obró como una vuelta de tuerca hacia los dorados sesenta. Sin resquicio para colaboradores cercanos de Castro, como Carlos Lage, Felipe Roque Pérez y Ricardo Alarcón, en cuales había delegado algunas responsabilidades. Todo ha fallado. En marzo pasado hubo arrestos y juicios sumarísimos en masa. De periodistas en su mayoría, como Raúl Rivero, acusado de trabajar para “la agencia subversiva francesa” Reporteros sin Fronteras.

En contraste, Castro permitió que su crítico más famoso, Oswaldo Payá, recogiera el año pasado 11.000 firmas y elevara al Parlamento cubano un pedido de referéndum sobre el cambio político. La Unión Europea, a su vez, estrenó la diplomacia del canapé, invitando a los disidentes a las embajadas, en sus fiestas nacionales, presionando con la revisión de sus programas de ayuda. Otra pantalla mientras, bajo las barbas del régimen, españoles, canadienses y norteamericanos compiten por invertir en una isla que, sin comunismo, hubiera sido como Miami. ¿Qué tú sabes de democracia, entonces?



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