La ignorancia es la fuerza




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El pretexto de la coalición para atacar a Irak es una incógnita en medio de signos de realidad virtual cercanos a Matrix

Cada tanto falla el sistema. Por un error del programa, tal vez. O algo así. Y tambalean todas las estanterías: en 2003 no hay Ministerio de la Verdad, como en el 1984 de George Orwell, pero un tocayo de él, de inicial intermedia W, da crédito a informes secretos, alentados por impaciencia propia o por avidez ajena, y declara una guerra cuasi unilateral contra un ser brutal (símil del renegado Emmanuel Goldstein, enemigo del pueblo y del Gran Hermano) que, en las pantallas contemporáneas, acecha con sus bigotazos espesos y su mirada ladina. Es la cara del mal.

Realidad virtual o no, Bush dice en su ultimátum, 48 horas antes de los bombardeos, que el régimen de Irak posee, y esconde, algunas de las armas más letales jamás antes creadas. Asienten Tony Blair y José María Aznar, socios, y pioneros, en la recopilación de los informes secretos por medio de sus servicios secretos. Tan secretos que los informes, como las armas, han pasado a ser el secreto mejor guardado del mundo. O una falla del sistema. Como Neo, el elegido, o la chispa, de la película Matrix.

La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza, pues, como postula el Gran Hermano. ¡Mi salvador!, exclama una mujer de cabello color arena que extiende los brazos hacia la pantalla. ¡Nuestro salvador!, espera oír Bush al pronunciar su ultimátum en la pantalla.

En estado Matrix, o 1984, la realidad, no la verdad, depende cada vez más de una red de espías, políticos y periodistas (mea culpa, asumido) que, por impaciencia o por avidez, crea la verdad, no refleja la realidad. Y propala, urbi et orbi, su versión de la verdad, reñida con la realidad. Reñida con dos más dos es cuatro, la prédica del malogrado Winston Smith antes de terminar amando al Gran Hermano. E Irak, con la cara del mal o de Saddam, cual pantalla, se convierte en Eurasia o Asia Oriental, rival hipotética, y alternativa, de Oceanía (la coalición occidental, digamos).

Con una neolengua rica en eufemismos benévolos. Complacientes, en cierto modo: las razones humanitarias son pretextos bélicos, las guerras son preventivas, las bombas son inteligentes, los muertos civiles son daños colaterales, las fosas comunes son tumbas NN, los acuerdos políticos son alianzas estratégicas, las papas francesas son papas libertad, la mentira es la verdad y, por ende, la ignorancia es la fuerza. Como la lengua oficial de Oceanía, creada en el 1984 de Orwell para solucionar las necesidades ideológicas del Ingsoc (socialismo inglés). Como el Cambalache de Discépolo: lo mismo un burro que un gran profesor.

La política democrática del siglo XXI actúa en un mundo mediático de realidades virtuales en el que las apariencias son más importantes que la realidad, según el historiador británico Timothy Garton Ash. Es un docudrama incesante en el cual no hay realidad ni ficción, sino, a veces, realidad ficticia. Sin una burocracia única y totalitaria como en 1984, salvo en Corea del Norte o en Cuba.

El vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, y el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, afirman, empero, que el arsenal de Saddam no es cuento: no hay duda, dice uno; simplemente no cabe la menor duda, dice el otro.

Pecaminoso sería vislumbrar un engaño al estilo Richard Nixon (Watergate) o Bill Clinton (Monica Lewinsky). Por más que el comandante de la primera fuerza expedicionaria de la marina norteamericana, teniente general James Conway, haga polvo el pretexto de la trilogía Bush-Blair-Aznar para la invasión: estábamos equivocados, masculla.

Por la ignorancia nos equivocamos y por las equivocaciones aprendemos. Más allá de los 180 soldados norteamericanos muertos, al igual que miles de soldados y de civiles iraquíes, en virtud de la lucha del bien contra el mal. ¿Otra falla del sistema? Más allá, también, de los papeles falsos sobre las compras de uranio de Saddam a Nigeria, considerados reales, no virtuales, por Bush.

Cuando despertó, las armas no estaban allí. Razón de la renuencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y de la defensa de las inversiones francesas en Irak (del multilateralismo, digo) de Jacques Chirac, para convalidar un ataque precipitado contra Goldstein (Saddam). Impulsado por Morfeo (Rumsfeld), cerrado en su convicción de que Neo (Bush) es el elegido. El salvador. Nuestro salvador, corrijo.

Las conclusiones preceden a los hechos. ¿Qué va a hacer un espía si el presidente de los Estados Unidos desea evidencias de algo que sospecha medio mundo? Buscar, o bucear, bajo tierra. Y hallarlas. La información, manipulada en una campaña en la cual el periodismo se codea con el patriotismo desde el 11 de septiembre de 2001, crea, después, el ambiente. O el caldo de cultivo con tal de generar la necesidad de eliminar a Saddam, como antes a Ben Laden.

El mundo de 1984 termina, o empieza a terminar, con la caída del Muro de Berlín, el acta de defunción de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría. Desde 1989. Otros asuntos demoran un rato más. Los sistemas de escucha como Echelon, capaces de captar nuestras conversaciones, no aparecen hasta 1994. El Gran Hermano te vigila, mientras tanto: si tuvieran autoridad, los servicios secretos podrían leer todos nuestros correos electrónicos.

Era más fácil enfrentar al Ejército Rojo que a la banda Al-Qaeda, dicen. Lo saben aquellos que han enfocado la mira en Irak, en Irán y en Corea del Norte, vértices del eje del mal. O, antes, en Afganistán. La neolengua se ensaña contra Estados nacionales con dictaduras concebidas, en lugar de grupos terroristas sin embajadores designados, de modo de que las fuerzas convencionales actúen en situaciones, y áreas, conocidas. Con la premisa de prevenir males mayores.

En 1984, escrito en 1948, el slogan del Partido tenía su lógica: el que controla el pasado, controla el futuro; el que controla el presente, controla el pasado. El pasado, a los ojos de William Faulkner, nunca muere. Ni pasa. Está controlado. O equilibrado, como el presente, por medios de comunicación que, instalados cómodamente en el dormitorio, garantizan más que nunca la supervivencia de los políticos, cual acto patriótico, profesando culto con sus consignas: en guerra contra el terror (CNN) o América contraataca (CBS).

En coincidencia con el centenario de Orwell (nació el 25 de junio de 1903 en Motihari, Bengala), el sistema, cada tanto, falla. Y salta una chispa. Una anomalía que ni el mismo arquitecto, creador de Matrix, puede explicarse. La realidad, virtual o no, dicta que dos más dos es cinco, créase o no, como admite finalmente Winston Smith, reeducado por un miembro del Partido, de apellido O’Brien, en beneficio de la cordura. De nuestra cordura.



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