Llueve sobre mojado




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Bush amenaza con usar armas nucleares para disuadir al eje del mal, pero permite que circulen misiles norcoreanos

Okay, dijo George W. Bush, que los 15 misiles Scud con ojivas nucleares, hechos en Corea del Norte, vayan a Yemen, no más. Que sigan viaje, digamos, después de haber sido interceptados, e incautados, por dos buques de guerra españoles, alertados por el portaaviones USS Nassau, en el mar Arábigo. Iban en un barco mercante sin bandera ni identificación, llamado So San, disimulados en costales de cemento. Que sea la última vez, advirtió el secretario de Estado, Colin Powell.

Señor, sí, señor, asintió el presidente de Yemen, Alí Abdalá Saleh, aplicando como fórmula la respuesta usual de los militares norteamericanos mientras, en su fuero íntimo, cantaba las hurras. Y aquí no ha pasado nada, pues. O, en realidad, ha pasado de todo, por más que los misiles sean para defensa propia. No para ser triangulados hacia manos extrañas, como temían los servicios de inteligencia.

Atados a la legislación internacional que los Estados, no sólo los Estados Unidos, respetan según las circunstancias, Yemen no tenía impedimento alguno para recibir los misiles y los marinos españoles no tenían derecho alguno de incautárselos. Sólo podían deterner, e inspeccionar, el barco bajo los auspicios de la Operación Libertad Duradera, surgida como consecuencia de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Nada más.

Algo no cerró, sin embargo: los misiles provenían de Corea del Norte. Y se supone que Corea del Norte, enrolada con Irak y con Irán en el eje del mal trazado por Bush, viola en forma flagrante los acuerdos de no proliferación nuclear que firmó con la mano, y borró con el codo, en 1994. ¿En qué quedamos, entonces? Después de echar edulcorante al café, Powell dijo en un desayuno servido en la American Academy of Diplomacy que sabía de esos envíos y que iban a terminar.

Esta es la última vez, redondeó, revolviendo el café, y las intrigas, en medio de los preparativos para otra batalla en Irak. Con la prerrogativa, en ese caso, del uso de armas tan peligrosas que los Estados Unidos procuran prohibir fuera de los Estados Unidos si resultan agredidos por armas tan peligrosas que, a su vez, Saddam Hussein niega poseer y los regímenes de Corea del Norte y de Irán se ufanan de fabricar. Son las mismas armas, corregidas y aumentadas, que el mundo procura erradicar desde medio siglo.

Vamos por partes, como aconseja Jack El Destripador: Yemen no opuso resistencia al misil con el cual la CIA mató el 13 de octubre pasado, desde un avión, a seis presuntos miembros de Al-Qaeda que circulaban en auto por su territorio. El terruño de Osama ben Laden. Dos años después del atentado contra el destructor USS Cole, el 12 de octubre de 2000, en el cual murieron 17 marinos norteamericanos y otros tantos resultaron heridos mientras estaba anclado en sus costas después de haber cumplido con su rutina de controlar los movimientos de las tropas de Irak en el Golfo Pérsico.

Menudo interrogante: ¿lo hace acreedor entonces de los misiles, por más que hayan sido hechos en un país, o en un régimen carcelario, que invierte casi todo su presupuesto en armas, que desafía en forma permanente a los Estados Unidos, que se burla de la reunificación con Corea del Sur, que hasta ha secuestrado espías japoneses para entrenar a los suyos y que, si no fuera por las Naciones Unidas, dejaría que 22 millones de personas se mueran de hambre?

Por el programa nuclear de Corea del Norte, sustituidas las centrales rusas por las norteamericanas con la condición de que fueran para generar electricidad en lugar de armas, los Estados Unidos suspendieron este mes la asistencia de petróleo.

Al margen de ello, Kim Jong-Il, dueño y señor de Kimlandia, no ha vacilado en continuar, y en fomentar aún más, la carrera armamentista, siempre amenazante para sus vecinos democráticos del Sur, y en mofarse de los mismos acuerdos internacionales por los cuales su mercadería, misiles, no bicicletas, llegó en esta ocasión a destino.

Inicialmente, destino final. Del cual el gobierno norteamericano, según Powell, estaba enterado mientras, al mismo tiempo, tildaba de peligro mundial a la dictadura de Kim Jong-Il. Custodiada, en la frontera sur, por una legión de 37.000 soldados norteamericanos bajo el alero de los comandos de las Naciones Unidas.

Menudo interrogante, insisto: ¿no significa apañar un Estado terrorista, como han definido las Naciones Unidas inmediatamente después de la voladura de las Torres Gemelas, la compra de armas a un Estado del eje del mal?

Reivindicado el honor después de la hazaña de haber recuperado el islote Perejil, dominado súbitamente por seis marroquíes okupas, poca gracia ha causado en algunos círculos de España, e incluso de los Estados Unidos, la decisión de Bush de permitir que los misiles siguieran viaje. Más allá de la legislación internacional, no siempre contemplada. Menos aún si de sospechas de terrorismo se trata, paranoicos todos, como estamos, por bombas hasta en las suelas de los zapatos.

Orgullo, en definitiva, sólo del gobierno de José María Aznar por el desempeño de la valiente muchachada de la Armada. Lejos de considerar un desaire la actitud de Bush. En público, al menos, llovido sobre mojado.

Seguro de que, como socio de la Operación Libertad Duradera, cumplió con su deber. Pero, curiosamente, se excedió: no debieron incautarse los misiles. Exageraron. Y, por ello, hasta quizá reciba alguna reprimenda.

Reprimenda que no provendrá de Washington, sino de Corea del Norte, seguramente. Que casi pierde el negocio. Súbitamente bendecido por Bush, dejando patitiesos y patidifusos a los españoles. Por más que la situación del So San fuera ilegal, según el comandante de una de las fragatas. En sus registros no figuraban los 15 misiles, las 15 ojivas de combate convencionales, los 23 contenedores de ácido nítrico y los 80 bidones de productos químicos hallados, sino cemento a secas. Ni figuraba el destino, tampoco. Lo más difícil de vislumbrar.



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