Es un monstruo grande y pisa fuerte




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Creen en Wall Street que la virtual victoria de Lula en Brasil provocaría un descalabro regional, pero nadie sabe cómo evitarlo

Esta vez no hubo mano de Dios: volvimos con la frente marchita de Corea-Japón. Pero, consuelo al fin, podemos sentirnos satisfechos. Por la entrega de los muchachos. Y, en cierto modo, por haber hecho escuela en copas anteriores, pregonando la viveza como un arte: Rivaldo se tomó la cara con las manos después de recibir un pelotazo en el costado derecho, debajo de la cintura, del turco Hakan Unsal, de modo de que fuera expulsado. Lo logró. Y Brasil se aseguró la victoria. Dos a uno. Al filo de un partido difícil. Frente a un rival que ya tenía un jugador menos.

Táctica y estrategia, sin jogo bonito ni fair play, cada vez más frecuente. Que excede el Mundial. El fútbol mismo. Por más que las simulaciones, o las pantomimas, sean presuntamente castigadas por el FMI. Por la FIFA, digo. Así como los penales inexistentes. Cobrado, en ese caso, por el árbitro indio Anoop Singh. Perdón, por el árbitro surcoreano Young Joo Kim.

Muy ufano, Rivaldo alardeó en el vestuario: «Sí, exageré para que el turco fuera expulsado. La pelota no me pegó en la cara, sino en la mano y en la pierna. Usé mi experiencia”. Ni un político hábil, con el talento de Orteguita para zambullirse en el área, se habría atrevido a admitirlo. Premio a la honestidad, dentro de todo, mientras Brasil acusa en voz baja el impacto de los mensajes subliminales de Wall Street, y del FMI, vía Argentina.

Incitantes en su afán de vedar todo tipo de escenas teatrales, pero, a la vez, promotores de un doble discurso capaz de convertir la biografía de Luiz Inácio Lula da Silva, el candidato izquierdista empinado en las encuestas para las elecciones presidenciales del 6 de octubre, en el fiel reflejo, o espejo, del sueño americano, según la embajadora norteamericana, Donna Hrinak, mientras Fernando Henrique Cardoso, temeroso del efecto tango, recomienda tranquilizantes con tal de aplacar el riesgo país y, con él, las ínfulas de los mercados.

Volátiles, desmañados, como pelotazos en la cara, no en la mano y en la pierna, ante el riesgo de un aluvión de populismo en donde, como en Venezuela, de la cual Hrinak conserva el recuerdo haber regresado a Washington como embajadora por la debilidad de Hugo Chávez hacia Afganistán durante los bombardeos, están dadas casi todas las condiciones para ello: altos índices de pobreza, desempleo, marginalidad e inseguridad. Las fallas, o las asignaturas pendientes, de las reformas encaradas desde principios de los 80. El aspecto social. Flojo en toda América latina.

Estigma de Cardoso, o trampolín de Lula, por el cual el FMI lanzó un mensaje hacia la Argentina que, en realidad, era para Brasil: la designación de Singh, un negociador duro y desapasionado que supo vérselas con la crisis asiática entre 1997 y 1999, al frente del Departamento del Hemisferio Occidental, en desmedro del argentino Claudio Loser, tildado de blando.

Pelotazo en la cara que Cardoso recibió en la intimidad como una advertencia ante la amenaza de ver a su país sumido en un colapso. Como en 1998, cuando resultó reelegido a expensas de Lula. Con una crisis, entonces, que, a diferencia de la argentina, contagió a medio mundo y, por ello, mereció asistencia inmediata. Reciprocidad, en una palabra.

La reciprocidad no existe, empero: en campaña, George W. Bush criticaba a de Bill Clinton por no haber prestado atención a América latina, sólo movido por la idea fuerza de crear un área de libre comercio de Alaska a Ushuaia en el remoto 2005; en ejercicio, antes de los atentados terroristas del 11 de septiembre, demostró que no iba a honrar ni los acuerdos migratorios con Vicente Fox, el presidente del vecino más próximo, México, corrido, incluso, por una deuda de agua del Río Grande. ¿Qué ayuda podía esperar la Argentina, entonces, desde la otra punta del mapa?

El desengaño dio primero en la cara de Chile: diluida la promesa de ser parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), el gobierno de Ricardo Lagos tendió puentes hacia la Unión Europea, Oceanía y, más allá de los dramas regionales, el Mercosur. Dio después, el desengaño, en la cara de Brasil: el gobierno de Cardoso sufrió el embate de las imposiciones arancelarias a la exportación de acero. Y continuó, el desengaño, con los subsidios agrícolas y con la falta de respuestas frente al dilema de Colombia, más allá de la asociación entre el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares por la cual entraría en la categoría de terrorismo, y la falta de reacción, o la omisión, frente al golpe fallido en Venezuela.

No estamos solos, después de todo: los latinoamericanos esperan mucho o los norteamericanos dan poco. Con la excusa de la guerra contra el terrorismo, ahora. ¿Y antes? Con el voto hispano, el propio, como prioridad de Bush. Razón de ser de su única gira por la región. Al margen de la primera visita a Fox, expuesto, desde la condena a Cuba en Ginebra por la violación de los derechos humanos, a un tembladeral político del cual obtuvo como réditos, del otro lado de la frontera, la demora de los acuerdos migratorios y la factura por la deuda impaga del agua.

Los mensajes que recibe Brasil, expuesto a los humores del mercado, son contradictorios: el sueño americano, de obrero a presidente, por Lula; el miedo americano, de presidente a obrero, por Cardoso. Lo cual no significa que Wall Street y el FMI, o Washington, bajen el pulgar a Cardoso, sino a Lula. Tan contradictorios son los mensajes que, al mismo tiempo, confían en que Lula, campeón de las marchas contra la globalización, cumpla con los compromisos externos, y que Cardoso, campeón de la globalización en marcha, apuntale la transición.

Ordenada, en principio. Sin espantar a inversores que, como en los comienzos de Carlos Menem en la Argentina, piensan levantar campamento si Lula entra en el Palacio de Planalto. Debajo de él, su Partido de los Trabajadores (PT) maneja casi 200 ciudades. Sobre él, la candidata que iba a hacerle sombra, Roseana Sarney, del Partido del Frente Liberal (PFL), se vio forzada a retirarse por denuncias de corrupción, plaza ocupada por José Serra. Y más arriba, el lulómetro (supuesto índice financiero) indica que los poseedores de títulos brasileños deben estar alertas ante las elecciones: presagia una tormenta de dólar e inflación en alza.

La ruina, o el efecto tango, frente a la hipersensibilidad por un riesgo país súbito. Superior a los 1300 puntos a pesar de haber echado mano de un crédito del FMI del orden de los 10.000 millones de dólares. A escalones, apenas, de Nigeria y de nosotros. Con el fantasma de la cubanización al acecho si gana Lula después de sus tres vanas postulaciones. E informes preocupantes: “Pese a que hasta hoy el colapso argentino ha tenido escasa repercusión en los países vecinos, existe un peligro real de que la crisis se propague, haciendo sentir sus efectos en Brasil, en Uruguay (ya acuciado por ella) y en Chile”, dice uno del FMI.

Escéptico, cual paraguas abierto antes de la tormenta, pero, no obstante ello, coherente con la línea de su director gerente, Horst Köhler, el jefe de Singh. Línea dura. A tono con el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Paul O’Neill, en materia económica, y con la cabeza del Pentágono, Donald Rumsfeld, en materia de defensa. Un mensaje claro entre tantas contradicciones: “Haz lo que digo, no lo que hago”. ¿Qué dices? La traducción es confusa.

Inflexión por la cual Rivaldo, salvando las distancias, no ha hecho más que montar una pantomima con tal de sacar beneficio, haciendo expulsar al jugador turco. Quien, en su lugar, habría hecho lo mismo, seguramente. Salvado su país de la desclasificación, o de la crisis, por su posición clave en la Europa de la FIFA (de la OTAN, corrijo), no por táctica y estrategia. Nuestro déficit. Como dice un aviso radial: “Cocodrilo que se duerme es cartera”. Estamos expuestos, por habernos dormido, a un colapso político con resultados desconocidos, según el subsecretario adjunto del Departamento de Estado para las Relaciones Internacionales, Curtis Struble. Peor, al parecer, que la prematura vuelta de los muchachos.



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