El sol nos dice que llegó el final




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Con colapso o sin él, la crisis puede derivar en una escalada militar de envergadura si provoca inestabilidad regional

En ingrata coincidencia con los brutales atentados del 11 de septiembre, los duros de Washington hicieron rotar el globo terráqueo sobre su eje. Y estrellaron el índice en Colombia, deteniéndolo. Zona roja, mentaron. La embajadora norteamericana en Bogotá, Anne Patterson, advirtió entonces, mientras presenciaba una fumigación de hojas de coca, que los narcotraficantes, fueran guerrilleros o paramilitares, terminarían en los Estados Unidos, extraditados.

Era parte del endurecimiento del gobierno de George W. Bush contra todo aquello que apestara a terrorista. O, en definitiva, que estuviera fuera del sistema. Con el agravante, en este caso, de los vínculos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con el cartel de los hermanos Arellano Félix, ventilados por el Departamento de Estado. Y de los 1300 millones de dólares prometidos por Bill Clinton a Andrés Pastrana, de los cuales ya habían desembolsado 860 millones. Un anticipo del Plan Colombia, compartido con la Unión Europea. Valuado, en total, en 7500 millones.

Todo inscripto en el diálogo de paz con las FARC, llamado laboratorio de la paz en sus comienzos, en el cual Pastrana ha invertido casi todo su mandato. Desde fines de 1998. Y ha invertido, también, la cesión de un territorio de 42.000 kilómetros cuadrados, en las espesas selvas del sur de Colombia, cual escenario en el que iba a montarse La Mesa (de negociaciones). Desde principios de 1999.

¿Preludio de fiesta? Fiesta nunca hubo. Y el sol nos dice que llegó el final. O, acaso, otro colapso entre prórrogas, y más prórrogas, cual renta gratuita mientras no cesan los combates y los secuestros, en el que las FARC afrontan sus dilemas internos, signados por un marxismo tan puro como el capitalismo en la vieja Unión Soviética, y sus dilemas externos, signados por la necesidad de fortalecerse, plantando a Pastrana, ante la inminencia de las elecciones presidenciales, previstas para mayo, y del avance de la primera camada de tropas entrenadas por sus pares norteamericanos.

Es uno de los pilares del Plan Colombia, sancionado el 13 de julio de 2000 por el Congreso de los Estados Unidos. En él están contemplados, como metas de la asistencia financiera, la promoción del proceso de paz, la lucha contra el narcotráfico (ergo, contra la guerrilla), la reactivación de la economía y el fortalecimiento de la democracia.

Pura excusa, para las FARC, de la copla que acopla en el diálogo de sordos que, en cierto modo, alentaron desde La Mesa: «Cuando yo me esté muriendo / siéntate a mi cabecera / que mirándonos los ojos / puede ser que no me muera». Está agonizando, al menos.

Desde el final de los grandes capos de la droga, como Pablo Escobar Gaviria, Gonzalo Rodríguez Gacha y Carlos Lehder, tanto las FARC como sus primos del Ejército de Liberación Nacional (ELN), así como los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se han convertido en carteles por sí mismos, manejando desde las rutas hacia el exterior hasta el proceso de exportación.

A cambio de armas y de dinero, razón por la cual unos cuantos brokers de Wall Street no tuvieron prurito alguno en ir a San Vicente del Caguán, departamento de Caquetá, y en reunirse, a una hora de auto por caminos enmarañados y serpenteantes, en el caserío Los Pozos, con la plana mayor de las FARC. Es decir, con Tirofijo, el Mono Jojoy y Raúl Reyes, entre otros.

¿Buenos muchachos? Filántropos que nutren sus filas con adolescentes aburridos, campesinos que no tienen otro futuro que no sea cultivar coca, y con adultos excéntricos, encantados de ser secuestrados en una emboscada (pesca milagrosa) con tal de pasar una temporada fuera de casa o de pagar el impuesto revolucionario (vacuna) con tal de pasar una temporada dentro de ella.

En el léxico prolífico de Bush, la diferencia entre guerrilleros, paramilitares y terroristas no existe. Son iguales, según él. Y, de hecho, Colombia queda un poco más cerca de los Estados Unidos que Afganistán o Medio Oriente.

¿Significa que va a aplicar el mismo método que en Kabul y alrededores? No mejor trato que la Alianza del Norte recibieron los militares colombianos, emparentados con el narcotráfico. Ni grandes divergencias ha trazado la embajadora Patterson entre los farianos, los elenos, los paras y el régimen talibán, también emparentados con el narcotráfico. Pero el conflicto continúa circunscrito a las fronteras del país y, mientras tanto, no hay motivos, ni derecho, para una virtual intervención.

Las FARC, inmersas en sus enormes contradicciones, han adoptado una actitud intransigente, casi beligerante, abriendo paso al aparato militar en desmedro del discurso político. En especial, desde que los duros, como en Washington, dictaron el acta de defunción del Movimiento Bolivariano para la Nueva Colombia (un engendro de partido que nunca pretendió acatar las reglas de la democracia) y concluyeron que más helicópteros Black Hawk y más soldados profesionales iban a sellar el final de la fiesta.

Fiesta donde nunca hubo fiesta, convengamos. Por más que hayan colgado carteles, de esquina a esquina, en aras de repudiar las violaciones de los derechos humanos que ellos han propiciado. Nunca justificadas. Menos aún de generales que, por haber colaborado con los paramilitares, han sido despojados de sus visas norteamericanas y, liberados de cargos por las cortes colombianas, han sido señalados, no obstante ello, por los Estados Unidos.

Una intromisión innecesaria, como tantas, por la que los militares, en su mayoría, han quedado marcados. Bajo sospecha. Como temen en los caseríos de Caquetá: es lo mismo que se vayan unos y que vengan los otros; son iguales. ¿Libreto de Bush? No, pero unos pocos pagan por todos. Y los norteamericanos, curiosamente, dependen ahora de esos mismos militares para develar, entre otras cosas, el presunto nexo de Hugo Chávez, amigo de Fidel Castro, con las FARC y con el ELN.

El terrorismo, o la guerrilla, está comprendido dentro de la generales de la ley. O de la resolución 1373 de las Naciones Unidas, aprobada sin objeciones. Que contempla condenas para todo aquel que conceda refugio a plagas de esa calaña.

¿Qué sucederá con Colombia? Quizá quede exceptuada porque, en definitiva, sigue combatiéndolas, pero, según otras interpretaciones, podría estar expuesta a una represalia en gran escala si se produce un desbande. Una escalada de violencia regional, por ejemplo. Patrocinada, eventualmente, desde el exterior después de haberse comprobado que tres militantes del Ejército Revolucionario Irlandés (IRA) y otros extranjeros de armas llevar campeaban en la zona de despeje.

Para hacer la paz basta con dos, como para el tango; para hacer la guerra basta con uno solo. En vísperas de que, con la resaca a cuestas, vuelva el pobre a su pobreza, vuelva el rico a su riqueza y vuelva el señor cura a sus misas después de tres años en los que, más allá de Pastrana y de Tirofijo, o viceversa, cada uno olvidó que era cada cual.



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