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Política

Nunca falta alguien que sobre

Todo empezó a fines de 1999 en Seattle, pero, en realidad, Marcos y sus zapatistas ya habían arrojado la primera piedra Separado va todo junto. Todo junto va separado. Y hágase el caos: todos juntos van separados contra la globalización, valiéndose de teléfonos móviles, de correos electrónicos y de sitios de Internet para fijar el punto de encuentro. En un McDonald’s. Que, después del Big Mac y de la Coca-Coca, será prudentemente apedreado. ¿Todos juntos, o separados, protestan contra la electricidad bajo la misma lámpara, entonces? Momento. En Génova, mientras los líderes de los siete países con mayores productos brutos internos del mundo más Rusia (el Grupo de los Ocho) invierten el fin de semana en vacunas contra crisis tan diversas como Medio Oriente, la Argentina, Macedonia, la pobreza, el sida y la importancia de la rueda en la industria automotriz, golpean la puerta las protestas contra la globalización. Que comenzaron en Seattle, el 30 de noviembre de 1999, y que continuaron, sin fin, en Bangkok, Washington, Praga, Davos, Gotemburgo, Barcelona y Salzburgo. Desdibujadas en (leer más)

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Balada para un loco

Videla se convertía, casi al mismo tiempo, en el primer dictador latinoamericano procesado por la Operación Cóndor De sobra sabía que iba a ser sobreseído por la Sala Sexta de la Corte de Apelaciones de Santiago. Los achaques no son tan malos como parecen. Sobre todo si resultan una vía de escape. La única de Pinochet, a los 85 años, con la arrogancia en baja, la arteriosclerosis estable y la demencia en alza después de 503 noches de posoperatorio en las afueras de Londres con la visita frecuente de una diva como Margaret Thatcher. Razón, quizá, de sus deseos ardientes de volver a casa. Por la razón o por la fuerza. Como el canto de una moneda de 100 pesos chilenos. Que, echada a rodar, cayó ceca allende los Andes: casi en estéreo con su eximición de juicio por falta de juicio, el lunes, Videla pasaba a ser, el martes, el primer dictador latinoamericano procesado por la Operación Cóndor. Patentada en Santiago a fines de 1975. Tres meses antes del golpe en la Argentina, dos (leer más)

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Ojalá que la luna pueda salir sin ti

El dictador cubano es, paradójicamente, la traba de una transición democrática y, a la vez, el único capaz de encararla Sombras, nada más, nublaron sus pupilas. Y, más pa’llá que pa’cá, habrá soñado con serpientes. Sus rodillas, después de una vida de verba trágica, flaquearon por primera vez en público. Cayó Fidel Castro y, con él, subió el riesgo Cuba. O, acaso, el riesgo de una transición hacia esa estupidez que, fuera de la isla, llaman democracia. Y que, curiosamente, sólo depende de él, no de su muerte, en el limbo o en la luna durante unos minutos, el 23 de junio, por un súbito desvanecimiento. No pudo con el solazo. Con un golpe de calor, no de Estado. Pero, una vez desempañados los rostros ceñudos que sombreaban sus barbas, reparó en el legado de la sangre. En Raúl Castro. Con las ventajas y las desventajas de ser su hermano. De 70 años, cuatro menos que él. Y convidó a creerle cuando dijo futuro, precipitándose a crear una suerte de monarquía revolucionaria que sobreviva a (leer más)

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Toda prisión tiene una ventana

Montesinos y Milosevic cayeron por motivos distintos, vinculados, sin embargo, con una causa común: el abuso de poder Toda prisión tiene una ventana. Y Vladimiro Montesinos, más prolífico que Spielberg mientras era el jefe de facto de la inteligencia de Fujimori, halló una apenas quedó huérfano de amparo en la Venezuela de su amigo Hugo Chávez: miles de videos, o vladivideos, de pactos non sanctos con medio mundo, filmados por decisión propia, con los cuales, al parecer, no quedaría piedra sobre piedra en el Perú y alrededores. Son el salvoconducto que conservó hasta el final, perdido por perdido frente a la persecución del FBI. Alertado, a su vez, por el Pacific Industrial Bank, de Miami, en donde un emisario debía retirar una módica propina de casi 40 millones de dólares. No sabía que dos de los ejecutivos con los cuales se reunió eran, en realidad, agentes federales. Competidores, en los sótanos de la burocracia norteamericana, con empleados y ex empleados de la CIA, como Montesinos. Más razón aún para dar el golpe de gracia y, (leer más)