Si yo fuera tú, me enamoraría de mí
Con la propuesta del escudo antimisiles, el presidente norteamericano no convenció a sus aliados de la OTAN MADRID.– Después de los dragones que supo despertar el fuego verbal con China por el aterrizaje forzoso del avión espía norteamericano EP-3 en la isla Hainan, George W. Bush dejó una imagen de dureza a prueba de pedicuros. O de sierras eléctricas. Reforzada, en su primera gira por Europa, con una ingrata coincidencia: la ejecución de Timothy McVeight, reprobada fuera de los Estados Unidos por la poca simpatía que despierta tanto su rigor mientras era gobernador de Texas como la pena de muerte en sí. La seducción, sin embargo, comienza desde la base. No de lanzamiento de misiles, sino de trato igualitario. Actitud que Bush, más familiarizado con la energía sureña trasladada a Washington que con la paciencia oriental y con la diplomacia europea, procuró manejar con pulso de modista, entre puntada y puntada, frente a los líderes de la alianza atlántica (OTAN). Entre los cuales, lejos de una aprobación unánime, obtuvo un pero rotundo con su idea (leer más)