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Política

Si yo fuera tú, me enamoraría de mí

Con la propuesta del escudo antimisiles, el presidente norteamericano no convenció a sus aliados de la OTAN MADRID.– Después de los dragones que supo despertar el fuego verbal con China por el aterrizaje forzoso del avión espía norteamericano EP-3 en la isla Hainan, George W. Bush dejó una imagen de dureza a prueba de pedicuros. O de sierras eléctricas. Reforzada, en su primera gira por Europa, con una ingrata coincidencia: la ejecución de Timothy McVeight, reprobada fuera de los Estados Unidos por la poca simpatía que despierta tanto su rigor mientras era gobernador de Texas como la pena de muerte en sí. La seducción, sin embargo, comienza desde la base. No de lanzamiento de misiles, sino de trato igualitario. Actitud que Bush, más familiarizado con la energía sureña trasladada a Washington que con la paciencia oriental y con la diplomacia europea, procuró manejar con pulso de modista, entre puntada y puntada, frente a los líderes de la alianza atlántica (OTAN). Entre los cuales, lejos de una aprobación unánime, obtuvo un pero rotundo con su idea (leer más)

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Pan para hoy, hambre para mañana

El arresto de Menem es otro eslabón de una cadena en la que están engarzados Kohl, Mitterrand y Fujimori La paz más desventajosa es menos redituable que la batalla más justa. Sobre todo, para los traficantes de armas. Gente poco escrupulosa que pacta con un gobierno democrático o con una dictadura militar y, con tal de hacer su negocio, se vale de los rasputines de turno. Encargados, a su vez, de convencer al zar de que el matrimonio es la única guerra en la cual los enemigos duermen juntos. En las otras prima el engaño. Como en la política. Y, por ello, no ha habido una sola escaramuza que no fuera santa. Por Dios y por la patria, cual juramento presidencial. Demandantes, en última instancia, de haber caído en la tentación de obtener ganancias de las desgracias ajenas. Tan ajenas para la Argentina, al parecer, como Croacia y la desintegración yugoslava, por más que tropas nacionales nutrieran el pelotón de los cascos azules de las Naciones Unidas, y el conflicto fronterizo entre el Ecuador y (leer más)

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Historias de la vida privada

Después de los vladivideos de la era Fujimori, las intimidades de los dos candidatos han creado un reality show político Fujimori está lejos. En Tokio. Con sus hermanos japoneses, negados por él desde que decidió ser un inca de pura cepa con tal de emprender su carrera imperial. Contó entonces, en 1990, con el asesoramiento, y la habilidad, del superespía Vladimiro Montesinos. Lejos hoy, también. En Marte, tal vez. Con pómulos en falsa escuadra, mentón pulido y nariz en desnivel después de una pulcra cirugía estética; ni su dentista, al parecer, sería capaz de reconocerlo. Pareja despareja. Encantadora de serpientes. Que legó al Perú los capítulos atrasados de una serie más excitante, o menos aburrida, que El Gran Hermano: los vladivideos. Con impactante realismo, locuaces diálogos y vibrantes desenlaces. Un thriller de hondo contenido dramático, dechado de corrupción y de mentiras. Por el cual sus protagonistas, hayan sido políticos, jueces, militares, empresarios, periodistas o monaguillos, desearían hoy, en coincidencia con la segunda vuelta de las primeras elecciones en más de una década sin Fujimori en (leer más)