Jubilación de la utopía




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La generación del Mayo francés comienza a decir adiós

Tres, dos, uno, o 1° de enero de 2011: el más viejo de la Generación Baby Boomer, nacida entre 1946 y 1964 en los Estados Unidos, cumple 65 años. Está a punto de pasar a retiro mientras no aumente la edad de jubilación, como en Europa. Es el último eslabón de la camada que, en la otra orilla del Atlántico, quiso cambiar el mundo en el Mayo francés del 68, un “sentimiento de irracionalidad”, según Raymond Aron; algo que todos creían “impensable”, según Jean-Paul Sartre. Impensable era que confluyeran en un solo grito universitarios que no vislumbraban horizontes, trabajadores que se sentían excluidos de la bonanza, gente de a pie que rechazaba la guerra de Vietnam y pueblos que exigían libertad.

Cuatro décadas después, Galbraith, Marcuse y Adorno no sobreviven como fuentes de inspiración de “estudiantes con flequillo, en pantalones de campana, y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda”, como los retrató el cantante español Ismael Serrano, ni son los mismos quienes se resisten ahora a las reformas universitarias. Lejos están las revueltas de estos días en Gran Bretaña e Italia, así como en Venezuela, de aquellas huelgas. Es “una batalla sindical, no una reinvención de la sociedad –observa el periodista francés Alain Duhamel en Libération–. Hay protesta, no utopía. En 1968 se soñaba; en 2010 se protesta”. Entonces, “todos eran optimistas y crédulos; hoy, todos rivalizan en pesimismo y ansiedad”.

Ni entonces ni ahora ven los jóvenes la luz al final del túnel. Irak y Afganistán no son como Vietnam. El planeta no sigue partido en dos bloques como en la Guerra Fría; está hecho pedazos, más allá del discurso único que pretende imponerse con la globalización como pretexto. En este mundo, los perdedores del ajuste también confluyen en un solo grito, pero no están atados a otro dogma que no sea evitar que empeoren las cosas, como ocurre en Francia, contra el aumento de la edad de jubilación, y en Grecia, contra las medidas de austeridad.

En su Historia del siglo XX dice Eric Hobsbawm sobre el Mayo francés que los ciudadanos de los países desarrollados “rara vez se interesaban en cosas tales como derrocar gobiernos y tomar el poder, pero, de hecho, los franceses estuvieron a punto de derrocar al general De Gaulle”. No corren ahora ese riesgo David Cameron, cuyo gobierno impulsó la controvertida ley por la cual se triplicará el valor de la matrícula universitaria británica; ni Silvio Berlusconi, acusado de “cortar las alas de la educación pública” italiana; ni Hugo Chávez, cuya ley educativa abre a todos las puertas de las universidades venezolanas, eje en “la construcción del nuevo modelo socialista”.

En las últimas elecciones de medio término de los Estados Unidos, después de haber apoyado a Barack Obama en 2008 como predicador de un cambio de aire, los baby boomers se inclinaron por los republicanos y su quintaesencia populista y religiosa, el Tea Party. Resultaron ser, después de haber ido contra el sistema, los más perjudicados por la crisis global. Comparten con las generaciones posteriores un estigma de la época: la dificultad para obtener empleo.

En el camino de la Generación Baby Boomer, en cuyo último tramo vino al mundo Obama, aparecieron la Generación X (nacidos entre 1965 y 1980) y la Generación del Milenio (nacidos después de 1980, adultos en el siglo XXI), así como antes habían prevalecido la Generación Silenciosa (nacidos entre 1928, al filo de la Gran Depresión, y 1945, tildados de conformistas) y la Gran Generación (nacidos antes de 1928 a los cuales, según Ronald Reagan, “debe el mundo la victoria” sobre los totalitarismos).

En 2008, Kathleen Casey-Wilkens, nacida en los primeros minutos de 1946, señaló, a sus 62 años, el destino de los baby boomers norteamericanos. Estaba, como ahora sus contemporáneos varones, en vías de jubilarse. Cada día, “durante los próximos 19 años, unos 10.000 baby boomers cruzarán ese umbral –afirma el Pew Research Center–. En 2030, todos habrán cumplido 65 años. Hoy, sólo el 13 por ciento de los norteamericanos tiene esa edad”. Los actuales miembros de esa generación “son más pesimistas que otros grupos sobre la revisión de su pasado y la dirección de la nación en su conjunto”. Creen que su vida útil terminará a los 72 años, siete después del plazo previsto por el régimen de retiro.

En alguna esquina de sus vidas se cruzan con la Generación del Milenio, más diversa en cuestiones étnicas y raciales, menos propensa a enrolarse en el ejército, más abierta a la tecnología y conservadora en sus principios.

El tránsito entre una generación y la otra, más allá de la convivencia con la Generación X, es tan inexorable como la cuenta regresiva: de llevar la contraria al orden establecido a aceptarlo tal como es y admitir, como Serrano, que “tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada, al final de la partida no pudisteis hacer nada”. Mientras, sin respetar edades ni trayectorias, “las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más”. Es una de las dos o tres cosas que, como los Rolling y las minifaldas, no han pasado de moda.



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