Motines a bordo
Resistencia al cambio siempre hubo. Resistencia y miedo. Que llevaron a Octavio Paz, por ejemplo, a escribir: «Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo». Del miedo al cambio. Sobre todo, en momentos en que no se ve, ni se vislumbra, la luz al final del túnel. Como ahora, tal vez. Destello de ello ha sido la derrota en las elecciones regionales italianas de Massimo D’Alema (en retirada después de haber sido el primer comunista converso que llegó al gobierno) frente al ultraderechista Silvio Berlusconi. Un outsider (forastero de la política), millonario y políticamente incorrecto como Ross Perot, que, a diferencia del norteamericano, supo obtener millones de votos gracias a la decepción de la gente con la partidocracia. Sinónimo de los aparatos que manejan los partidos tradicionales. En Italia, sin embargo, primó más el efecto arrastre de la onda conservadora que surca Europa (es decir, la resistencia al cambio) que una mala gestión de D’Alema. Onda conservadora, o revolución, que comenzó con la victoria en cadena (leer más)