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Política

Motines a bordo

Resistencia al cambio siempre hubo. Resistencia y miedo. Que llevaron a Octavio Paz, por ejemplo, a escribir: «Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo». Del miedo al cambio. Sobre todo, en momentos en que no se ve, ni se vislumbra, la luz al final del túnel. Como ahora, tal vez. Destello de ello ha sido la derrota en las elecciones regionales italianas de Massimo D’Alema (en retirada después de haber sido el primer comunista converso que llegó al gobierno) frente al ultraderechista Silvio Berlusconi. Un outsider (forastero de la política), millonario y políticamente incorrecto como Ross Perot, que, a diferencia del norteamericano, supo obtener millones de votos gracias a la decepción de la gente con la partidocracia. Sinónimo de los aparatos que manejan los partidos tradicionales. En Italia, sin embargo, primó más el efecto arrastre de la onda conservadora que surca Europa (es decir, la resistencia al cambio) que una mala gestión de D’Alema. Onda conservadora, o revolución, que comenzó con la victoria en cadena (leer más)

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Política

Belleza latinoamericana

Detrás de toda sombra de sospecha suelen alumbrar rayos de certeza. Indiscretos, tal vez, pero rayos de certeza al fin. Como las mañas y las artimañas de las cuales procuró valerse Alberto Fujimori con tal de hacer en el Perú lo que Carlos Menem no pudo en la Argentina: ser reelegido después de haber sido reelegido. Ser eterno en el poder, en definitiva. Vicio latinoamericano, acaso copiosa herencia de los mandatos vitalicios de caudillos de la talla de Juan Manuel de Rosas y de Porfirio Díaz, del cual parece que no pueden despojarse algunos presidentes democráticos. Tan democráticos que se resisten a recoger mansamente el consejo de los años (de los 10 que Fujimori lleva en el cargo, por ejemplo) y a renunciar graciosamente a las cosas de la juventud, como postula Desiderata. Pieza más compleja que las obras completas de Sócrates, por cierto. La obsesión de Fujimori, madre del desmadre, chocó con la sombra de una sospecha a gritos: el fraude. Que no alumbró, cual rayo, en las elecciones del domingo, sino en las (leer más)

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El shock del futuro

El coro griego de Poderosa Afrodita, la película de Woody Allen, pudo haber estallado con más estridencia que nunca en los oídos de Bill Gates: “¡Desastres, tragedias, abogados!”. Es la especie más temida en los Estados Unidos y, de hecho, coronó casi dos años de investigaciones con un veredicto no menos estridente contra Microsoft por haber violado la ley antimonopolio. Veredicto, no definitivo, que ha provocado desastres y tragedias en el índice Nasdaq, burbuja de acciones tecnológicas cuyos tenedores habrán sido los únicos que no sabían, o se rehusaban a admitir, que el juez Thomas Jackson iba a fallar contra el gigante informático de Seattle, la ciudad que rechazó la globalización, por haberse aprovechado de su posición dominante en los sistemas operativos de las computadoras con tal de prevalecer, también, en Internet. Porción del mercado que controlaba Netscape hasta que Microsoft apeló a prácticas depredadoras, según definió el juez Jackson, por medio de las cuales se valió para distribuir el software, timón de los navegadores, en forma gratuita (es decir, desleal) en desmedro de su (leer más)

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La última tentación de Castro

En la mirada de Elián parece cobrar vida una observación del principito: «Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles explicaciones una y otra vez». Parece cobrar vida, también, una observación del piloto después de haberse visto obligado a aterrizar de emergencia: «Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano». Estaba en medio del desierto, en realidad. Elián González está ahora en medio del desierto, o del océano, mientras los mayores, impiadosos, usan su nombre de pila con tal de sacar rédito de una causa política que lleva más de cuatro décadas: el régimen de Fidel Castro, embargado. Nombre raro Elián. Original, por cierto. Pero raro. Combinación imperfecta de Elizabet y de Juan. Tres letras de la madre, dos del padre y, cual signo de identidad, un acento indiscreto, latino. Nombre raro de un chico raro en un mundo raro en el cual, rareza al fin, soporta el asedio de los mayores, como el principito, después de haber (leer más)