Sombras de la China




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Quien gana el combate es fuerte; quien evita el combate, y gana, es poderoso. Sabiduría china. Resumida en una cita de Sun Tzu, autor de El Arte de la Guerra: “Hacer rendir al enemigo sin luchar es la cima de la perfección”.

China aún no hizo rendir al enemigo sin luchar ni, muchos menos, alcanzó la cima de la perfección, pero cobró altura de águila con el histórico acuerdo comercial que rubricó con los Estados Unidos.

Es algo más que un pacto por el cual se compromete a reducir aranceles y permitir la radicación de empresas de telecomunicaciones y de servicios financieros en sus dominios. Es algo más, también, que el primer peldaño hacia la inscripción del último coloso comunista en el mayor club capitalista, la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Es un cambio de actitud. Que procura confirmar, a metros de la cima del siglo, el final de una era de absolutismos y de revoluciones. Un reguero de absolutismos (caso Rusia, caso China, principales exportadores) a cambio de otros absolutismos devino en democracias (en Rusia, no en China), despejado el tránsito de revoluciones.

El álbum dispar de comunismos, fascismos y dictaduras de todo tipo no ha hecho más que recrear una y otra vez, a fuerza de desencantos, el único mandamiento de Rebelión en la Granja, de George Orwell: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.

Todos los animales, con la fauna del horóscopo chino a la cabeza, saben desde siempre que no son iguales, pero convienen ahora en que el combate no es negocio. Da más dividendos la competencia. China, en la OMC o fuera de ella, promete disputar, sin luchar, la hegemonía norteamericana, legado del derrumbe del Muro de Berlín y, cual dinosaurio, de la extinción de la Unión Soviética. Es mejor compartir la sombra de los espacios comunes que la sombra de las eternas sospechas.

Sospechas que entre unos y otros, desconfiados, han superado picos razonables de presión con el rearme mutuo, el espionaje mutuo y, por si fuera poco, el recelo mutuo. Causas, en suma, de los frecuentes rechazos de China a todo aquello que promuevan los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y, a la vez, de la absurda represalia que significó el misil que lanzaron los Estados Unidos, con el emblema de la alianza atlántica (OTAN), contra la embajada de China en Belgrado durante la guerra de Kosovo. Como si la Guerra Fría siguiera en pie.

El acuerdo es un acercamiento. Una apuesta a pesar de las pésimas notas del régimen chino en derechos humanos y en piratería comercial. En los Estados Unidos, los sindicatos temen perder 150.000 puestos de trabajo en las áreas textil y de indumentaria. En China, el país más poblado del mundo, la competencia supone la eliminación de 10 millones de posiciones en el sector agrícola y en las plantas de montaje de autos. Lo que caerá en uno crecerá en el otro.

Del Congreso de los Estados Unidos depende la aprobación del acuerdo. Está dominado por republicanos más afectos a dar crédito a los reclamos de los sindicatos que a los cuentos chinos de Bill Clinton. En especial, después de las sospechas de dineros de ese origen que habrían nutrido las arcas demócratas en su campaña por la reelección, en 1996.

Vale la intención, mientras tanto. Después de 13 años de negociaciones y de cavilaciones, China se contenta, a largo plazo, con el vía crucis que tuvo que recorrer Japón con tal de ingresar, en 1955, en el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), antecesor de la aún errática OMC.

No vale la intención, al parecer, para los congresistas norteamericanos, influidos tanto por los reparos de los sindicatos como por las próximas elecciones presidenciales y, quid de la cuestión, por la posibilidad de que el país se quede sin el status hegemónico que supo conseguir en el mundo unipolar reciente. Puede perderlo, de todos modos.

China, no obstante ello, tendrá que obtener cartas de recomendación de la Unión Europea y de otros países. Deberá hacer lobby. O, acaso, desplegar una política de seducción que sea capaz de convencer a los otros de que marcha a paso gradual, pero firme, hacia la apertura en todos los frentes, no sólo el económico. Cara y ceca con Rusia después de la cirugía sin anestesia que aplicó Gorbachov y que devino en el parto con dolor que encaró Yeltsin.

Absolutismo y revoluciones (inseparables, según Alain Touraine) van quedando cada vez menos. Es todo virtual, como la encarnación cibernética del Che en el subcomandante Marcos, en México, signado desde 1929 por el unicato que lleva la palabra revolucionario en el centro, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), pero que, a su modo, trata de arrimarse al fogón de las otras democracias.

Tan virtual es todo como los fuegos artificiales contra el bloqueo comercial norteamericano que lanzó Fidel Castro en la IX  Cumbre Iberoamericana, después de 40 años de lavar con él sus errores y horrores, mientras la globalización, el tema central, parecía sentada al costado del camino frente a las demandas de los disidentes y las mil defensas que ensayaban los chilenos del reverso del anfitrión, Pinochet. Reverso, en realidad, de la misma moneda de cobre.

Dice un proverbio chino: “Si te sientas en el camino, ponte de frente a lo que aún has de andar y de espaldas a lo ya andado”. En China, la metamorfosis implicará un hipotético cambio de dirección de Internet: de http://www.china.comunista a http://www.china.com (a secas).

Drástico, si se quiere, pero tan normal, en el fondo, como la desaparición del cuello Mao, la insistencia de la bicicleta (a falta de plata para el auto) y la aparición de McDonald’s, Coca-Cola y Calvin Klein. Todo sin combate. Y, curiosamente, lejos de la cima de la perfección. Bueno, eso de la perfección debe de ser un cuento chino.



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