Crisis de identidad




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CIUDAD DE MEXICO.– Diez años después, el filósofo Steven Lukacs podría insistir con una pregunta: «What’s left?». Y, se aceptan apuestas, obtendría hoy respuestas tan dispares como el tamaño de los escombros que deparó el 9 de noviembre de 1989 la caída del Muro de Berlín. Es una pregunta con trampa. Con dos significados. «¿Qué queda?», uno de ellos. «¿Qué es izquierda?», el otro. Tiene doble intención, convengamos.

Diez años después, sin embargo, doble sigue siendo la visión del mundo en los polos de poder, por más que sólo China, entre los grandes, pueda seguir llamándose a sí misma comunista a pesar de las reformas de tono capitalista que introdujo en su Constitución.

Diez años después, de hecho, europeos y norteamericanos coinciden en encasillar políticos en izquierdas y derechas, superadas, en realidad, por las muertes súbitas de la  Guerra Fría y del imperio soviético como consecuencia del derrumbe del Muro.

Será que la globalización tiende a simplificarlo todo. Pero simplifica tanto, a veces, que Fernando de la Rúa, más conservador que otra cosa, se ha convertido en el líder de la centroizquierda argentina. Y, también a los ojos del exterior, Tabaré Vázquez,  ganador en la primera vuelta de las elecciones del Uruguay, ya se ha despojado de sus ideales marxistas con tal de quebrar la hegemonía rosada (entre colorados y blancos) y de no espantar inversores.

En una sabrosa discusión, un dirigente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se esforzaba en exponer los rasgos en común entre el presidente de su país, México, Ernesto Zedillo, y su par electo de la Argentina, De la Rúa. Los tienen, claro, pero, para malestar de este buen hombre, están en las antípodas de la izquierda. O, al menos, de lo que era.

«Dicen que De la Rúa es aburrido –comenta el escritor mexicano Carlos Fuentes–. Pero al lado de Carlos Menem hasta Cantinflas parecería aburrido. De patilludo caudillo riojano envuelto en poncho (imagen Facundo) a símbolo sexual desplegado en bikini (imagen Playboy), a restirado modelito maduro (imagen Armani), las metamorfosis de Menem el galán no oscurecen los méritos de Menem el estadista.»

Menem no se quedó en el 45. La necesidad, más que la convicción, hace al político. Como sucede con Tony Blair, Gerhard Schroeder y Bill Clinton, enrolados en una corriente intermedia, la tercera vía, que se vuelca alternativamente hacia izquierda y derecha. Pacifistas, como en los 70, ya no son.

De ahí, la reformulación de la política. Y de los políticos, más sujetos a las reglas del mercado (fondos, imagen, encuestas) que a los discursos del comité. Son más famosos Dick Morris y James Carville, ex asesores de Clinton, que los miembros del gabinete. Es como si Rasputín fuera el zar.

Al Gore, el vicepresidente norteamericano, contrató a Naomi Wolf, una escritora feminista que había aportado ideas novedosas en los tiempos de Morris. Su primera impresión: «Usted es un hombre beta, una figura subordinada al jefe». Quiso decirle que necesita ser alfa, sinónimo de líder, si pretende vencer, en las primarias presidenciales demócratas, a Bill Bradley, ex senador, ex basquetbolista, puro carisma.

El perfil de deportista ayuda a Bradley, ya que los norteamericanos, según todos los indicios, prefieren gobernantes que no tengan experiencia partidaria. Joya, nunca político. Como el ex luchador Jesse Ventura, o el actor Warren Beatty, o el millonario Donald Trump, en un país en el que deciden las soccer-moms (madres que llevan a sus hijos a las prácticas de fútbol). Mandan las mujeres, en definitiva, mientras Hillary zigzaguea entre el modelo Evita y el modelo Madonna.

La paradoja ha sido la deserción de Elizabeth Dole, la mujer que estuvo más cerca de la presidencia de los Estados Unidos. Salió de carrera por falta de dinero. Nada pudo hacer contra el grupo económico de Texas que respalda a George Bush, su eventual rival republicano.

Derechas e izquierdas no cuadran dentro los Estados Unidos desde que Clinton se transformó, en su segundo mandato, en el mejor discípulo de Ronald Reagan, pero son el cristal con el cual miran hacia afuera. Tienen más valor que precio en Europa, en donde la inmigración, por falta de trabajo, es el paradigma por el que han surgido últimamente filonazis, o nazis a secas, que parecían superados por la era de los derechos humanos, ya sea en Austria o en Suiza.

Derechas e izquierdas tampoco cuadran en el cono sur, en donde los intendentes, alcaldes o jefes de gobierno, como De la Rúa y Vázquez, han demostrado que una buena administración de la caja chica puede ser la llave de la caja grande. Joaquín Lavín, el candidato opositor chileno, podría ser el tercero, después de haber sido alcalde del municipio capitalino de Las Condes, si vence en las elecciones presidenciales del 12 de diciembre a su par por la Concertación, Ricardo Lagos, un socialista remozado que, por necesidad, no por convicción, defiende la vuelta de Pinochet a Santiago.

Pero tan diferentes son las realidades de cada país como las tendencias regionales. Que los alcaldes estén en la cresta del cono sur no garantiza la victoria de Cuauthémoc Cárdenas, a cargo de la administración de la ciudad México hasta que lanzó su campaña presidencial para el 2000 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Que Hugo Chávez y Hugo Bánzer sean los presidentes de Venezuela y de Bolivia, respectivamente,  no significa que los golpistas tengan cabida en otros países. Que figuras extrapartidarias sean exitosas en los Estados Unidos no ha sido carta de triunfo para Pinky en La Matanza. Que en Europa aflore la xenofobia no implica que el ultranacionalista Pat Buchanan, hoy aliado de Ross Perot, sea el próximo presidente norteamericano.

Lukacs podría insistir con la pregunta: «¿Qué queda?». Quizá note, sorprendido, que, diez años después, izquierdas y derechas son tan auténticas como los trocitos del Muro que todavía están en venta en Berlín. O, se aceptan apuestas, quizá siga sin obtener una respuesta más o menos convincente.



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