El oráculo de Chávez




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CARACAS.– Cada tanto, según cuentan, Hugo Chávez echa mano de uno de esos libros que vocean los buhoneros (vendedores ambulantes) en los alrededores de la Plaza Bolívar. Es El Oráculo del Guerrero, ideal para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Por el tamaño, no por el contenido. Su lectura no es necesariamente lineal.

Dicen que Chávez, confiado en el azar, abre una página y, por ejemplo, lee: «Si combates en armonía con el Universo, no puedes sino vencer. Si combates porque es la única manera de recuperar el equilibrio perdido, no puedes sino vencer. Si combates porque has agotado todas las otras alternativas, no puedes sino vencer».

Y, según sus íntimos, actúa en consecuencia. Es algo más que cultura oriental al servicio de su causa. Es el trasfondo de una retórica agresiva que aflora cada vez que se defiende con encono de enemigos agazapados. O de fantasmas. Habla el idioma de la gente. E interpreta su rencor. De ahí, su popularidad.

El resentimiento de Chávez contra la Acción Democrática (AD), socialdemócrata, y el Copei, socialcristiano, puede guardar relación con los dos años que purgó en prisión por el fallido intento de golpe de Estado que protagonizó el 4 de febrero de 1992, pero, archivado el asunto, incluso reivindicado, está más ligado ahora con un proyecto personal  que excede a Venezuela.

Después de las derrotas apabullantes que sufrieron en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre y en el referéndum por la reforma constitucional del 25 de julio, los partidos tradicionales de Venezuela no necesitan más latigazos para concluir que el fenómeno Chávez existe gracias al desastre político y económico que ellos mismos provocaron en las últimas cuatro décadas de alternancia en el poder.

«Así es que empuña tu sable y entra en batalla –sugiere El Oráculo–. Luego de vencer, retírate en silencio. Nada hay que festejar. La muerte siempre trae lágrimas aparejadas. Lágrimas por el que algún día fue tu hermano y debió morir a manos tuyas porque el destino así lo quiso.»

El destino quiso que la oposición, desmembrada, sin acción ni reacción, pague un precio altísimo por haber adelantado un mes las elecciones legislativas del año pasado, de modo de conservar una cuota del poder. Obtuvo la mayoría de número en el Congreso, pero el Congreso, como tal, ya no funciona.

Está subordinado a la Asamblea Nacional Constituyente, cuerpo dominado en un 92 por ciento por la gente de Chávez que, en principio, no debería legislar, sino redactar (o aprobar) la nueva Constitución.

La Asamblea, sin embargo, se arrogó esas facultades y puso en duda la vigencia del Estado de Derecho después del patético afán de los legisladores opositores de saltar la verja con tal de entrar en el edificio. Todo ello ha sido legitimado por la posterior falta de quórum en la versión reducida de ambas cámaras, llamada Comisión Delegada. Falta de garantías de seguridad adujeron, convalidando la pesadilla hegemónica.

En la Asamblea, 124 de los 131 constituyentes, con diferencias entre sí, responden a Chávez. Fueron demasiado lejos. Tan lejos que la presidenta de la Corte Suprema, Cecilia Sosa, decidió renunciar (suicidarse, según sus propias palabras) antes de asistir al asesinato de la Justicia.

Es una transición de un orden gastado a otro incierto. O, versión Chávez, una revolución pacífica y democrática. Pero está llena de desprolijidades. Un órgano elegido para una cosa termina haciendo otra. ¿Qué será de las leyes que expida hasta febrero, plazo para el referéndum constitucional, si sucede algo tan improbable hoy como un revés electoral del oficialismo?

El mandato de Chávez, de cinco años ahora, será sometido a votación y, como descuenta que ganará de nuevo, será ampliado un año más. Pero, seguramente, no tendrá en cuenta el año que habrá transcurrido en el poder y, si cuadra, hasta podrá ser reelegido por otro período de seis años. En las actuales condiciones debería esperar una década.

Aconseja también El Oráculo: «Una vez avanzar y otra retroceder. Disgrega a tu adversario, atácalo mientras inspire. Avasállalo, no le des tiempo de reodenar sus ejércitos. Cambia permanentemente tus estrategias. Ataca a lo alto y luego a lo bajo y después al medio. Varía el ritmo de tus ataques. Una vez rápido y otra vez lento. Una vez lento y otra vez inmóvil».

Es el caso de las emergencias que dictó la Asamblea (o Chávez). Primero, la judicial; a fondo. Después, la legislativa; también a fondo. Después, la ejecutiva, con amenaza de cortes de cabezas de gobernadores y alcaldes; atenuada por ahora. Y, por último, la sindical, con la posible remoción de cúpulas; en lista de espera.

Chávez es todopoderoso y admite que administra un Estado quebrado. Pero el quiebre no es sólo económico, sino también institucional. En casa asiste a un parto con dolor, como afirma. Fuera de ella prevalecen los frecuentes cruces con su par y vecino Andrés Pastrana, temeroso de que entable conversaciones con la guerrilla que azota a Colombia y de que, en caso de convencerla de que deponga las armas, forme un partido democrático con crédito venezolano.

Son suposiciones, no más, fruto del amor-odio que caracteriza la relación entre ambos países, mientras campean sospechas de todo tipo que, según Chávez, son parte de una campaña internacional de desprestigio, como la lealtad a Fidel Castro, los vínculos con Moammar Kadhafi, las sombras del narcotráfico y, la última, el presunto aporte de Saddam Hussein a su campaña electoral. ¿Cómo no van a estar inquietos los Estados Unidos, por más que algunos funcionarios disimulen indiferencia?

De Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, Chávez aprendió: «O inventamos o erramos». Pues, con un programa de televisión, uno de radio y hasta un diario propios, reinventó el populismo y el nacionalismo latinoamericanos de mediados de siglo con un mensaje llano y, a la vez, ambiguo: despotrica contra el neoliberalismo salvaje y se mofa de los banqueros, pero, a la vez, promete la apertura de la economía.

«La vida del guerrero es ardua», observa El Oráculo. No tanto. Chávez maneja todo. Hasta puso a un hombre de confianza al frente de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), la columna vertebral del país, politizando una posición ejecutiva. Tanto poder puede ser un boomerang. La oposición, mientras tanto, sueña con serpientes y se plantea un dilema: ser chavista y bolivariano, o traidor y corrupto. Término medio no encuentra.



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