Temporada de palomas




Getting your Trinity Audio player ready...

Si Ehud Barak y Yasser Arafat hubieran estado frente a frente a mediados de los 80, uno de los dos habría disparado primero. Uno de los dos, en teoría, no sería hoy el primer ministro de Israel o el líder de la Autoridad Nacional Palestina. Habría muerto uno de los dos, seguramente. Sería un mártir más de los tantos que atesora Medio Oriente, en definitiva.

Pero Barak, el militar más condecorado de la historia de Israel, y Arafat, el fusil cantante de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), no se encontraron en esos tiempos y hoy, por fortuna, lanzan señales de humo que, en la realidad entre velos que circunda la frontera de la Franja de Gaza, dan pautas de acercamiento.

Son los halcones de ayer, cara y cruz con Bill Clinton, Tony Blair y Gerhard Schroeder, pacifistas de los 60 que, a pura bomba sobre Yugoslavia por la emergencia humanitaria de Kosovo, tuvieron que quitarse el plumaje de palomas.

¿Qué hace uno si advierte que el vecino está pegándole a la mujer? Lo prudente sería llamar a su puerta o, en todo caso, a la policía. Es lo que sintió Europa, temerosa de que el drama de los albano-kosovares pasara a mayores.

Alta traición habrá significado la reacción en cadena de la NATO para Slobodan Milosevic, celoso de no ceder una pulgada frente a una derrota garantizada que, puertas adentro, sólo puede fortalecerlo entre escombros como a Saddam Hussein, aislado del mundo, sin crédito, frente a una amplia mayoría que no debe de estar tan equivocada en su deseo de no derramar una lágrimas más por mártires de turno.

No es una moda europea, como la colección primavera-verano de algún diseñador de París, sino una demanda mundial a pesar del laberinto en el que se encuentra la NATO, forzando el cese el fuego a cualquier costo. El único problema es que, a veces, apunta a la cabeza y le pega a los pies. Los pacifistas de Vietnam, halcones de Kosovo, apelan a la tolerancia cero con tal de que Milosevic no se salga con la suya .

Es temporada de palomas, sin embargo. Lo demostraron las elecciones de Israel: vuelve al poder un laborista, Barak, después del asesinato de Yitzhak Rabin, en noviembre de 1995, a manos de un extremista judío, y del interinato de Shimon Peres.

Arafat, en el otro extremo del hilo, se llamó a silencio en sus cuarteles de Gaza y, despojado de los odios de los 80, postergó la declaración de un Estado en el territorio que ocupan los palestinos. La fecha indicada por los acuerdos de Oslo, el 4 de mayo, pasará a la historia como el día de la independencia que no fue.

En medio de la campaña electoral de Israel, un paso en falso de Arafat pudo haber favorecido a Benjamin Netanyahu, el primer ministro del partido derechista Likud que no repetirá mandato. Fue el palo en la rueda del proceso de paz en los últimos tres años, según los Estados Unidos y la Unión Europea. Su slogan, con tono de revancha, no era más que una prolongación de sí mismo: «Un hombre fuerte para un Israel fuerte».

¿Qué garantías ofrece Barak, un comando, tipo Rambo, que empuñaba las armas,  dirigiendo la retirada de las tropas israelíes de Gaza y de Jericó en 1994, mientras Rabin y Arafat se daban la mano? La promesa de reavivar el diálogo. No es poco.

Barak ve, como Rabin, el hombre que más extraña Arafat, que la única alternativa es la separación física entre israelíes y palestinos. Y se propone una meta tan ambiciosa como el divorcio de la sinagoga y el Estado: el regreso a casa de las tropas del sur del Líbano, ocupación que le reportó el grado de general. Mejores cercos hacen mejores vecinos, suele decir.

A diferencia de él, Netanyahu no hizo más que agredir a los palestinos en el tramo decisivo de la campaña con la amenaza del cierre de la Orient House, suerte de embajada en el este de Jerusalén, tierra santa para ambos, capital para ambos. Falló en el intento de que fuera el eje de la discusión, centrado su discurso en la guerra, también santa, por la supervivencia.

El mensaje de Barak, revival de la campaña de Blair en Gran Bretaña, se centró en temas específicos (issues), sin golpes bajos, al estilo norteamericano. Lo asesoró James Carville, el consultor que supo sacar las papas del fuego cuando Bill Clinton estaba  acosado por el escándalo Lewinsky y que, ahora, diseña la estrategia de Eduardo Duhalde en la Argentina.

El punto a favor de Barak, máster en análisis de sistemas en la Universidad de Stanford, California, es la sintonía con los Estados Unidos, sobre todo en su decisión de respetar el pacto que Netanyahu firmó en octubre de 1998 con Arafat, en Wye Plantation, Maryland, pero no cumplió. Quedó pendiente, por ejemplo, la devolución de parte de Cisjordania.

Barak no toca el saxo; se defiende con el piano. De Clinton recibió la bendición apenas alzó la mano en son de victoria. Fue, más que todo, una señal de alivio de Occidente, no de humo, después de una campaña más personal que ideológica en la cual Netanyahu, de carácter duro e intransigente, se vio sometido a un referéndum sobre sí mismo. Terminó convirtiéndose en un mártir de sí mismo.



2 Comments

  1. What an excellent inspiring post. I am very impressed when reading your offerings. You post extremely helpful info. Keep it up. Keep blogging. looking forward with true anticipation to opening your next article.

Enlaces y comentarios

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.